Taylor Swift entra en la Universidad
Sobre las letras de la cantante proliferan cursos como los de las universidades de Stanford, Texas, Harvard y Gante
Hace tiempo que Taylor Swift apenas necesita presentaciones, algo que ha reforzado el éxito indiscutible de su “The Eras Tour”, a raíz del cual The New York Times ha llegado a afirmar que la cantante estadounidense ha alcanzado niveles de demanda y saturación mediática que no se recuerdan desde el dominio global que en el siglo pasado exhibieran Michael Jackson y Madonna.
Sin duda esta comparación (que no equiparación), por sí sola, ya da buena cuenta del impacto que Swift y su obra tienen en el mundo.
Está claro, entonces, que las canciones de Taylor Swift son un producto de consumo masivo; sus letras, sin embargo, tienen un componente de elaboración literaria infrecuente en la música popular y, en general, se sitúan por encima de la canción de consumo.
No es Bob Dylan, pero tampoco parte de la industria musical que apenas se preocupa por lo que se canta. Así que no debería sorprender (aunque a veces lo haga) que desde la Universidad se haya generado interés por la obra de Swift.
La cantante es desde 2022 doctora honoris causa en Bellas Artes por la Universidad de Nueva York y sobre sus letras proliferan cursos como los de las universidades de Stanford, Texas, Harvard y Gante.
El canon
Aunque puedan parecer excentricidades, ese doctorado, esos cursos que trasladan a Taylor Swift al ámbito universitario sin desligarla de la cultura de masas, son determinantes.
En un artículo titulado “La canción de autor, la literatura y la crítica” resumo cómo distintos procesos contribuyen a la integración de la canción de autor en el sistema literario, a la canonización de sus letristas.
Entre ellos, el más perceptible por la amplia mayoría es la concesión de premios literarios, como el Nobel de Literatura a Bob Dylan en 2016 o el Gran Premio de Poesía de la Academia Francesa a Georges Brassens en 1967.
También contribuye a la canonización el estudio académico. Es notable cómo cada vez empiezan a ser más frecuentes los análisis de letras de canciones desde una perspectiva literaria.
Incluso en el caso de Taylor Swift podemos encontrar ya trabajos que se ocupan de ello, como alguno de los contenidos en el monográfico (de revelador título) “Taking Taylor Seriously” que se publicó en la revista Contemporary Music Review.
Y, como en el caso de Swift, son también canonizadores los doctorados honoris causa, de lo que es buen ejemplo Joan Manuel Serrat, a quien Wikipedia le reconoce ya más de una decena.
Todo suma, sin duda, pero no debemos olvidar un proceso determinante para la canonización de una obra: su enseñanza. De manera general puede decirse que la enseñanza (reiterada, como puntualizaba Lillian S. Robinson) de un determinado autor es percibida por el conjunto de la sociedad como una prueba casi definitiva de que este ha pasado a formar parte del canon literario.
Después de todo, suele asumirse que es a estos autores a quienes se reserva el derecho de ser enseñados, analizados, en el aula.
Y es aquí donde entran en juego los cursos.
El aula
Dejando aparte casos puntuales y envidiables como el de Georges Brassens en Francia, no es todavía común que los letristas tengan cabida por sí mismos (es decir, no como apoyo, sino como fin) en los currículos escolares o universitarios.
Da buena cuenta de ello Richard F. Thomas, profesor de la Universidad de Harvard, que cuenta en su libro Why Dylan Matters cómo, al proponer a la prestigiosa institución realizar un seminario sobre el cantautor de Minnesota, se topó con una general actitud de displicencia.
Esto ocurrió en el año 2003, cuando Dylan todavía no había sido distinguido con el Nobel y era común considerar propuestas de esta naturaleza una boutade poco rentable en lo académico y lo económico.
Es probable que tras los noticiosos cursos sobre las letras de Taylor Swift no latan solo motivaciones estrictamente académicas sino otras impulsadas en buena medida por su abrumadora popularidad. Pero no por ello dejan de ser ejemplo (seguramente el más difundido) de una práctica que viene siendo recurrente en los últimos años.
Los letristas están comenzando a entrar con pie derecho en la academia y parece justo concederles el hueco que merecen.
Se explican así, en el ámbito hispánico, casos como el curso de verano sobre Luis Eduardo Aute que ofreció la Universidad de Málaga en 2016 o el que más recientemente le ha dedicado la UNED a Joaquín Sabina.
De la misma forma que, sobre todo tras el Nobel a Dylan, otras universidades han explotado académica, económica y quizás hasta promocionalmente la aproximación didáctico-literaria a las letras de canciones, parece justo que desde el extendido y variado ámbito hispanohablante se siga idéntica dinámica.
A fin de cuentas, en español han escrito sus letras autores de la talla de los ya nombrados y de otros como José Alfredo Jiménez o Enrique Santos Discépolo, por mencionar solo a dos más.
Se trata por supuesto de una cuestión capaz de erizar la piel de los más escépticos, que podrían cuestionar la decisión de realizar cursos sobre Taylor Swift, Bob Dylan o Joaquín Sabina en lugar de sobre Walt Whitman, Federico García Lorca o cualquier otro “autor tradicional”.
La respuesta a este posible escepticismo es sencilla: los cursos de la naturaleza de los señalados por lo general tienen como función aproximar a los estudiantes a los objetos de estudio más contemporáneos.
Es decir, se enmarcan en el creciente interés científico-literario por las letras de canción, sin que por ello supongan sugerir que tal letrista es mejor autor literario que tal poeta, y ni siquiera que todos los letristas poseen la misma calidad en su escritura.
En ese sentido esta atención investigadora y docente por las letras de canción se revela, sin duda, como uno de los pasos iniciales hacia la que puede ser una futura integración de sus autores en el canon y en el currículo.
Por tanto, analizar y explicar las letras de Taylor Swift y de cualquier otro letrista que se sitúe literariamente en algún grado por encima de la canción de consumo no solo no es una boutade, sino que podría incluso considerarse un fenómeno en cierta medida adelantado a su tiempo.
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