Orlando Mondragón, el médico que conecta la vida y la muerte desde la poesía
Es médico y escritor, dos visiones que se conjugaron para escribir “Cuadernos de patología humana”, un poemario de tránsito emocional desde el dolor, la vida y la muerte
Todavía no cumple 25 años. Hace guardia en un hospital. Atiende, sutura, toma temperaturas, chequea signos vitales. Sus colegas, estudiantes de término de medicina igual que él, hacen lo mismo. Pero Orlando Mondragón hace algo más. Escribe.
“La enfermedad no enseña,/no es un instrumento de castigo./Existe/sin dirección,/sin propósito”.
Cinco años y muchos borradores no contados después, se convierte en el escritor más joven en ganar el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2021 con “Cuadernos de patología humana”, que reúne ese tránsito emocional desde el dolor, la vida y la muerte.
Pero en su conversación, en su primera visita a República Dominicana invitado al recién finalizado Festival Centroamérica Cuenta, el joven escritor mexicano aborda algo más allá de ese limbo del cuerpo doliente. Nos lleva al vínculo, a la idea de pertenecer.
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- Virginia Woolf se queja en su ensayo “De la enfermedad” de la apatía literaria al abordar el cuerpo enfermo. En tu obra encontramos una antítesis a esta queja, das la cara la enfermedad y la muerte desde la palabra. Esta mirada del ocaso de la vida de tu poemario, ¿Cómo conjugaste la visión de médico y la de escritor en este poemario sobre la enfermedad y la muerte?
¡Híjole, empezamos con las difíciles! Es que no puedo quitar la mirada del poeta cuando estoy de médico tampoco. No es como que en la mañana sea el doctor Jekyll y en la tarde mister Hyde. No se disocia. Creo que es parte de lo que me gusta de la poesía. Creo que toma en cuenta la subjetividad del conocimiento y de cómo, a veces, lo que consideramos más objetivo también atraviesa por lo emocional.
Y en caso específico de “Cuadernos de patología humana” (Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2021) son las experiencias que viví en el último año de formación médica que es el internado, que después de los cuatro o cinco años de escuela se va un año a participar en un hospital y, bueno, sucede que en un hospital hay mucha muerte, que a pesar de que sea un sitio para el resguardo de la vida y de la restauración de la salud, hay mucha muerte. Y a partir de esta visión que mencionas del poeta, quise revivir, no tanto con el afán de acercarme como desde el morbo o de la tragedia del otro, sino por un intento de explicarme también de lo que estaba pasando, de lo que estaba experimentando al estar al cuidado de otra persona, de otro ser humano.
- Esto se podría extrapolar a tu primer poemario, Epicedio del padre (Premio de Poesía Joven Alejandro Aura, 2017), esa manera de enfrentar la enfermedad y la muerte, pero frente al padre.
Creo que la médula del primer poemario es otra cosa. Es un poemario que escribí con mucho enojo, pero la enfermedad que atravesaba, que atraviesa ese libro, es vista desde la culpa, pero también desde la capacidad que tiene la enfermedad para la reconciliación, y de alguna manera con la esperanza. Y creo que la médula de ese primer libro era más de denuncia que de exponerme.
Me di la licencia poética de hacerlo sobre la muerte del padre, aunque mi padre seguía vivo, y creo que la visión de la enfermedad allí era vista por la capacidad de acércanos unos con los otros, cosa que está en este otro poemario. Creo que si tuviera que definir de que va que es como a pesar de ser desconocidos nos seguimos necesitando.
- Esta pregunta va como el dilema del huevo y la gallina. ¿Qué fue primero, tu vocación como médico o tu vocación como escritor?
(Ríe). No sé. Va como para años de psicoanálisis para ver los dóndes y los porqués, la causas. Quién sabe. Vengo de un pueblo pequeño y desde los seis o siete años empecé a declamar poemas, muy conmemorativos. El día de la madre, el día de la patria… quiero pensar que desde la oralidad empecé a interesarme por la poesía. Pero también es cierto que desde muy pequeño mis papás me compraban mi quid de médico, mi alegría. Creo que nacieron de forma paralela. A veces he dicho que son dos vocaciones que son parte de un mismo árbol, mientras uno crece hacia la tierra, la otra parte, las ramas, crece hacia el cielo. En ese aspecto, la medicina es la fundación, las raíces, que me mantiene sujeto, y la poesía es que me hace mirar hacia arriba.
- Una respuesta poética
(Risas). El oficio me marca.
- Con tu segundo poemario ganaste el Premio Loewe en 2021. ¿En qué año escribiste el poemario?
Fue en el 2016. Ya habían pasado cinco años. Pero desde entonces ya quería escribir algo sobre eso. Fue todo un proceso para escribir el libro.
- Hubo varios borradores
Varios. El libro nació con el pretexto que tiene hacer un proyecto libro para ganarme una beca para poder escribir y la premisa era esa, el médico en un hospital en una noche de guardia. Ya después se fue transformando en otra cosa. El libro adquiere sus propias preguntas, sus propias interrogantes. De ese primer borrador creo que conservo un poema. Ya después lo estuve trabajando cuando me dieron la beca de la Fundación para Letras Mexicanas y luego fue estar sometiendo a examen constante esos pobres poemas (risas).
Pero es cierto que, durante este proceso, de estar corrigiendo y de corrección, de discernir que poema entra y cual no, pues atravesó la pandemia, lamentablemente, y hay poemas que reflejan esto. No necesariamente desde mi punto de vista, sino desde mis amigos y colegas que estuvieron al frente, atendiendo en los hospitales.
- Todavía hay gente que habla mucho de inspiración al escribir o de musas cuando se refieren a escritores. ¿Cómo llamarías a lo que te empuja a escribir?
Pues eso, inspiración (risas). Yo sí creo en la inspiración. En el ejercicio creativo creo que hay cosas que nos empuja, una fuerza misteriosa. Y la poesía para mí todavía tiene esta aura de misterio, de enigma. El ejercicio creativo somete constantemente a uno a muchas interrogantes, uno de los interrogantes más difíciles de responder son los porqués, pues creo que es parte de mi forma de responderme a mí mismo, de estarme preguntando por las causas… no tanto por las causas, sino buscar sentido a lo que me acontece y tengo que escribirlo, ya sea preguntarme por la muerte, por el amor, por la vida, mi forma de contestarme eso es escribiendo.
Pero sí creo en la inspiración, si creo que hay procesos mentales, cognitivos, que suceden antes del proceso consciente que te empujan a escribir sobre algo. Creo que no tenemos una elección en ese aspecto. Te mencionaba que el ejercicio tiene esa cosa de enigma todavía porque es como esta historia que le preguntan a un ciempiés de cómo le haces para caminar con tantos pies, y el ciempiés se empieza a preguntar de no sé cómo le hago y desde entonces ya no pudo caminar. Creo también que la poesía permanece con una cara oculta, como la luna, para que no se nos vaya de las manos.
- ¿Qué te han dicho los colegas, médicos, que han leído tu poemario?
Estaba hablando con Basilio Sánchez, que también es médico y que también ganó el premio Loewe, me dijo ahí está todo, está el primer paciente intubado. Otro médico me dijo, te voy a recitar el poema de la tetralogía de Fallot, y es algo que no está explícito en ningún lado del texto pero que por supuesto que está ahí y la identifican. Y hay muchos guiños a nuestros años de formación, porque esa fue la mirada con la que quise acercarme a estas experiencias, no sé si llamarlo inocencia, la ingenuidad de un médico que se acerca a la experiencia del cuerpo doliente.
- ¿Crees que la literatura es una especie de triunfo del inevitable final de la vida, de la muerte?
Sí, hay un ánimo de transcender de cada escritor. Se busca una materialización más allá de ti mismo, pero creo que el ánimo primero del oficio de escribir es conectar con el otro, buscar rodearte de la tribu, de establecer puentes, vínculos más allá de ti y en ese aspecto es algo mucho más humano, una idea mucho más sencilla, la idea de pertenecer.
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