Amelia Francasci y Carmen Natalia: voces olvidadas del canon literario

Portada de la edición de dos novelas de la escritora dominicana Amelia Francasci, de Cielonaranja. (Editora Cielonaranja)

SANTO DOMINGO. Sus nombres no aparecen en los textos de bachillerato, y es posible que solo sean referidas en algún programa de especialidad de literatura universitaria. Una de ellas, nacida justo a mitad del siglo XIX, está ausente en compilaciones o ensayos sobre la narrativa dominicana; la otra es casi un fantasma generacional en las antologías poéticas, y ha sido obviada en las referencias sobre la novela dominicana, aunque cada vez es más común encontrarla en blogs y artículos sobre literatura.

La primera nació seis años después de la Independencia Nacional, en 1850. Estudió en Curazao y otras islas de las Antillas Menores, una educación privilegiada para la época. Se casó a los 35 años. Su primera novela, “Madre Culpable”, publicada primero en forma de folletín en el “Eco de la opinión” en 1893, fue editada en 1901 con un prólogo de Manuel de Jesús Galván, el reconocido autor de “Enriquillo” y su contemporáneo.

La segunda nació en 1917, este abril hace cien años. Poeta, ensayista, dramaturga, narradora y luchadora antitrujillista. Sus poemas cruzan el campo minado del amor, la conciencia femenina y la rabia contra el régimen. En 1950 tuvo que exiliarse en Puerto Rico, perseguida por la dictadura, donde desarrolló una fructífera carrera literaria. En 1959 su poema “Llanto sin término por el hijo nunca llegado” le mereció un primer premio del Ateneo de Puerto Rico. Cuando regresó al país, luego de la muerte de Rafael Leonidas Trujillo, fue nombrada en distintas instancias de las Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde llevó la defensa de los derechos de la mujer.

Amelia Francisca Marchena, que publicó bajo el seudónimo de Amelia Francasci, la primera. Carmen Natalia Martínez Bonilla, quien firmó sus trabajos literarios solo como Carmen Natalia, la segunda.

Dos nombres, dos mujeres, dos escritoras olvidadas por el canon literario dominicano.

Amelia Francasci, la ruptura de un paradigma

“No es la autora decimonónica arquetípica que esperaban”, sentencia la escritora e investigadora Ylonka Nacidit Perdomo sobre Amelia Francasci, considerada la primera novelista dominicana, y agrega que ha sido olvidada por la “crítica misógina”, término que le cabría a comentarios como los del ensayista e historiador Américo Lugo, quien calificó la obra de Francasci de “insulso idealismo”.

“Hizo la ruptura con el ámbito de lo doméstico; desorientó a los nacionalistas; puso en crisis los dechados de ‘virtud’ que deben adornar a una madre; se distanció finalmente del romanticismo; emergió como novelista para darle a la palabra de mujer otros significados, y excepcionalmente narró desde otro ambiente, ficticio omniscientemente, la tensión que se vive en el mundo desde los enmascaramiento de la realidad”, sostiene Perdomo.

Para el editor Miguel De Mena, quien recientemente puso en circulación dos de sus obras –la novela “Francisca Martinoff” y el ensayo “Recuerdos e impresiones. Historia de una novela”, su olvido del ámbito literario se debe a su libro “Meriño íntimo” (1926), una especie de biografía del arzobispo. “La crítica se detuvo ahí, no vio el resto de su obra, la consideró frívola y por eso la desterró”, expresa De Mena.

“Ella trascendió el ambiente local, se situó en una sensibilidad postnacional, de época, se negaba a ser ‘dominicana’ en el sentido de no incluir los conflictos tradicionales del país. En nuestro país hay una obsesión en la que el autor tiene que ser ‘nacional’, tratar temas de nuestra media isla, y en su caso, al menos en su primera ‘Francisca Martinoff”, no fue así”, reflexiona el editor dominicano radicado en Alemania.

Ante la valoración de la obra de Francasci, que también incluyó cuentos y un epistolario perdido por el ciclón San Zenón en 1930 y que recogía el intercambio entre ella y el escritor francés Pierre Lotí (Julien Viaud), tanto Perdomo como De Mena destacan la estructura metódica e intimista de Francasci.

“Sabía con cuáles herramientas y técnicas narrativas suficientes y eficaces podría desde distintos planos evidenciar a las pasiones mundanas; cuestionar el orden social subyacente ‘moralista’”, destaca Ylonka Nacidit Perdomo. “Se inscribe dentro de una sensibilidad bastante impresionista: ella describe situaciones, personajes, acciones, con pocos recursos, de manera bien condensada. Cuando la leía me sentía como cuando estaba leyendo el “Werther” de Goethe: ese narrar los dolores en los que tú extrañamente te implicas”, considera Miguel de Mena.

A juicio De Mena, Francasci no tiene una lectura propiamente feminista, pues a pesar de que “trata temas femeninos” la novelista “no aboga por los temas tradicionales de la lucha feminista. Lo suyo es cierto intimismo, una condición humana que se queda dentro de la casa”.

Carmen Natalia, el exilio que cuestiona

Exiliada de la dictadura, contra la cual se manifestó desde su obra, también ha sido exiliada de los espacios de apreciación literaria. Carmen Natalia Martínez Bonilla fue una autodidacta, reseña la escritora y ensayista Sherezada (Chiqui) Vicioso en uno de sus artículos. Su posición política le negó hasta su ingreso a la Universidad de Santo Domingo, en la que quería estudiar Filosofía y Letras.

No obstante, y más allá de su militancia antitrujillista, que a consideración del editor Miguel De Mena, suele ser el elemento que se destaca de su vida sin ahondar en su obra, Carmen Natalia logró crear una obra valiosa que le mereció no solo el reconocimiento en su poesía desde muy joven, sino un galardón por su novela “La Victoria”, premiada como la mejor novela dominicana en el Concurso Interamericano Farrar and Reindhart, en Washington, en 1942.

“De su narrativa y su ensayística te podría decir que estamos ante una autora que destaca por la originalidad en el tratamiento de los temas”, apunta De Mena, que resalta la importancia de recuperar su obra literaria.

“‘La Victoria’ es una de las grandes novelas dominicanas, por su dinámica, el ritmo y la simpleza de las situaciones que construye. Y sobre todo: porque no te sientes que estás leyendo dentro de una barricada, aunque lógicamente que en su caso, hay una abierta actitud de cuestionamiento al orden social del Trujillato”, puntualiza.

En tanto que para la investigadora Ylonka Nacidit Perdomo, quien trabaja en los preparativos para un homenaje a Carmen Natalia en la próxima Feria Internacional del Libro por el centenario de su nacimiento, “su obra poética desafiante, de plenitud expresiva, es de una singularidad sorprendente; es inspiradora, motivadora para crear una laboriosidad”.

Perdomo destaca que a pesar de las persecuciones, el exilio y las dificultades, Carmen Natalia “no dejó nunca de escribir. Sus poemas Canto a la tierra (1938), La Miseria está de ronda (1948), No fue porque yo quise (1949), y El Grito (1949) son cuatro textos de su obra cumbre desgarradores, que clavan en el alma un aguijón estremecedor”.