Sabor añejo
Alguna vez volvemos a escuchar una palabra después de mucho tiempo; una palabra que parecíamos haber olvidado, pero que inmediatamente despierta recuerdos de la infancia. Algo así le ha pasado a una de nuestras lectoras cuando recuerda a su abuela cibaeña usando el verbo jodorar: ¡Cuidao si jodora lo caizone poi tai brincando! Y no solo para los rotos en los pantalones; también para los agujeros en las orejas destinados a los aretes. Nada tiene de extrañar este cibaeño jodorar. No es más que nuestro horadar de toda la vida transformado por obra y gracia de la fonética popular. Y ni siquiera se trata de una pronunciación exclusiva de los campos cibaeños. Los rasgos lingüísticos que aparecen en jodorar se dan también en muchas zonas de habla española, sobre todo en el registro popular.
Vemos la aspiración de la hache inicial, que procede de la f- inicial latina: horadar deriva de horado ‘agujero’, del latín foratus. Esta aspiración suele representarse en la escritura con una jota. Vemos también una metátesis, muy habitual en la historia de nuestra lengua, que no es más que el cambio de posición de una letra o una sílaba dentro de una palabra. En el habla popular la encontramos muy a menudo: *metereología por meteorología, *dentrífico por dentífrico, *enjaguar por enjuagar. Hay algunas metátesis simpáticas cuando comparamos con otras lenguas; en español decimos cocodrilo y en italiano dicen coccodrillo, con metátesis, mientras que en alemán (Krokodil), inglés y francés (crocodile) conservan tal cual la raíz latina de crocodilus.
Cuidado, la metátesis es un fenómeno considerado vulgar. En el habla cuidada debemos evitar caer en estos errores, por eso no está de más que aprendamos a reconocerlos. Y, desde luego, en boca de nuestras abuelas tienen un sabor añejo sabiamente evocador.
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