Miguel Yarull: “La literatura no puede ser algo encumbrado, algo lejano a las personas”

El escritor nos presenta su último libro, Turbulencia, y nos habla del Santo Domingo que vive en sus cuentos

Miguel Yarull, escritor, guionista y compositor. (Foto: fuente externa)

Una señora pelea con dos hombres que, montados en una motocicleta, quieren robarle. La defensa perspicaz de la mujer no sólo evita el robo, sino que voltea la situación a su favor: se lleva la motocicleta.

“El motor estuvo en casa como por cinco años”, dice el escritor Miguel Yarull sobre el episodio vivido por su madre, hace casi cuarenta años, y lo narra tal y como sus cuentos, con el guiño de lo inesperado que no solo nos muestra al Santo Domingo que cambia y permanece en su obra, sino que muta a la incertidumbre de estos días en las páginas de su tercer libro de cuentos, Turbulencia.

Y sobre este libro y su visión transmedia de la literatura, con un metro de distancia y mascarillas puestas, Yarull conversa con Diario Libre.

Entre Bichán y Turbulencia hay un elemento diferenciador. En Bichán los personajes se narran desde el interior, con menos elementos del exterior. En Turbulencia parece pasar lo contrario. ¿Fue intencional o hubo un proceso entre ambos libros que te llevo a incluir más elementos del exterior de los personajes?

Todas las primeras experiencias, sea un libro, una película, un disco, todas las operas primas, nacen de muchas interioridades, de mucha meditación. Casi en todas las operas primas el escritor quiere poner todo lo que hay de él, porque toma mucho tiempo por lo general poder publicar, poder filmar, poder grabar un primer disco, un primer libro, una primera película. Las operas primas salen de un proceso muy introspectivo y a la medida que uno va progresando como artista, en este caso como escritor, empieza a proyectar y empieza a absolver mucho más lo que pasa a su alrededor y a adaptarlo a una literatura. Creo que es un proceso que viene mucho con el crecimiento, con la lucha de querer retratar más lo que hay alrededor y cómo eso afecta a la gente y se va volviendo inverso.

También tiene mucho que ver con el género en el que uno escribe. Y tu pregunta es una que se hicieron los griegos, ¿qué es más importante, la trama o el personaje? Y tiene mucho que ver con el momento creativo que uno vive. Si uno está escribiendo comedia, por ejemplo, probablemente la trama pese más que el personaje. Si uno está escribiendo teatro, el personaje es lo que termina sobresaliendo. Y quizás cuando me senté a escribir Turbulencia no fue un proceso muy consciente de permitir que la trama pese más que el personaje... pero bueno, definitivamente uno empieza a vivir un poco más hacia afuera a medida que va creciendo. Y una observación, no fue provocado, no fue a propósito. Sencillamente, va sucediendo. Por ejemplo, en el cuento en este libro sobre la pandemia, me tomó muchísimo tiempo pensar cómo iba a reflejar lo que estaba viviendo. Respeté tanto este proceso, todo lo que viví, que no sabía cómo entrarle, hasta que un hecho detonó la idea que termina siendo el cuento. Es como... ok, tengo el personaje pero no tengo que lo va a detonar, entonces un hecho termina siendo el catalizador del personaje.

Tomando en cuenta que abordas en Turbulencia esta situación presente de la pandemia en uno de tus cuentos, ¿piensas que es importante obviar las narrativas externas desde la particularidad de lo que somos?

No. Creo que aunque el termino globalización ha sido gastado y pueda resultar atrasadísimo, la experiencia de nosotros es universal, porque, y no quiero brincar de tema en tema, pero creo que soy un ejemplo de cómo una historia muy típica, muy local, puede tener vocación universal. Alguien dijo que mientras más particular, más universal. Es como una máxima en el mundo de los escritores. Ningún ser humano debe aislarse del mundo, por más isla que seamos. Lo que si tenemos que hacer es entender quiénes somos y como respondemos a los que nos pasa y creo que es como la llave de todo lo que escribo, el hecho de cómo nos relacionamos como isla, como país, a todo lo que nos pasa en el interior, desde dentro como desde fuera.

En el caso de la pandemia, si abres una red social te das cuenta que sentimos lo mismo que un ruso, un polaco, un chileno. Nuestras experiencias son tan similares a pesar de que nuestras diferencias culturales sean tan grandes, que creo que volviendo a que mientras más particular más universal, nosotros no podemos vivir de espaldas, aunque geográficamente estamos aislados, no estamos aislados. Pero sí somos únicos, somos muy particulares. Decía en una entrevista que mi calle tiene 70 días vacía pero sigue siendo mi calle, todavía la gente pasa, nos saludamos desde las mascarillas. No dejamos de ser quienes somos a pesar de la pandemia.

¿Eres de los escritores que piensan que estas experiencias como la pandemia deberían ser reflexionadas antes de escribir o de los que desde la semana uno escribe sobre ella?

No quiero ser controversial. No soy un escritor inmediatista, no puedo serlo. Tengo que decantar mi trabajo, permitir que lo que pasa a mi alrededor entre. Todo mi proceso creativo tiene que ver con el trabajo del subconsciente, cómo lo voy a procesar y cómo lo voy a decir. Respeto mucho a las personas que pueden escribir algo y publicarlo de inmediato. Conozco quien se reta a escribir a diario sobre la pandemia y eso está muy bien. Podría hacerlo, pero no creo que sea mi vocación, ni lo que quisiera que fuera el cuerpo de mi trabajo.

Escribir a la distancia y con paciencia te da armas para entender el desenlace de una situación, lo que lo provocó, hacia donde nos lleva, que la inmediatez. Muchas veces escribir sobre un hecho que te impacta en el mismo momento tiene sus efectos de vigencia que quizás una literatura más que se sienta, que se toma su tiempo, no lo tiene. Pero a la larga, a mí me gusta más el sedimento de la experiencia que la inmediatez, por eso nunca pude llevar un blog. Me censuro mucho, me gusta revisar mucho mi trabajo. Leen mis cuentos y dicen “¡qué bien!”, pero esos cuentos me dan mucho trabajo. Atrapar esa voz, reducirla a oraciones limpias, al modo en que la gente quiera seguir leyendo, eso es mucho trabajo de revisión, de interiorizar esos personajes. Entonces, si me acelero, si lo hago porque solo lo sentí ese día, no sería yo.

En el cuento de la pandemia que incluyo en Turbulencia me debatí mucho si estaba listo para hablar sobre eso. Tenía 70 días pensando en qué decir y cuando llegó eso, es como que se abrió un río. Es como la Dulce Vita de Fellini. Vi el ángel que pasa desde el helicóptero por toda Roma y me pareció cine, me pareció poesía, independientemente que seas cristiano o ateo. Quería que el personaje no se suscribiese a una religión. Si nos ponemos en la tristeza del momento que todos cargamos, en la incertidumbre, en todas las informaciones, en todas las malas informaciones, a mí me parece una maravilla eso. Sin ningún cinismo, sin ninguna aspiración mística de que te quiera convertir o creas en un santo.

Hay muchos de tus cuentos que tienen un elemento que guía la narración o lleva un sentido al final. Un helicóptero, un arma... ¿Es importante para ti ese elemento concreto en los cuentos para incluir ese exterior en el interior de los personajes?

Siempre y cuando motive a la historia de una forma honesta. No sea un “gift”, un recurso que está ahí porque puede ser simpático. Para mí el truco de la historia es que todo lo que esté funcione de una manera que le sirva a la historia, no que se sirva a sí mismo.

En uno de los cuentos de Bichán hay una mesa de cristal y una persona tiene un fetiche de pies y la mesa es un símbolo total, pero sirve de detonante para el personaje. Entonces la mesa de cristal lleva el hilo de la historia, es un elemento que sirve a la historia. La pistola, en el caso de La Gunguna, sirve para ser el hilo de la historia. En Breaking Bad, (Vince) Gilligan utiliza sus elementos de igual manera, todo sirve para construir el hilo de la historia. En lo que no voy es a utilizarlo como un elemento simpático y punto. Hay momentos para hacerlo, no es que no se pueda hacer, pero en un cuento donde hay tan poco tiempo para agarrar la atención de alguien y mantenerla, y que al final salga del cuento con otra visión del mundo en apenas cuatro páginas, todo lo que está dentro debe servir para mover la historia.

¿Qué piensas de la narrativa dominicana? ¿Crees que el cuento dominicano se ha quedado en la narrativa de Juan Bosch o la “postguerra” de abril de 1965 y eso nos ha impedido como lectores ver lo que hay de nuevo en el relato dominicano?

Creo que cada generación de narrativa tiene dos o tres cuentistas. Hay más poesía, más ensayística, más novelistas, que me sorprende porque son géneros más difíciles, pero como quiera tenemos más gente intentándolo. Cuentistas tenemos por generación, creo, dos o tres. He sido jurado de muchos concursos de cuentos dominicanos, donde me ha tocado leer al cuentista promedio y las herramientas que presentan están muy arraigadas en el cuento tradicional. Mucho cuento bucólico, mucho cuento sobre el campo, que no está mal, para nada. Para mí los escritores que más han transcendido son los que se han ocupado sobre lo que pasaba en su momento. ¿Qué está pasando a mí alrededor? Creo que la gente quiere leer y quiere identificarse con lo que pasa a su alrededor.

Fuera de las herramientas básicas de un escritor, como la gramática y el estilo, todo el fondo que va dejando años y años de lecturas es igual de importante para un escritor. Los temas que tratan aquí... y no voy a generalizar, porque tengo escritores favoritos que son de muy avanzada, gente que realmente lo ha hecho bien, pero si buscas la generalidad del cuento que he leído en muchos concursos se aleja de lo que nos rodea. Y nosotros no podemos alejarnos de eso, somos narradores y periodistas de lo que tenemos a nuestro alrededor, en un tiempo en que todo nos bombardea y es competencia.

Si tienes mi libro en la mano, mi libro está compitiendo contra tu teléfono celular, contra la televisión, contra YouTube, contra todo esto. Entonces para el cuentista transcender también tiene que hablarle a la gente de cosas que conozca.

Nuestra generación fue la primera que tradujo la música a videos y ahí empezó todo. Cuando tomas una canción y la vuelves un video en MTV ya empezaste a visualizarlo todo. Hasta ese momento la música era oído y entonces ahí empieza el transmedia y para mí el trasmedia es tan importante como cualquier cosa ahora mismo.

He tenido la suerte de que mi trabajo ha sido llevado al cine, al micro teatro y a otras expresiones para lo cual yo me preparé, no fue accidental. No es accidental que un cuento mío lo leas y digas “oye, veo este cuento como un corto”. Por ejemplo, en mi libro Vinyl el último cuento, Kinky Tania, de unas 40 páginas, es un cortometraje que se filmó, que es una película que va a salir. Eso no es accidental, es que estoy proyectando el hecho de cómo puedo hacer que alguien compre Vinyl y lo vea así. Es muy visual, sí, pero también quiero ser muy teatral, también quiero ser muy musical. O sea, estoy trabajando con todas estas herramientas y todo el que se sienta a escribir tiene todas esas herramientas a su disposición. Entonces, por qué voy a limitarme si quiero estar en todos los medios, si quiero poner en una obra de teatro a partir de una historia mía.

Componías para una banda de rock, Regata. ¿Qué tan importante es la música para lo visual de Santo Domingo, para tu escritura?

Si le diera una nota sería A más a como pesa la música sobre lo que hago y sobre el dominicano. Somos muy musicales. En la pandemia lo único que se oye por mi casa es música, en todas las casas. Escribí una película de un muchacho que no quería oír música, porque su papá era músico y lo había abandonado, pero también lo utilicé como en reversa. Cuando escribía desde el tópico más personal, una referencia musical bien puesta te ahorra treinta páginas. Si das una referencia musical que englobe lo que quieres decir y que sea cónsona con la historia, que exista ese recuerdo en el que lee, estás amplificando lo que el lector siente sencillamente con una buena referencia musical.

Tus personajes parecen estar referidos en la música desde la nostalgia, un aspecto que se siente presente en tus historias. ¿Evoca solo a la pérdida o también a la transformación? ¿Qué más ocupa, la pérdida, la transformación o ambas cosas?

Tengo un personaje al que recurro mucho, que se llama Adolfo. Es un hombre de casi 50 años al cual la vida le llego de repente y su nostalgia es que en el colegio era el buenmozo, el popular, y de repente ahora se ve y la vida no lo premia. Es un tema muy recurrente.

La adultez nos llega sin estar preparados, y la nostalgia es ese choque de la adultez con lo que dejaste atrás, con todo lo que tú pensabas que iba a pasar, cuando somos jóvenes y adolescentes tenemos una idea de lo que nos va a pasar, sobre lo que vamos a terminar siendo. Luego hay un divorcio entre lo que terminas siendo y lo que pensabas, y ahí viene esa nostalgia, y la melancolía, que es como la nostalgia con un piano de fondo Pero tiene mucho que ver con sueños enterrados, con lo que pensábamos que íbamos a terminar siendo.

Y (Miguel Yarull suspira) no soy muy nostálgico en lo personal, pero creo, por lo menos a mi edad, estamos en la etapa perfecta para ser nostálgicos, porque no hemos llegado a la vejez donde la nostalgia se vuelve otra cosa, pero todavía estamos muy cerca de esos recuerdos de lo que queríamos ser cuando éramos jóvenes, muy cerca, y terminamos siendo otra cosa, que no está mal.

Para contestar tu pregunta, creo que tiene que ver con la pérdida de ilusión, de lo que pensamos cómo podían ser las cosas, y como la literatura es muy efectiva para narrarlo.

Claro, no me gusta abusar, porque no quiero ser un escritor nostálgico, que se vaya en manipular sentimientos en base a nostalgia. Me parece que eso es muy bajo, pero puntualmente, como la música, se puede puntualizar un cuento nostálgico entre dos cuentos actuales. Creo que es efectivo porque te abre el abanico de las personas. Un cuento nostálgico le pasa muchas veces por arriba a una nueva generación, que también me interesa mucho que me lea. También tomo en cuenta que no quiero que mi literatura sea puramente nostálgica porque entonces no le llegaré a nuevos lectores que no saben quién es Pink Floyd, que no conocen un bar en Santo Domingo de los ochenta. Entonces tampoco me interesa enchivarme ahí. Pero tampoco puedo darle a la espalda a lo que viví.

Hay un cuento en Turbulencia que parece enlaza esos dos extremos, Rapsodia millenial.

Es mi intento de juntar esos dos mundos.

Desde esta reflexión narrativa, ¿cómo ves ese tránsito social entre una juventud nacida a principios de este siglo frente aquellos que entraron a él como adultos, y el aparente reduccionismo de las etiquetas como “boomers” y “millenials”?

A mí me gusta mucho ese cuento. Me parece que la lucha generacional es algo que ha tomado fuerza cada vez más. Nos vamos echando culpas sobre cosas que pasaron y que no pasaron. Vamos queriendo señalar con un dedo por qué esta gente no hizo esto o aquello, por qué reaccionan así, por qué son así. Es algo que está más presente con la interconexión social. Somos como tribus, muchas tribus de diferentes formas, pero la tribu generacional es algo de lo que uno no puede escapar.

Tanto es verdad que un grupo de personas se comporta de una manera similar por el año que nacieron, porque las experiencias fueron muy similares, como también hay que respetar el hecho de que todos somos muy diferentes a pesar de la época en que naciste. Hay que ver el punto medio. A mí me gusta la libertad con la que esta generación aborda las cosas y quería dejar eso plasmado en la historia, ante esos tabúes que nuestra generación ha vivido y con los que todavía estamos bregando. Somos muy diferentes. Quería cruzar una persona de una generación y de otra y ver cómo podía funcionar en un contexto casi sexual. Me maravilla la naturalidad con la que esta generación aborda la sexualidad y me apena en la manera en que nosotros la abordamos. No porque esté mal, sino que son dos abordajes diferentes.

El cuento también aborda mucho lo del hombre de mediana edad que cree que todavía está vivo, entre comillas, y se cruza con una muchacha y te das cuenta que no, que el mundo te pasó por encima, loco, y no te diste cuenta. Y volvemos a la nostalgia, que está colocada de una manera más práctica.

¿Cómo trasladas esto al ambiente literario? Aunque hay escritores que se autoexcluyen del llamado ambiente literario. ¿Cuál es tu caso, en un espacio donde también está esa lucha generacional?

La literatura no tiene dueño, es del que decida hacerla y para hacer literatura no hay que pedir permiso. Nunca pedí permiso para escribir un libro, ni para escribir un guión, ni una canción.

No me cierro a los grupos, no me cierro a las clases. También soy ingeniero y tengo muchos amigos ingenieros. No me cierro a formar parte de una generación literaria, pero me siento un poco... la palabra es outsider en inglés... no sé. Para mí la literatura no puede ser algo encumbrado, algo lejano a las personas. Para mí no hay poetas mayores o poetas menores, para mí la literatura es qué hiciste, qué escribiste.

He tenido la oportunidad de compartir con intelectuales, con escritores y me gusta. Aprendo y creo que tengo que aprender mucho de ellos, de muchísima gente. Pero a la vez creo que también todos debemos empezar a bajar la literatura a la gente y poner la literatura en un lugar en que la gente pueda acceder a ella. No sé porqué siento que hay una literatura que trata de montarse en un parnaso que no es necesario. Yo no escribo para escritores, escribo para que la gente tome el libro, lea tres páginas y diga esto pasó así, este muchacho pensó así.

No estoy escribiendo ni para la historia, ni para un tomo, ni para una antología. Estoy escribiendo para la gente. He encontrado mucha gente como yo, que también lo hace, que no tiene ningún tipo de pretensiones más que esa. Pero también me he encontrado en sitios que escucho a gente hablar “fulano es tal cosa”. Pero no. No, no.

A mí me da mucha vergüenza sacar los premios que me han dado, incluso cuando doy una entrevista. Tener que salir con una caravana de referencias de mí que me dieron tal cosa. Incluso la gente que me ayuda a escribir mi biografía me dice “tienes que poner eso”. Eso pasó hace mucho, eso fue que tuve una buena idea y funcionó.

A todo el mundo le gusta ser reconocido, todo el mundo quiere que le reconozcan su trabajo. Pero a la larga lo que me importa es que mi trabajo te toque, te inspire, que lo que estoy haciendo haga que mucha gente quiera escribir. Eso es más importante para mí. He hecho malas películas también y he escribo malos cuentos y eso no lo digo y la gente no me entrevista preguntándome eso.

Pero para mí, mi función, es que tomes un libro mío, y te mueva eso, o te puede inspirar. Si se me considera un escritor menor o lo que sea, ¡bah! Whatever.

Hay un personaje que atraviesa todos tus cuentos, es la ciudad. ¿Qué sientes sobre ese personaje, sobre su pasado y su presente? ¿Qué esperas de él?

Si me hubiese mudado de Santo Domingo con 20 años no sé si hubiera podido seguir escribiendo. No sé hasta dónde ha seguido pesando mi ambiente sobre lo que hago. Creo que Santo Domingo me sigue sorprendiendo.

El deber de un escritor es estar atento. ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo es esto diferente a lo que estaba pasando ayer? ¿Será diferente a lo que va a pasar mañana? Somos espías de lo que pasa y la ciudad es un personaje del cual no me puedo zafar, no me he podido zafar, porque Santo Domingo está llena de incongruencias, de bellezas, de injusticas, está llena de... todo es desproporcional, todo es de a mucho. Y eso es exactamente de lo que se trata la inspiración, a lo que podemos llamar inspiración, que para mí es sentarme a escribir motivado, así que vamos a llamarle motivación.

Santo Domingo entra en ese grupo de ciudades que no se olvidan, que tienen una personalidad. Cuando digo que no se olvida es tanto para bien como para mal. Tiene una personalidad de la que no he podido escaparme. Antes era más amable, pero la distancia también se encarga de que todos esos recuerdos se suavicen un poquito. Tal vez no lo era, y otra vez volvemos a la nostalgia, y sí parecía más amable y sí parecía que te abrazaba más y que te hacía respirar más. Pero los cambios son los cambios. No se puede vivir deseando una ciudad que ya no existe, y entonces tengo que retratar la que tengo ahora.

Todos mis cuentos, toda mi obra, están atravesados por la ciudad. La Gunguna es una carta de amor al Santo Domingo que nadie quería ver. No olvido que en una de las últimas funciones de La Gunguna se me acercó una señora que parecía ser de clase alta. Fue la última persona que atendí, iba mucho a las funciones. Nos presentaron y me preguntó si fui yo que la escribí, y le respondí que sí, y me agradeció porque le enseñé una ciudad que no conocía. Ella no conocía a Santo Domingo, porque Santo Domingo no son cuatro calles. Y cuando tú escribes algo que alguien te dice que tiene treinta años viviendo aquí y no se había dado cuenta que vivía aquí es, exactamente, la motivación de todo. Todo lo que uno hace es como para que esa persona venga y te diga gracias.

Alguien me dijo que por qué escribí de una ciudad fea, por qué no escribí sobre las playas. Pero Santo Domingo es las playas y también es todo lo demás.

Mi cuento favorito de Turbulencia es el del guachimán y el niño. La gente le puede pasar por encima, y quizás no lo siente como yo lo siento. Para llegar a esos dos personajes, al amor figurado en un arma, en la violencia. Un niño que ve un arma como un juguete y que dispararla le llegue al corazón... para mí eso es esta ciudad. Puedo decir que Punta Cana es bonita. Nuestro país es hermoso, por donde quieras que te muevas hay belleza, pero también tenemos eso.

He ido a ciudades que no son memorables. Santo Domingo tiene la capacidad de ser memorable. La recuerdas, por la gente, por el tránsito, por la música. He ido a muchas ciudades y digo ok. Pero Santo Domingo es algo vivo. Tú dices, esa gente está loca. Yo vi cinco en un motor y cuatro yipetas Porshe.

Los dos últimos cuentos de Bichán y Turbulencia podrían ser dos extremos. ¿Qué ha cambiado en el viaje entre ambas narraciones para Miguel Yarull como escritor?

Montás trata sobre como colocamos nuestra fe en un artefacto y como ese artefacto termina afectando una serie de vidas, y llevando desgracia a una serie de vidas. Pasa de una manera cómica pero no deja de ser una representación de una búsqueda de justica, a través de un objeto, y es muy violento. Y los dos cuentos tienen en común esa violencia subrepticia que lleva por dentro el hombre dominicano, aunque a veces muy obvia. Creo que cada día que pasa le subimos el volumen a la violencia.

Turbulencia es un cuento donde un hombre abre una negociación con Dios de que le perdone su vida. Pasa muchísimo y Dios se vuelve nuestro último recurso en situaciones de desesperación. Quería reflejar el hecho de que recurrimos a Dios en nuestras situaciones más desesperadas y, eventualmente, nuestra naturaleza triunfa sobre Dios y uno termina olvidándose de lo que negoció con él y vuelve a ser lo que uno es. Ese regreso a él, de no poder negar su naturaleza, lo lleva al fracaso y Dios termina venciendo de una manera tajante. El cuento no es sutil en ningún sentido.

Si pienso en la diferencia entre el escritor de Montás y el de Turbulencia, por más que quiera, a medida que uno va progresando uno empieza a hacerse consciente de lo que está haciendo. La libertad con la que una vez se escribió se va volviendo... uno quiere decir que técnica, escrupulosa. Y yo no tengo tanto tiempo escribiendo, tengo tres libros, pero en esos tres libros puedo ver como fui graduando mis instintos. Un libro en que voy escribiendo salvaje, en que casi todo lo que escribía... incluso hay un cuento autobiográfico que yo no escribiría ahora, un cuento que solo puede estar en el primer libro de un escritor. Te das cuenta que estás escribiendo para que te lean tus tres amigos. No escribes para que alguien te evalúe, ni para vender un libro ni para que alguien te ponga cuatro estrellas. Estás escribiendo para tus amigos y quieres romperles la cabeza a ellos con ese cuento. Y a medida en que te va leyendo la gente y te vas volviendo alguien que la gente reconoce, por más que uno no quiera esos instintos se van domando y uno los va sustituyendo con técnica, con un “espérate, lo puedo hacer aquí de esta manera”. Mil cosas que te van coartando esa libertad y yo quería no perderla.

Estoy muy consciente de volver a mis instintos y mezclarlos con la técnica, que te va propulsando hacia delante, te va creando tu estilo y tu voz. Pero entre Montás y Turbulencia, Montás es un cuento más desaforado, en un libro que no tenía ningún tipo de rienda, que no me importaba si me iban a leer, no había ninguna expectativa. Eso es una bendición. Las óperas primas son bendiciones. Como cuando escribí La Gunguna, quería escribir una película así, rota, porque me gustaba Tarantino, el cine de humor negro, de mafia. Me encanta la música de Luis Días y quería poner la música de Luis Días, pero ni sabía que iba a existir una ley de cine y ni siquiera pensé que iba a ser posible. Hay mucha libertad en eso.

Periodista de amplia experiencia que recibió el Premio Joven de Periodismo, renglón Literatura y Libros, en el 2016. En 2019, ganó el Primer Concurso de Periodistas “Libertad de Expresión e Información”, Periodismo impreso. Es escritora y poeta.