‘Pulp Fiction’: una joya del siglo XX
Se cumplen tres décadas del estreno de una cinta que se convirtió en un clásico de culto de manera instantánea
Pocas películas como esta han conseguido grabar en la memoria de los espectadores la simbología de la obra maestra de Tarantino.
Ganó la Palma de Oro en Cannes en 1994, donde se impuso a Nanni Moretti, Abbas Kiarostami o el mismísimo Krzysztof Kieslowski, pero no pudo con ‘Forrest Gump’ (1994), la recordada obra de Robert Zemeckis que le arrebató el Óscar a mejor película en una ceremonia donde la cinta de Tarantino tuvo que conformarse con una estatuilla al mejor guion original de entre sus siete nominaciones.
Parodiada y homenajeada hasta la saciedad, cada fotograma de ‘Pulp Fiction’ ha pasado a la historia del cine como la última joya del siglo XX y la piedra angular de un cine posmoderno.
Este era un filme que coqueteaba con los viejos géneros del Hollywood más clásico mientras buceaba en un nihilismo propio de la época; lo punki había dado paso a lo grunge y el vídeo ya estaba matando a la estrella de la radio.
En medio de todo eso, un joven que había demostrado su capacidad de jugar en una angustiosa atmósfera de espacio único con ‘Reservoir Dogs’ (1992), se propuso revitalizar las historias de las novelas pulp (novelas de serie B impresas en un papel más barato) en una suerte de rompecabezas narrativo donde, cultura pop mediante, iba a sentar las bases de un universo cinematográfico propio.
¿De qué hablan los gánsteres cuando nadie les mira?
En la década de los noventa, el cine negro (o noir) era considerado como algo anticuado, hasta el punto de añadirle el prefijo ‘neo‘ para darle una nueva vida que, salvo en contadas ocasiones (y esta sin duda fue una de ellas), nada tenía que ver con el esplendor de los años cuarenta y cincuenta.
A caballo entre un neo-noir y la comedia más macabra, ‘Pulp Fiction’ daba una vuelta de tuerca al arquetipo del gánster e introducía en los personajes un nuevo elemento: la cotidianidad.
El hecho de ver a dos sicarios a punto de ir a ejecutar un crimen mientras mantiene la misma conversación intrascendente que tendríamos con un compañero del trabajo, hace de la obra de Tarantino un punto y aparte en el tratamiento del género.
Su fragmentada narrativa supuso un soplo de aire fresco en una cinematografía que ya empezaba a anquilosarse tras la llegada del ‘blockbuster’ (películas destinadas a grandes públicos) y el ocaso del ‘nuevo Hollywood’, que venía de romper con el infame código Hays, la norma que censuraba las producciones estadounidenses bajo criterios de moralidad y patriotismo.
Tras una década en la que el cine comercial se consolidó con grandes nombres como George Lucas o Steven Spielberg, Tarantino revolucionó las salas con ese ‘mirlo blanco’ que cada mucho tiempo sucede en la industria: cuando el cine de autor se cuela en el cine comercial.
Con un estilo marcadamente personal y un presupuesto de ocho millones de dólares, recaudó más de doscientos millones en todo el mundo, volviendo sobradamente rentable una cinta que no estaba concebida para ello.
El ladrón de fotogramas
La infancia de Quentin Tarantino imbuido en novelas pulp, así como sus innumerables visitas al videoclub, han hecho del cineasta una mente privilegiada a la hora de albergar fotogramas que han conseguido ser resignificados con el ‘sello Tarantino’, en ocasiones muy por encima incluso de los originales.
Es el caso del famoso baile entre John Travolta y Uma Thurman al ritmo de ‘You Never Can Tell’ de Chuck Berry, donde además del guiño al Travolta que escaló a la fama como consumado bailarín en filmes como ‘Fiebre del sábado noche’ (1977) o ‘Grease’ (1978), Tarantino evoca una escena de la película del francés Jean-Luc Godard ‘Banda Aparte’ (1964), de la cual rescata incluso el título para la productora que fundó y que estuvo activa hasta 2006.
Su acelerada escena final en la misma cafetería que da inicio a la película recuerda inevitablemente al gran comienzo del noir español por excelencia, ‘El crack’ (1981), de José Luis Garci.
Pero sin duda una de sus grandes inspiraciones fue ‘Las tres caras del miedo’ (1963) del italiano Mario Bava, una película que muestra tres historias de terror en diferentes localizaciones.
Tarantino tuvo como referencia el filme de Bava cuando, recluido en Ámsterdam, se dispuso a esbozar el guion con la premisa de un boxeador cuyo padre le deja en herencia un preciado reloj. A partir de ahí, todo sería seguir hilvanando la historia.
Con el paso del tiempo ‘Pulp Fiction’ no solo ha conseguido coronarse como un clásico de culto prácticamente al momento de su estreno, sino que a medida que han ido pasando los años su influencia y legado han dejado huella en innumerables películas y series que, sean del género que sean, han acabado bebiendo de la ‘atmósfera tarantinesca’.
Hace treinta años su emblemática puesta en escena nos retrató que el viejo siglo terminaba y que un nuevo cine de autor acababa de nacer.
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