Ómicron agrava la preocupación por el COVID persistente
Según algunas estimaciones, más de un tercio de los sobrevivientes de COVID-19 desarrollarán esos efectos prolongados en el tiempo
Más de un año después de enfermar de COVID-19, Rebekah Hogan sigue sufriendo una fuerte confusión, dolor y cansancio que le impiden hacer su trabajo de enfermera o gestionar tareas cotidianas del hogar.
El COVID persistente le ha hecho dudar de su valía como madre y esposa.
“¿Es esto permanente? ¿Es la nueva norma?”, preguntó la mujer de 41 años de Latham, Nueva York, cuyos tres hijos y su marido también tienen indicios del problema. “Quiero recuperar mi vida”.
Según algunas estimaciones, más de un tercio de los sobrevivientes de COVID-19 desarrollarán esos efectos prolongados en el tiempo. Ahora que la variante ómicron del virus se extiende por el mundo, los científicos se apresuran a identificar la causa del mal y encontrar tratamientos antes de una posible explosión de los casos de COVID persistente.
¿Podría ser un trastorno autoinmune? Eso ayudaría a explicar por qué el COVID persistente afecta de forma desproporcionada a las mujeres, que son más propensas que los hombres a desarrollar enfermedades autoinmunes. ¿Podrían ser los microcoágulos los responsables de síntomas como pérdidas de memoria o dedos de los pies descoloridos? Eso tendría sentido, ya que el COVID-19 puede incluir coagulación anormal de la sangre.
Mientras estas y otras teorías se ponen a prueba, llegan nuevas pruebas de que la vacunación reduce las oportunidades de desarrollar COVID persistente.
Es demasiado pronto para saber si las personas infectadas con la contagiosa variante ómicron desarrollarán ese misterioso mosaico de síntomas, a menudo diagnosticado muchas semanas después de la enfermedad inicial. Pero algunos expertos creen que es probable que haya una ola de COVID persistente por llegar, y señalan que los médicos deben estar preparados.
Los Institutos Nacionales de Salud han dedicado mil millones de dólares del Congreso a financiar una larga serie de investigaciones sobre el mal. Y van apareciendo clínicas dedicadas a estudiarlo y tratarlo en todo el mundo, afiliadas a centros como la Universidad de Stanford en California y el University College de Londres.
¿Por qué ocurre?
Unas pocas teorías están ganando fuerza.
Una es que la infección o restos del virus persisten después de la enfermedad inicial, desencadenando una inflamación que provoca el COVID persistente.
Otra es que virus latentes en el cuerpo, como el de Epstein-Barr que provoca la mononucleosis, se ven reactivados. Un estudio reciente en la revista Cell señaló a la presencia de Epstein-Barr en la sangre como uno de cuatro posibles factores de riesgo, como una diabetes preexistente de Tipo 2 y niveles de ARN de coronavirus y algunos anticuerpos en la sangre. Esos hallazgos deben confirmarse con más investigación.
Una tercera teoría es que se desarrollan respuestas autoinmunes tras un cuadro grave de COVID-19.
En una respuesta inmune normal, las infecciones virales activan anticuerpos que combaten a las proteínas del virus invasor. Pero a veces, después los anticuerpos se descontrolan y atacan por error a células normales. Se cree que ese fenómeno juega un papel en enfermedades autoinmunes como el lupus o la esclerosis múltiple.
Justyna Fert-Bober y la doctora Susan Cheng estaban entre los investigadores del Centro Médico Cedars-Sinai de Los Ángeles que descubrieron que algunas personas que habían tenido COVID-19, incluidos casos asintomáticos, presentan una variedad de esos “autoanticuerpos” hasta seis meses después de recuperare. Algunos son los mismos encontrados en personas con enfermedades autoinmunes.
Otra posibilidad es que diminutos coágulos sanguíneos sean un factor en el COVID persistente. Muchos pacientes de COVID-19 desarrollan niveles elevados de moléculas inflamatorias que fomentan unos coágulos anormales. Eso puede provocar coágulos en todo el cuerpo que provocan infartos cerebrales, ataques cardiacos y peligrosas obstrucciones en piernas y brazos.
En su laboratorio en la Universidad de Stellenbosch, Sudáfrica, la científica Resia Pretorius ha encontrado microcoágulos en las muestras de sangre de pacientes de COVID-19 y en personas que después desarrollaron COVID persistente. También encontró altos niveles de proteínas en el plasma sanguíneo que impedían la desintegración normal de esos coágulos.
Ella cree que estas anomalías persisten en muchos pacientes tras la infección inicial de coronavirus y que reducen la distribución de oxígeno a las células y a tejidos de todo el cuerpo, lo que provoca la mayoría, si no todos los síntomas asociados al COVID persistente.
Puede afectar casi a cualquiera
Aunque no hay una lista cerrada de síntomas que definan este mal, los más habituales son fatiga, problemas de memoria y razonamiento, pérdida de gusto y olfato, insuficiencia respiratoria, insomnio, ansiedad y depresión.
Algunos de estos síntomas podrían aparecer en un principio durante una infección inicial, pero continuar o reaparecer un mes o más tarde. También pueden aparecer otros nuevos que se prolongan durante semanas, meses o más de un año.
Como muchos de los síntomas pueden presentarse con otras enfermedades, algunos científicos cuestionan si el coronavirus es siempre el detonante. Los investigadores confían en que su trabajo ofrezca respuestas definitivas.
El COVID persistente afecta a adultos de todas las edades y también a niños. Los estudios muestran que es más prevalente entre personas que fueron hospitalizadas, aunque también afecta a una parte significativa de los que no lo fueron.
Cuando la auxiliar de vuelo retirada Jacki Graham tuvo COVID-19 al principio de la pandemia, no estuvo tan mal como para ir al hospital. Pero meses más tarde, sufría insuficiencia respiratoria y taquicardias. No tenía gusto ni olfato. Se le disparó la tensión.
En otoño de 2020 estaba tan agotada que después de su yoga matutino tenía que volverse a la cama.
“Soy una madrugadora, de modo que levantaba y me forzaba a mí misma, pero después ya no podía hacer nada más ese día”, dijo Graham, de 64 años y residente de Studio City, California. “Hace seis meses, le habría dicho que el COVID me había arruinado la vida”.
Hogan, la enfermera de Nueva York, tampoco fue hospitalizada por COVID-19 pero se ha debilitado desde su diagnóstico. Su esposo, un veterano discapacitado, y sus hijos de 9, 13 y 15 años enfermaron poco después y sufrieron fiebre, dolor de estómago y debilidad durante aproximadamente un mes. Luego, todos parecieron encontrarse mejor hasta que aparecieron nuevos síntomas.
Los médicos de Hogan creen que anomalías autoinmune y un desorden preexistente del tejido conectivo que provoca dolor en las articulaciones podrían haberla hecho propensa a desarrollar el mal.
Posibles respuestas
No hay tratamientos específicos aprobados para el COVID persistente, aunque algunos pacientes obtienen alivio de analgésicos, medicamentos para otros problemas de salud y fisioterapia. Pero podría haber más ayuda por llegar.
La inmunobióloga Akiko Iwasaki estudia la esperanzadora posibilidad de que la vacunación contra el COVID-19 pueda reducir los síntomas del COVID persistente. Su equipo en la Universidad de Yale colabora con un grupo de pacientes llamado Survivor Corps en un estudio que implica vacunar a pacientes no vacunados de COVID persistente como posible tratamiento.
Iwasaki, que también es investigadora del Instituto Médico Howard Hughes, que apoya al Departamento de Salud y Ciencia de Associated Press, dijo que realizaba ese estudio porque grupos de pacientes habían registrado mejoras en los síntomas de COVID persistente de algunas personas tras recibir las vacunas.
Una de las participantes del estudio, Nancy Rose, de 67 años y residente en Port Jefferson, Nueva York, dijo que muchos de sus síntomas habían remitido tras la vacuna, aunque aún tenía brotes de fatiga y pérdidas de memoria.
Dos estudios publicados hace poco, uno estadounidense y otro israelí, ofrecían pruebas preliminares de que vacunarse antes de infectarse de COVID-19 ayudaría a impedir la enfermedad persistente o al menos reducir su gravedad. Los dos estudios se hicieron antes de que apareciera la variante ómicron.
Ninguno se ha publicado en una revista con revisión de pares, aunque expertos externos dicen que los resultados son alentadores.
En el estudio israelí, unos dos tercios de los participantes recibieron una o dos dosis de Pfizer, y los otros se quedaron sin vacunar. Los que habían recibido dos dosis eran al menos la mitad de propensos que el grupo sin vacunar a reportar fatiga, dolor de cabeza, debilidad muscular y otros síntomas habituales del COVID persistente.
Futuro incierto
Aún hay pocas respuestas claras, y el futuro es incierto para los pacientes.
Muchos, como Graham, experimentan una mejora con el tiempo. Ella buscó ayuda a través de un programa de COVID persistente en el Cedars-Sinai, se sumó a un estudio del centro en abril de 2021 y recibió vacunas y dosis de refuerzo.
Ahora, señaló, su tensión ha vuelto a la normalidad y el olfato y el gusto han vuelto a niveles cercanos a los de antes del COVID. De todos modos, terminó retirándose pronto debido a la odisea.
Hogan aún sufre síntomas como un angustioso dolor nervioso y “piernas de espagueti”, o miembros de que pronto se quedan flojos e incapaces de levantar peso, un problema que también afecta a su hijo de 13 años.
Algunos científicos temen que el COVID persistente en algunos pacientes pueda convertirse en una forma de síndrome de fatiga crónica, un problema duradero y del que se conoce poco, que no tiene cura ni tratamiento autorizado.
Una cosa es segura, según algunos expertos: el COVID persistente tendrá un enorme efecto en las personas, sistemas de salud y economías de todo el mundo, y costará muchos miles de millones de dólares.
Incluso con seguro, los pacientes pueden gastar miles de dólares en una época en la que están demasiado enfermos como para trabajar. Graham, por ejemplo, dijo que había pagado unos 6.000 dólares de su bolsillo para cosas como pruebas diagnósticas, laboratorios, consultas médicas y quiroprácticas.
Pretorius, la científica de Sudáfrica, dijo que hay una preocupación real a que las cosas puedan ir a peor.
“Mucha gente está perdiendo sus medios de vida, sus hogares. Ya no pueden trabajar”, dijo. “Probablemente, el COVID persistente tendrá un impacto más grave en nuestra economía que el COVID grave”.
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