La voz del agua
La influencia árabe en el idioma español es notable, especialmente en términos relacionados con el agua y la agricultura, heredados de al-Ándalus
Si no nos lo ha enseñado la experiencia, lo han hecho los relatos infinitos de Las mil noches y una noche o los poemas de Borges: el agua es vida.
Más allá de consignas, los musulmanes que conquistaron Hispania, su al-Ándalus, de donde procede Andalucía, lo sabían de cierto. Jorge Luis Borges nos lo contó en su poema Alhambra: «Grata la voz del agua / a quien abrumaron negras arenas, […] / gratos los finos laberintos del agua / entre los limoneros».
El agua, el «cristal viviente» de Borges, está detrás de muchas de las palabras que el árabe legó al español. Las acequias, del árabe hispano assáqya, conducían las aguas de riego, y lo siguen haciendo, y los azarbes, de assárb, las recogen cuando sobran después de regar.
Para que nunca falte tenemos los aljibes, algubb, depósitos subterráneos para recogerla y almacenarla; nuestras cisternas de ahora, estas sí de origen latino. Si el depósito se construye sobre tierra, cercado por muros, tenemos una alberca, con origen en el árabe hispano albírka.
De niña todavía me bañé en la alberca del patio de mi abuela y, en algunas zonas de América, se le llama alberca a la piscina. Si se trata de transportar el agua desde el pozo, el río o la acequia, ahí está la noria, del árabe hispano na’úra. Por semejanza, llamamos noria a esa atracción de feria de cuya enorme rueda, en lugar de cangilones, cuelgan asientos.
Cuando el agua llegaba a los campos de al-Ándalus, la vida se abría paso. Tantos y tantos nombres de flores y vegetales nos susurran al oído que el paraíso no existe sin el agua.
La maestría agricultora de los andalusíes, gentilicio de los musulmanes de al-Ándalus, cultivó muchas palabras que siguen floreciendo en nuestra lengua: alcachofas, de alharsufa; zanahorias, de safunnárya; berenjenas, de badingána. Nuestras imprescindibles habichuelas, derivado de haba, del latín faba (de donde, por cierto, vienen también las fabes de la fabada), tienen en nuestra lengua muchos sinónimos, entre ellos, el procedente del árabe alubias. Inagotables los campos, inagotable la lengua: azafrán, de azza’farán; algodón, de alqutún; azúcar, de assúkkar.
- Las almazaras, del árabe hispano alma’sára, no paran de moler aceitunas, de azzaytúna. De la molienda no cesa de brotar el aceite, de azzáyt. En el tiempo y en la lengua, aceite y aceitunas conviven con óleo, olivos y olivas, hermosas palabras que nos legó el latín.
No todo va a ser comer. Los jardines y patios andalusíes recreaban el paraíso en sus arriates, del árabe arriyád. En ellos florecían y perfumaban el aire la azucena, de asussána; la adelfa, de addífla; el alhelí, de alhayrí; el arrayán, de array?án. Azahar, del árabe hispano azzahár, significaba en árabe clásico ‘flores’, de ahí que en nuestra lengua signifique ‘flor’ y, por antonomasia, lo usemos para referirnos a las fragantes flores del naranjo y el limonero. Palabras hermosas, atesoradas desde entonces, florecen en nuestra lengua y, si nosotros queremos y sabemos, lo seguirán haciendo.
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