Un aguacero divertido
Fredy Ginebra coincide con una inquisitiva dama que lo interroga bajo un aguacero
Cuando la señora se detuvo a mi lado no sospeché lo que me iba a preguntar.
Pensé que quizás comentaría la lluvia pues llovía a cántaros, o sobre lo que se le ocurriera, pero no, me miró a los ojos y me dijo si yo tenía tiempo para ella, que le regalara unos minutos y la escuchara.
Estaba esperando a que su chofer viniera a recogerla.
-Claro que sí -le contesté con simpatía-, yo al igual que usted estoy atrapado por el agua y no puedo salir a mojarme.
Me miró de arriba a abajo.
-¿Qué edad tiene usted?
-Voy a cumplir 80 -le contesté orgulloso de haber llegado.
-Le llevo 9 -me dejó caer sin pestañear, arreglándose su elegante pelo gris y agregó-, para tener esa edad está muy bien, quizás un poco gordo pero se le ve sano.
Me sentí incómodo, pero no dije nada e intenté sumir la barriga lo más que pude.
Hizo una pausa y me miró las manos.
-¿Usted es escritor o actor?
-Intento ambas profesiones, pero nada del otro mundo.
-¿Y su nombre?
Le dije mi nombre y no movió ni un músculo, secretamente esperaba una mejor reacción de admiradora, pero sentí que ella no me conocía y me atreví a preguntar.
-¿Y porque usted me preguntó si era actor o escritor?, ¿cómo sabía?
La abuela nostálgica
-No sabía -dijo secamente-, pero su rostro me pareció verlo en algún periódico y sé que político no es, no tiene pinta, además lo siento sencillo, ¿es así verdad?
-Bueno -dije tartamudeando- intento, no veo porqué tendría que ser diferente.
-¿Siempre ha llevado barba, o es un look nuevo?
-Desde que descubrí que me salía me la dejé, no me gusta la rutina de afeitarme y además ya me gusta, van muchos años con ella.
Me miró de nuevo la mano y observo mi anillo.
Silencio discreto.
-¿Tiene esposa viva?
-Sí -contesté sonriendo sin saber para donde iría con esa pregunta.
-¿Y a ella le gusta su barba?
-Nunca ha protestado
-¿Da trabajo?
-¿Qué da trabajo? ¿La esposa o la barba? Intenté ser simpático.
-Mantener la barba -sin reír añadió- hay que lavarla mucho porque si no, imagínese.
No sé qué me quiso decir así que volví a sonreír divertido.
Llueve mucho y ahora con más intensidad. Ambos estamos parados en la puerta de una farmacia, yo esperando que escampe para buscar mi carro y ella su chofer que aún no llega.
Discretamente volvimos a mirarnos de pies a cabeza y, sin decirnos nada, disimulamos y sonreímos.
-¿Le gusta la lluvia?
-Mucho.
-¿Porqué?
-No sé, siempre me ha gustado, creo soy un romántico.
-¿Y la Navidad?
-También.
-¿También qué?
-También me gusta.
Eso del romanticismo es buena excusa. Yo ya estoy cansada de la Navidad, van muchas, me acuesto temprano, además casi todos los que quiero se han ido y solo me queda un hijo y unos nietos que nunca me acompañan.
No supe qué decir.
-¿Y a usted por qué le gusta?
-Bueno, tengo una familia hermosa, esposa, hijos, nietos, amigos, y es como una fecha donde celebramos el nacimiento del amor…. eso.
-¡Qué dicha! Ojalá mantenga siempre la ilusión.
Llega su carro. Rápidamente su chofer se desmonta paraguas abierto en mano, ella le entrega una bolsa con algunos regalos y le toma de la mano para ayudarse.
-Ha sido muy amable en acompañarme y darme conversación -me dice antes de desaparecer dentro del auto-. Buscaré su nombre en internet para seguirlo, me parece un anciano muy interesante. Feliz Navidad.
Y desapareció debajo de la lluvia. Así tan sencillamente, como la vida misma.
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