El museo dominicano que exhibe rocas traídas desde la Luna

Diario Libre hace una visita guiada al Museo Nacional de Historia Natural para conocer lo que atesora y conserva

Fachada del edificio que aloja al Museo Nacional de Historia Natural. (Diario Libre/Danelis Sena)

SANTO DOMINGO. Debajo de unos diminutos fragmentos negruzcos, protegidos dentro de una bola transparente, hay una bandera dominicana pequeña y desgastada. Una chapa descriptiva dice: “Esta bandera de su nación (República Dominicana) fue llevada a la Luna y regresada por la misión Apollo 11 (1969), y el fragmento de la superficie lunar exhibido fue traído a la Tierra por la tripulación de este primer alunizaje humano”.

Pero hay más. En el exhibidor se conserva otro fragmento más grande. “Este fragmento es una porción de roca del valle Taurus-Littrow de la Luna”, dice un letrero. Y hay otra vieja insignia tricolor. “Esta bandera de su nación (República Dominicana) fue llevada a la Luna a bordo de la nave espacial América durante la misión Apollo 17 (1972)”.

Estas reliquias son obsequios hechos al país por el Gobierno de los Estados Unidos como “símbolo de la unidad del esfuerzo humano” y “esperanza del pueblo norteamericano de un mundo de paz”. Se exhiben en la Sala del Universo del Museo Nacional de Historia Natural Prof. Eugenio de Jesús Marcano, un centro que guarda piezas únicas de la biodiversidad de La Hispaniola y del Caribe, que quizás muchos dominicanos ignoran a pesar de estar abierto desde 1982 y donde los adultos pagan RD$50 para entrar y los niños RD$25.

Según reportes de prensa, unas 270 piedras lunares fueron regaladas entre distintos países y en los estados de Estados Unidos por el gobierno de Richard Nixon, y de acuerdo con expertos e investigadores, no se sabe a dónde fueron a parar algunas de ellas.

En 2009 las agencias de prensa informaron que curadores del museo nacional holandés revelaron que una pequeña roca que supuestamente provenía de la primera llegada del hombre a la Luna, era en realidad un trozo de madera petrificada. La pieza perteneció a un exprimer ministro holandés.

Esa mañana, el equipo de Diario Libre comienza el recorrido por la Sala de los Gigantes Marinos. La guía Johanny Ruiz se dispone a explicar qué son esos dos esqueletos gigantes que cuelgan del techo, tácticamente ubicados para que sean lo primero que ve el visitante cuando entra al museo.

“Este pertenece a la ballena jorobada; fue hallada muerta en una de las playas de la Bahía de Samaná (1981)”, explica Ruiz. Sigue exponiendo los datos que ha aprendido para la función de guía que ejerce desde hace ocho años. “Es fácil de conservarlo (el esqueleto) porque son huesos, de hecho no todos son reales, hay algunos que son réplicas, porque al momento de enterrar la ballena, aparecen animales carroñeros y se llevan piezas”.

El otro esqueleto es de una ballena sei. “También conocida como ballena bacalao”, dice Ruiz. Es de un ejemplar encontrado muerto en 1974 en Buen Hombre, Montecristi.

La guía repasa la vida de los tiburones, enseña el auditorio con capacidad para 130 personas y llega luego a la Sala del Universo, donde están las muestras lunares obsequiadas por los Estados Unidos. Estas se ubican al comienzo de un oscuro pasillo donde se exhiben imágenes de nebulosas y otros cuerpos celestes tomadas desde la República Dominicana por el fotógrafo Maurice de Castro.

El pasillo conduce a un planetario donado por la Embajada de Japón, donde por RD$30 una persona puede ver, en una proyección de 28 minutos, una simulación de la bóveda celeste y una recreación del cielo nocturno.

Es el turno de ir a otra área. Le toca a Galicia Pérez ser la guía en la Sala de la Tierra. Como quien enciende la radio para escuchar información, así comienza la joven a exponer sobre la formación de los continentes y las características de las rocas.

Sigue ahora Heidy Ureña. Su sala es la de Ecología. Esta presenta una exposición variada de los tipos de ecosistemas que se encuentran en la isla. Ella explica que en el país hay 41 localidades de costa rocosa.

Frente a una réplica de arrecifes de coral, por el que “se pasean” peces como el loro, expone la importancia de estos ambientes marinos por las especies que albergan. No deja de mencionar que están amenazados por la contaminación, la pesca descontrolada y la falta de conciencia del hombre.

Una exposición en la Sala de la Tierra. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Réplicas de tortugas marinas en la Sala de la Ecología. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Recreaciones de bosques en la Sala de la Ecología. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Una guía mira una exposición de aves. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Exposición de aves en el Museo Nacional de Historia Natural. Por (Diario Libre/Danelis Sena)

Al llegar a la estación de las tortugas, presenta a Mochita, una réplica de una tortuga tinglar asesinada a palos en una playa de Haina. La bautizaron como Mochita porque un tiburón la mordió en una pata.

Ureña prosigue mostrando recreaciones de bosques de aspecto realista, de una cueva y del Lago Enriquillo, de una laguna inspirada en la Don Gregorio de Nizao..., mientras del sistema de sonido del museo se escucha el cantar de pájaros, de agua corriendo... El ambiente se siente natural.

Ahora toma el control la guía Laura Cruz, de la Sala de Aves. Ella muestra una exhibición de 27 aves endémicas que alberga La Hispaniola y sus islas adyacentes. Otra de especies introducidas que fueron disecadas, como la guinea y el gallo. Pasa por el área infantil Barrancolí, donde se enseña a los pequeños. Y en su recorrido se detiene frente a una vitrina donde hay cuatro boas de La Hispaniola vivas, reposando arrinconadas, rodeadas de la piel que han mudado.

El momento ha llegado de entrar a la Sala de la Biogeografía. En esta hay un oso pardo con los brazos en posición de ataque, un león que mira con ojos amenazantes, un leopardo que muerde por el cuello a una gacela y otros animales cuidadosamente disecados. Sólo la falta de respiración tranquiliza al espectador y le asegura que no se moverán. La colección fue donada en 2002 por Luis Castillo, un dominicano residente en los Estados Unidos, donde estuvieron en exhibición durante varios años.

En el último piso del museo se exhiben unos telescopios que anuncian que el área y la azotea del edificio se usan para observaciones astronómicas mensuales. La institución trabaja esta parte junto con la Sociedad Astronómica Dominicana. A la última observación asistieron más de 600 personas.

Llega el momento de bajar al segundo nivel para ver una exposición abierta en febrero pasado: la Sala Historia de la Vida. Un video de nueve minutos sobre el origen de la Tierra antecede al ingreso al salón donde se explica la extinción de los dinosaurios, la evolución del hombre y se reta al visitante con juegos.

Exhibición de dinosaurios en la nueva sala Historia de la Vida. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Una réplica del esqueleto de un dinosaurio en la sala Historia de la Vida. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Exposición de cráneos para explicar la evolución humana. Por (Diario Libre/Danelis Sena)

El recorrido termina. Las guías agradecen la visita.

Las guías sólo hacen su función en español, si un visitante habla inglés u otro idioma, hacen algún esfuerzo por ayudarlo. Si llegan en grupos que ya tienen un guía turístico, este sirve de traductor. Los directivos del museo, que recibe unos 150,000 visitantes al año, han intentado instalar audioguías en distintos idiomas, pero no han logrado establecer un acuerdo beneficioso con las empresas que ofrecen el servicio.

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El “bajo mundo” que no se ve

En los niveles inferiores del edificio del museo hay un taller de taxidermia y un tesoro que no está abierto al público. Son parte de los programas de conservación e investigación que ejecuta la institución, adscrita al Ministerio de Medio Ambiente.

Hay colecciones en seco, en húmedo (alcohol) y entomológicas. “Tenemos alrededor de 165,000 especímenes de todas las colecciones científicas de referencia, y de esos 165,000 especímenes hay alrededor de 485 tipos”, dice Carlos Suriel, encargado del Departamento de Investigación y Conservación del museo.

Insectos conservados para fines de investigación y conservación. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Una iguana conservada en un refrigerador en el taller de taxidermia. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Huesos conservados para investigación. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Depósito húmedo donde se conservan especies para investigación. Por (Diario Libre/Danelis Sena)
Una culebra conservada en alcohol. Por (Diario Libre/Danelis Sena)

Así, en el museo están celosamente conservados en tres depósitos insectos, arácnidos, miriápodos, moluscos, crustáceos, equinodermos, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, que sirven para estudios locales y del extranjero. Hay, por ejemplo, huesos de perezosos dominicanos, ya extinguidos, y una serpiente en un frasco lleno de alcohol.

Un grupo de herpetólogos de las universidades Harvard y Cornell desarrolla un trabajo de investigación y solicitó la colaboración del museo. Un personal los estuvo acompañando recientemente en Montecristi. “Cuando ellos regresen del campo, dentro de unos días, de esos especímenes que habrán colectado se saca una parte, porque es una disposición del Ministerio de Medio Ambiente, de que dejen réplicas aquí en el museo”, explica Suriel.

El reto de un museo en la era tecnológica

“Cada día trabajamos más para que los visitantes, no solamente lleguen en mayor cantidad, sino para que regresen al museo y para que encuentren en el museo atractivos que los hagan regresar, y que les lleven educación y conocimiento científico de una manera atractiva y divertida”, dice Celeste Mir, su directora.

En la semana, son los estudiantes quienes más visitan, los fines de semana, familias. El pico se registra cuando se celebra cada año, por unas dos semanas, la Feria Internacional del Libro, en los terrenos de la Plaza de la Cultura, donde se encuentra el museo.

Quienes representan un reto son los turistas, dice Mir. “No depende enteramente de nosotros, sino de que los turistas estén en esta zona”, afirma.

Al recordar una situación que se ventiló en la prensa hace más de una década, referente a hongos y bacterias que alegadamente alojaba el recinto, que eran perjudiciales para la salud, Mir explica que se han hecho evaluaciones en conjunto con el Instituto de Microbiología y Parasitología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y con el Instituto de Innovación en Biotecnología e Industria (IIBI).

“Todos dieron que en la mayoría de los lugares el nivel de microorganismos fue cercano a cero”, afirma.

El museo, según ella, quien tiene 11 años en la institución, está viviendo su mejor época. A diferencia de otros que existen en la Plaza de la Cultura, tiene una infraestructura mantenida, con un aire central nuevo, problemas de filtraciones corregidos y salas remodeladas.

“Tenemos también el reto de seguir conquistando un público cada vez más difícil, en un mundo globalizado, en un mundo tecnológico, eso le plantea retos a todos los museos”, concluye.

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