Un fin de semana para el alma
Nos fuimos con la premisa de que ese viaje nos saldría más barato que asistir a terapia y lo confirmamos con creces
Hace unos días un grupo de nueve amigas que se conocen desde antes de mudar los dientes de leche y que compartieron aula y confidencias en el colegio, se reunieron en Puerto Plata para celebrar la vida y la amistad.
Comenzamos a planificar la escapada desde hace meses, con todo lujo de detalles. Dejamos por un rato hijos, compañeros, trabajos y responsabilidades para encontrarnos y pasar cuatro días llenos de risas y anécdotas. Eso sí, llevamos maletas, ropas, sombreros, pareos, zapatos, lentes y cachivaches como para un mes.
Desde que salimos del colegio nuestras vidas tomaron rumbos diferentes. Algunas se fueron del país, otras nos quedamos. Entre matrimonios exitosos y otros no tanto, levantamos familias y trabajamos en diferentes áreas. En nuestro grupo ya hay una feliz abuela de dos y otra aspirante a serlo, esperando con alegría a su primer nieto.
Todas, sin excepción, hemos caído, nos hemos levantado y seguimos adelante. Todas aprendimos de nuestros errores y seguimos adelante. A pesar de las lágrimas, las decepciones y también de muchas alegrías, hemos encontrado la paz que da el aceptarse como una es: con defectos, virtudes y muchas mañas.
Desde hace años mantenemos un chat en el que interactuamos todos los días. Lo creamos para compartir ideas de comidas y apoyarnos para construir un estilo de vida saludable con el que enfrentar la menopausia con entusiasmo y no tan gordas.
Nos animamos frente a cada plato de lechuga, aplaudimos cada libra perdida y kilometro caminado. Compartimos las frustraciones de los chichos rebeldes, de las pastillas de magnesio y de los sofocos que aparecen en las reuniones más importantes obligándonos a abanicarnos sin dignidad alguna.
Pero, sobre todo, hemos compartido vidas y sueños bajo el manto de la más hermosa amistad.
Durante nuestro viaje, nos hicimos expertas en reels y fotos, caminamos Puerto Plata y revisitamos sus tesoros, comimos sin dieta y sacamos tiempo para compartir desde el corazón.
Hubo muchas risas y muchas lágrimas, regalos con historia e historias que nos marcaron, sueños postergados que compartimos. De mi parte descubrí el verdadero significado de la palabra sororidad.
Pero lo que realmente aprendimos es que necesitamos encontrar ese tiempo para nosotras, un espacio donde poder ser y estar, sin miedos, ni poses ni juicios y sin ninguna otra obligación salvo ser felices.
Y es que, para cuidar de otros, primero tenemos que cuidar de nosotras. Purificar el corazón y reírnos a carcajadas. Y si eso no funciona, llorar a mares, pero sanar para continuar caminando y cosechando.
Agradezco a Mariló, Dominga, Yvonne, Addis, Maribel, Ana María, Trudy y Dalila por un fin de semana de esos que no se olvidan.
Por tantas fotos y videos que nos perseguirán toda la vida. Por la gente que siguió nuestras aventuras por las redes y nos felicitó porque nos atrevimos a hacer lo que muchas sueñan.
Porque engordamos 10 libras y perdimos 10 años y porque una vez más pude constatar que la amistad sincera tiene la virtud de sanar y enseñar.
Nos fuimos con la premisa de que ese viaje nos saldría más barato que asistir a terapia y lo confirmamos con creces. Locas y sueltas, planificamos felices nuestro próximo destino. ¿Quién se anota?
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