Palabra de casabera
De la yuca al casabe, historia, tradición y cultura
Nuestras casaberas lo dijeron mejor que nadie. Hablaron de tiempo y de tradición; de seguir escuchando el pasado en el presente, de legado y herencia cultural viva que nos enorgullece.
La moncionera Cándida Castillo nos dijo que cada mordisco de casabe nos recuerda «la rica herencia taína que llevamos en nuestros corazones caribeños». Porque las herencias de los que nos precedieron, más cuando son tan ricas como el casabe, no solo son un legado material, sino que están impregnadas de emociones y sentimientos.
La villamellera Mariela Sepúlveda nos invitó a escuchar «el grito ancestral de los antepasados» y a reconocer «el valor inmensurable de su legado en nuestras tradiciones culinarias». Inmensurable, sí, que no puede medirse, que es de muy difícil medida, como nos enseña el Diccionario de la lengua española.
Y la Unesco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, así ha reconocido nuestro casabe, su proceso de elaboración y su consumo, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Tiempo, tradición y legado, tres palabras que tanto nos resuenan cuando nos referimos a nuestra lengua. Y la palabra casabe, aunque haya pasado desapercibida, simboliza la trascendencia y el significado de este acervo ancestral que comparte con la lengua su relevancia como símbolo de identidad y cohesión social.
Fray Pedro Simón publicó en 1627 las Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales, que incluye un vocabulario cargado de voces indígenas con valiosas descripciones.
Entre ellas el padre Simón, quien había residido en Santo Domingo en 1607, nos explica así el proceso de elaboración del casabe, del que sin duda fue testigo:
- «Es pan echo de unas rayzes que llaman yucas, las quales siembran, y después de dos, o tres años, que están de sazón las desentierran, y rallan en unas piedras ásperas, y esprimiéndoles en unas presas aquel jugo con que queda aquella masa, la van echando en unas caçuelas de barro estendidas, que están a la lumbre con fuego manso, y assí van quajando unas tortas grandes, o pequeñas como las quieren hazer, y estar quajadas, y cozidas, todo se haze de una vez. Es sustento muy universal en las tierras calientes, que es donde se dan estas rayzes».
La palabra casabe (o su variante ortográfica cazabe) es un ejemplo de cómo las voces indígenas –en este caso arahuaca– se fueron imbricando desde muy temprano en la lengua española.
Las variantes gráficas de algunos de nuestros indigenismos nos hablan de historia, del paso a paso y las vacilaciones en su proceso de hispanización. En el español dominicano la variante más habitual es casabe, pero en otras zonas también la encontramos la escritura con zeta, igualmente válida.
Pero recordemos que en un texto debemos elegir una de las variantes y mantenerla.
Con las realidades llegaron las palabras que las nombraban, y no había una realidad más presente en la cultura antillana que la elaboración y el consumo del casabe. La palabra yuca, de origen taíno, nombraba una de las bases del sustento indígena.
Y «todo el mundo sabe que, sin la yuca, el casabe no se puede elaborar».
Y a las voces casabe y yuca las acompañó una constelación de palabras que la lengua española adoptó y adaptó hasta hacerlas suyas, nuestras, de todos.
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