José Mármol: “Tengo con la literatura y la filosofía una relación adúltera”

El poeta y ensayista, oriundo de La Vega, ganó el XII Premio Casa de América de Poesía Americana (España) en 2012 y el Premio Nacional de Literatura en 2013

José Mármol, poeta y ensayista dominicano. (Foto: Fuente externa)

José Mármol, apreciado por muchos como el poeta más notable de la generación de los 80, empezó a rasguear versos cuando se torció su destino de novel pintor, en su natal La Vega, y a pesar de sus tantos logros y consistente reputación confiesa que sigue siendo un aprendiz en materia literaria.

Acerca de sus comienzos en los pedregosos ambientes universitarios, en el Taller Literario “César Vallejo”, evoca que vio la necesidad de imprimir un cambio al lenguaje poético empleado por la generación vigente.

A su juicio, en esa coyuntura, habían dejado de lado el elevado momento de la poesía de los años 20 al 40 y los postulados de la Poesía Sorprendida y por eso él quiso retomar conceptos de importantes movimientos de la poesía universal.

Poeta y pensador, reconocido en el lar originario y lejos de la isla, mantiene con “la literatura y la filosofía una relación adúltera, antes que un matrimonio fiel”. De este y otros tópicos afines, reflexionó y habló ampliamente el escritor, quien también es padre de familia y vicepresidente ejecutivo de Relaciones Públicas y Comunicaciones del Banco Popular Dominicano.

En la cuarentena ¿ha encontrado espacio para reflexionar sobre la situación y las perspectivas de humanidad?

La cuarentena ha significado para mí, como para gran parte de la humanidad, un tiempo aciago, un tiempo de penurias e incertidumbres que, por un lado, ha roto mi disciplina, lo que ha bloqueado mi escritura y reflexiones, y por el otro, y aunque parezca contradictorio, ha despertado líneas de pensamiento y generado artículos de opinión acerca del impacto del COVID-19 en la población, las instituciones y la economía globales. Aunque un escritor y pensador de la estatura de Michel Houellebecq entienda que la pandemia no provocará ningún cambio ni en la gente ni en la vida, yo, en cambio, creo, siguiendo la visión de otros pensadores como Peter Sloterdijk, Noam Chomsky, Slavoj Zizek, Juval Harari, Jürgen Habermas, Adela Cortina, Nuccio Ordine, Byung-Chul Han, entre otros, que sí habrá cambios importantes en el curso de la hipermodernidad y en la forma de entender y asumir la vida, el mundo y la relación con los demás.

¿Tendremos textos literarios suyos sobre este período crítico?

He publicado varios artículos en mi columna Carpe diem, del periódico El Día, acerca de los cambios en el pensamiento, las tendencias tecnológicas e incluso, en la dinámica empresarial, en términos de sostenibilidad, que ha ido provocando el inesperado impacto de la crisis sanitaria, con consecuencias económicas y de retraso en el desarrollo humano para la sociedad global. Estos textos, a decir verdad, son más de naturaleza filosófica, sociológica o cultural; no tanto literaria. En este último ámbito, escribí un poema que me solicitaron la poeta española María Ángeles Pérez y el poeta chileno José Ben-Kotel, para que forme parte de una antología universal titulada “Poemas antivirus”, que verá la luz pública este mismo año. Mi poema lleva el título de “Tribulación” y se alimenta, en cierta forma y como epígrafe, de una cita de Hegel que reza “La historia no es terreno para la felicidad. Los tiempos de felicidad se hallan en sus páginas en blanco”.

Cuando inició su carrera de poeta, ¿pensó en que se convertiría en la figura más relevante de su generación?

Empecé a escribir versos, justamente, cuando en mi niñez me vi forzado a abandonar mi vocación de dibujante y pintor, al cerrarse, por falta de presupuesto público, la Escuela de Bellas Artes de La Vega. Leía y escribía por motivación propia. Al matricularme en la UASD me encontré formando parte del núcleo de jóvenes que creó, en 1979, el Taller Literario “César Vallejo”, bajo inspiración e impulso del poeta Mateo Morrison. Luego lo dirigí por varios años. Solo me ha interesado leer y escribir. Nunca he visto este oficio como instrumento para lograr objetivos o para escalar social o académicamente. En materia literaria, sigo siendo un aprendiz. Vi, a inicios de los 80, la necesidad de imprimir un cambio al lenguaje poético empleado por la generación vigente, agotado en un léxico belicista y unos pocos giros del lenguaje coloquial. Dejaron de lado, en esa coyuntura, el elevado momento de nuestra poesía de los años 20 al 40 y los postulados de la Poesía Sorprendida.

Volviendo a la riqueza de aquella tradición y retomando conceptos de importantes movimientos de la poesía universal, creé y divulgué la llamada Poética del pensar, más como un autodesafío a hermanar poesía y filosofía, que la estética de entonces separaba diametralmente, que con la intención de formar un movimiento, una corriente estética o una generación literaria. Un breve texto que titulé “Poniente de los ídolos”, que es una suerte de Arte poética, se consideró, en algunos espacios, como un manifiesto. No fue mi intención, aunque sí filosóficamente mi “intensión”. Fui consciente, eso sí, de que emprendía una visión y un lenguaje disruptivos en la tradición poética dominicana.

En esas etapas iniciales, ¿en algún momento vislumbró que también sería un pensador? ¿Y qué caminos lo llevaron hasta allí?

Del mismo modo en que considero la condición de poeta o escritor como algo a lo que debo aspirar, es decir, como algo muy elevado que quisiera alguna vez en la vida y la obra llegar a ser, me pasa también con la condición de pensador. Escritor, pensador son oficios, disciplinas que implican un enorme compromiso, una completa dedicación. Yo, como en una ocasión le confesó Juan Carlos Onetti a Mario Vargas Llosa, tengo con la literatura y la filosofía una relación adúltera, antes que un matrimonio fiel. Nunca estudié formalmente literatura, algo que echo en falta, y aunque me licencié en la UASD en filosofía y metodología de las ciencias sociales, y además, obtuve un PhD, un Doctorado en Filosofía por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), tampoco en ese campo me considero un experto, sino igual, un entusiasta aficionado, un irrefrenable aprendiz. Haber aprendido a desaprender me abre nuevos horizontes cada vez. No he vislumbrado ni perseguido posturas o poses intelectuales ni académicas. Simplemente, me he puesto a trabajar, desde muy temprano y cada día, con esmero, disciplina y modestia.

¿Qué tiempo le tomó la escritura de “Lenguaje de mar” y qué metas se trazó al escribir este libro con el que ganó el Premio Casa de América?

Mis libros de poemas son el producto de dilatados caminos, particulares espacios y distintos momentos. Persigo, en eso sí estoy claro, una poética, un tono enunciativo y una singularidad expresiva en cada uno de mis proyectos creativos, sin apartarme del paradigma central de mi escritura. Soy discípulo de la cátedra que sentó Plinio el Viejo (23-79 d.C.) con la frase proverbial “Nulla dies sine linea” (Ningún día sin una línea), que era lema del pintor griego Apeles de Colofón (352-308 a.C.), artista oficial del emperador Alejandro Magno. Tenía listo el libro, revisado durante un par de años, cuando me llegó la convocatoria de Casa de América de 2012.

¿Cómo se consigue ser un poeta notable cuando se escriben miles de poemas que pasan por debajo de la mesa?

Para mí lo importante es, sencillamente, escribir sin descanso y desarrollar un alto sentido de autocrítica que permita separar el grano de la paja. Ser notable o no es, en ocasiones, una mera circunstancia. Grandes escritores de hoy fueron ignorados en sus propias épocas. No siempre lo que entendemos por gran poeta equivale a ser dueño de poemas de gran calidad y trascendencia. Considero que la calidad de un texto es el resultado de un encumbrado sentido de la autocrítica, la autoexigencia, el ser implacable con uno mismo y sus garabatos. Cabrera Infante decía, con razón, que literatura es tachar. Lo que queda sobre la página (ahora la pantalla), el residuo que se publica no es otra cosa que un derivado alquímico de exorcizar los demonios del estilo, el eco de una voz singularizada, única e irrepetible. En la escritura creativa, casi siempre, la altura de los desechos, en tanto que borradores superados, es directamente proporcional a la calidad del resultado.

Parece contradictorio ser un poeta cabal y a la vez un alto ejecutivo de la banca. ¿Cómo maneja esos roles sin sacrificar al artista?

Pienso, con Vicente Huidobro, en que cada poeta es un pequeño dios. De ahí que en este contexto cobre sentido la sentencia bíblica de Jesús, recogida por Mateo 22, 15-21, que reza: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. En mi trabajo en el sector financiero, que de todos modos, descansa más en las palabras que en los números, aunque estas protegen y dan sentido a aquellos, reconozco y practico mis responsabilidades como un ciudadano identificado con la visión, la misión y el propósito de una corporación orientada a generar utilidades, de forma ética, para conseguir equilibrio entre los intereses privado o de sus accionistas, público o del Estado y de la sociedad. Estoy, pues, en terreno del César. Cuando, de madrugada, alejado de la vida civil y del mundanal ruido, me reconozco instrumento del lenguaje, de las ideas estéticas o de los conceptos filosóficos, entonces, estoy en terreno de ese pequeño dios (con minúscula) del Creacionismo de Huidobro. En definitiva, procuro un balance entre mi compromiso como profesional de las comunicaciones corporativas y mi vocación de poeta pensador, en términos heideggerianos. La clave está en la disciplina.

En los años 2012 y 2013 obtuvo grandes logros y se convirtió en el escritor más joven en ganar el Premio Nacional de Literatura. ¿Qué supuso alcanzar esos éxitos “tempranos”?

Recibo los premios y reconocimientos por mi labor literaria con agradecimiento y humildad. Pero, en realidad, nunca he escrito para optar por premios. Escribo por una necesidad vital; escribo como respuesta a una cosmovisión y a un constante estado espiritual de crítica y búsqueda; escribo como forma de lectura de la evolución mental y emocional del alma humana; escribo por impulso incontenible del asombro por encima de la costra paralizante de la costumbre. En mí, la escritura se comporta como la rosa del poeta, físico y místico del siglo XVII Ángelus Silesius, que “es sin por qué,/ florece porque florece,/ no tiene preocupación por sí misma,/ no desea ser vista”. El primer reconocimiento nacional a un libro de mi autoría fue en 1987, a “La invención del día”, que obtuvo el Premio Anual Salomé Ureña de Poesía. Luego fueron llegando otros dentro y fuera del país. He gozado de la suerte de que mis propuestas poéticas y mis ideas sobre literatura se han ganado el respeto y la valoración de las audiencias. Los premios que he ganado pudieron haber sido concedidos a otros autores y, sin duda, me hubiese alegrado por ellos. Algunos han fallecido anhelándolos. Eso ha de doler. No me parece justo. Pero, las contingencias y las circunstancias suelen ponerse la máscara del hereje. Quien escribe para ganar premios, aunque fortuitamente los obtenga, condenará su obra a la inmediatez y el olvido.

Siempre se menciona su paso por el Taller César Vallejo como una experiencia importante. ¿Qué tanto lo fue? ¿Qué atesora de esos años?

Allí, como en las aulas de la UASD, fui un incomprendido. Traté de llevar siempre lo mejor de la literatura universal al seno del taller y lo logré, no sin tener que repeler ataques y acusaciones de irracionalista, nihilista o importador de ideas extranjeras o revisionistas por parte de la inopia infraizquierdista o seudomarxista que se atrincheraba en cenáculos, aulas, departamentos y pasillos de la universidad estatal. Para mí, la literatura y el arte han estado siempre más allá de los límites absurdos de las ideologías. En aquellos tiempos, decir eso era herético. Creo, sin presunción, que mi paso por allí fue aleccionador incluso para quienes me adversaron, me purgaron y censuraron. Aun así, viví gratas experiencias y momentos amargos. Recorrimos el país fundando círculos y talleres literarios. Lo que más atesoro son las amistades que allí forjé, especialmente las que hasta hoy siguen selladas por la lealtad, el respeto, la colaboración y la admiración mutuos.

¿Cómo se maneja entre los conflictos que surgen en el medio intelectual? Usted siempre ha parecido ajeno a ese “mundanal ruido”.

No solo lo parezco, sino que en realidad me he mantenido ajeno a esas banalidades paraliterarias o seudointelectuales, que siempre tienen que ver más con los egos henchidos que con las ideas, la escritura o la estética. No me he contagiado de megalotimia, un mal muy presente en los ámbitos artísticos e intelectuales. La evité desde los tempranos cimientos del Taller Literario “César Vallejo”. La evité a pesar del alto precio que debí pagar, pero no me arrepiento. Las polémicas, si no descansan en argumentos racionales o ideas relevantes, son estériles o narcisistas y no me interesan en lo absoluto. Suelo ver los actos circenses desde las graderías. Nunca entro al ruedo.

¿Qué opina sobre la poesía actual dominicana?

Lo más actual en la poesía dominicana sigue siendo, por fortuna, lo más clásico. Es decir, aquella poesía que ha trascendido y se mantiene viva en razón de su incuestionable calidad y valor estético y lingüístico. Por supuesto que en el proceso evolutivo de nuestra poesía, desde el siglo XX al siglo XXI, se ha experimentado un enriquecimiento de la tradición, con nuevas propuestas y nuevas apuestas que la han diversificado y expandido por la dimensión hispanoamericana y por otras latitudes de lenguas y culturas. Las generaciones de fines del siglo pasado jugaron un papel preponderante en el cambio de discurso de nuestra poesía. Se trata de esas que para los jóvenes de hoy han de ser generaciones decisivas, en términos orteguianos, es decir, que han devenido en las que hay que superar a toda costa. Hay en ciertos representantes de la joven poesía actual, como lo han evidenciado los escritos de Plinio Chahín en ese sentido, una temprana madurez que augura un prometedor porvenir.

Y en el ejercicio del pensar intelectual nuestro ¿qué encuentra?

Las prestantes figuras del siglo XIX e inicios del siglo XX sentaron las bases del pensamiento dominicano por excelencia. Un pensamiento que desemboca en el delta de la historiografía, el humanismo, la sociología y la politología. Esas vertientes se han solidificado con el surgimiento de nuevas generaciones de investigadores e intelectuales y la especialización de los saberes en los espacios académicos. Hoy día hay campos sin precedentes como el de las humanidades digitales y la tecnociencia. La profesora Lusitania Martínez Jiménez ha publicado tres volúmenes sobre el pasado y presente de la filosofía dominicana. Persiste, no obstante, la pregunta acerca de la pertinencia de la expresión filosofía dominicana. Solo la práctica misma del acto de pensar, que lleva un curso dinámico en el país, podrá dar una respuesta definitiva. Harían falta tres elementos: investigación, sistematicidad y proyección internacional. Algunas revistas académicas indexadas irán contribuyendo al logro de esos elementos.

Con tan buenas cosechas, en el terreno literario, ¿qué más pretende hacer?

Me gustaría, en verdad, que escribir creativa o reflexivamente fuera mi único oficio, aunque le haya endilgado maldiciones Ezra Pound, porque tiene uno que exprimir el cerebro. En la tradición de los sembradores, y mi padre fue un maestro en ello, al año de una buena cosecha hay que abonarlo con la esperanza de otra mejor, en el año venidero. Que mi pretensión sea mecida en la magia de las palabras. No pretendo más.

Y si no pudiera ser poeta, ¿qué sería?

Muy probablemente hubiese sido artista visual. El dibujo y la pintura fueron mi primera manifestación artística. Me recibieron en la Escuela de Bellas Artes de La Vega, los maestros Lora y Lockward, sin que llegara a la edad reglamentaria para el ingreso. Tenía 10 años. Iba muy bien como alumno de segundo año. Pero, la miopía balaguerista frente a la educación y la cultura frustró mis aspiraciones. Una tarde encontré la escuela cerrada y los profesores y alumnos cabizbajos en la acera. Se adujo falta de presupuesto. A veces advierto que cuando escribo, en realidad, dibujo o pinto con palabras.

¿Se podría resumir su producción literaria en la combinación de la poesía y el pensamiento?

Creo que sí. La poesía es expresión simultánea de pensamiento y sentimiento. Aunque el gran poeta Antonio Gamoneda entiende que la poesía precede al pensamiento, yo, modestamente entiendo que prima en ellos la simultaneidad. Son, en efecto, por hibridación, por simbiosis. No existe el uno sin la otra. Hay en ellos la definitiva resolución por interrogación que de la imagen y el concepto hacía José Martí: “La lengua, ¿jinete o caballo del pensamiento?” Y la poesía es, esencialmente, lengua. Con la particularidad de que en ella, como expresó Miguel de Unamuno, “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Pensamiento y poesía son inseparables.

¿Cómo encontró su voz y la hizo distintiva?

Si la hubiese encontrado, entonces me habría secado. Lo interesante del lenguaje poético y de la reflexión filosófica es su inagotabilidad. La voz que crees haber encontrado te llama de distintas formas y así van naciendo los libros con tonos particulares. Cada manifestación escrita, cada acento particular responde al infinito alfabeto de una voz interior, que de ninguna manera se reduce a lo que solemos llamar estilo. En la voz que sospechas tuya y única está la multivocidad del lenguaje estético, la pluralidad del simbolismo poético

En su alforja literaria debe existir una gran cantidad de autores que han influido de alguna manera en usted. ¿Quiénes son?

Como buena escritora que eres, Emilia, sabes que responder a esta pregunta suele ser un acto sacrílego. Termina uno siendo injusto, porque señaló una serie de nombres en detrimento de otros de igual o mayor importancia. Hay libros que te marcan para toda la vida. Los autores, de alguna forma, van y vienen, aciertan y fallan. Mi altar tiene santos dependiendo de las devociones. Mejor no te ofrezco un listado, que resultaría insuficiente y, para mí, perturbador.

¿De dónde le viene la fascinación por la alta velocidad? ¿Cuáles sensaciones le aportan el motociclismo?

No es la velocidad lo que me apasiona. Es sentirme libre en las carreteras al convertirme, encima de la moto, en escudo del viento, en receptor de sus secretos, de los olores que arrebata a las hojas de los árboles y la yerba mojada, del aroma que espía al estiércol y el susurro de los ríos, del rayo de luz que el sol resbala sobre un paisaje rural en medio de la mañana. Descubrí ese misterio desde niño, yendo al campo con mi padre y lo llevé conmigo en mi tiempo de estudiante universitario. Debí apartarme de él, con dolor, por un tiempo. Hace diez años lo retomé. No es la velocidad, Emilia, es la magia de un sonido que crees dejar atrás, pero que sigue contigo, como un animal leal, como un eterno compañero de aventuras y deleites.

Y la vida familiar, ¿qué le da?

Si tuviera que enorgullecerme por algo que haya ayudado a crear, porque ha sido tarea de dos muy bien compartida, entre nosotros, Soraya y yo, y con nuestros predecesores y hermanos, sería de mi familia. La vida en familia ha sido en mí una fundamental fuerza inspiradora, resiliente, sanadora. Si me viera ante la tarea de personificar el sentido esperanzador del porvenir, allí estarían los rostros de nuestros hijos Yasser y Alberto, y de nuestros nietos Gonzalo y Amaia.

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