Cuqui Batista: “¿Mi estilo? Yo busco soluciones”
Cuqui Batista y su visión revolucionaria para el diseño urbano
Cuqui Batista se llama Francisco Manuel Batista Bisonó. Tiene 99 o 101 años, según se tome la fecha de nacimiento o la de inscripción en el registro, y vive en Santiago en una casa sin zócalos, puertas ni ventanas, vigas o empañete.
Es una casa aireada, con luz natural y ambientes independientes, tan original como su autor y tan creativa como su esposa, la artista Rosa Idalia García. (Con la que, por cierto, lleva 60 años discutiendo sobre cómo se cuela el café. Con el Arq. Batista puede no ser fácil llegar a acuerdos.)
La XII Bienal de Arquitectura, actualmente desplegada en el Museo de Arte Moderno, está dedicada a la obra de su vida profesional. Un arquitecto que iba para abogado y se quedó enganchado en líneas, bocetos y construcciones.
¿Cuál es su estilo? Nadie mejor que él para describirlo: “Depende de lo que se necesite; yo busco soluciones”.
Nada es convencional en Cuqui Batista. Ni su casa ni su edad, su divertida conversación, ni su capacidad de planear a futuro. Ahora está interesado en presentar en la Embajada de Japón algunas ideas para reformular Tokio. Y una queja: no tiene entre manos un proyecto en este momento “porque no me llaman”.
Que le fuera dedicada la XII Bienal de Arquitectura no le sorprendió: “Lo único que me interesaba era saber quién lo diría porque tengo mucha gente en contra, enemigos que me he ganado gratuitamente porque yo no busco problemas con nadie”.
Autor de proyectos tan emblemáticos como el Edificio Roxy, el Palacio de Bellas Artes, el cuartel de Bomberos en Santiago, el primer campus de la PUCMM o el estadio de la Ciudad Ganadera, entre otros muchos, él no destaca ninguno de ellos como el más importante de su carrera:
- “El próximo es el que importa, siempre el próximo, porque cada época demanda diferentes soluciones”.
Urbanizaciones de su autoría, como Los Jardines, han dibujado el plano del Santiago de hoy. Pero en su opinión… “Santiago está creciendo mal”.
Los inicios
“Yo creía que podía ser abogado, porque el tribunal estaba detrás de mi casa, aquí en Santiago, en la calle 16 de Agosto. Estaban en una casa que había sido hecha para una clínica. Veía a los presos que pasaban de la Fortaleza y me intrigó. Como muchacho, me preguntaba: ¿por qué ese señor que va preso, qué hizo para que lo lleven preso y le estén pasando caso? Y me fui metiendo, conociendo a los escribientes”.
Aquel muchachito, como se recuerda, ofrecía dulces para poner conversación con el personal de los juzgados: “Me fui enterando cómo son los abogados, cómo defienden, cómo razonan, qué abogado se hace famoso… y yo pensaba que podía ser abogado”.
Pero la vida le llevaría por otro camino. En sus manos cayó un libro argentino de proyección de proyectos y pensó que como arquitecto podría dar mejor servicio. Su primer encargo:
“Un plano para un carpintero que tenía un solar y quería hacer una casa. Así que, como futuro abogado, hice mi primer plano”.
En Santo Domingo, a donde se trasladó en 1943 ya para estudiar su carrera de Arquitectura en la UASD, vivió los años de estudiante en pensiones, de las que recuerda el problema de los baños compartidos y las buenas (a veces) comidas caseras.
No le faltó trabajo, sus habilidades para el dibujo, siempre alabadas por sus colegas de profesión, le llevaron a los estudios de los arquitectos más destacados de la época: Henry Gazón-Bona, José Antonio Caro Álvarez, Guido de Alessandro, Bernal Bonnet, Mario Panzo.
Y, trabajando para el Ingeniero Pablo Bonilla, planteó soluciones para el Palacio de Bellas Artes.
Las rampas
Rampas y ventilación natural son elementos constantes y definitorios en la concepción de las estructuras del Arq. Batista. No le gustan las escaleras, queda bien claro en la conversación.
Se extiende en las explicaciones sobre la bondad de las rampas, elemento que distingue muchas de sus edificaciones. Y no ahorra críticas a otros: “El edificio Copello es muy malo… Copia las bandas de Le Corbusier, ponen la escalera en una curva, pero el área de la escalera no la saben resolver”.
Del Copello a otra obra emblemática de El Conde, el edificio Roxy, esta vez diseño propio: “Fue un encargo muy concreto, el dueño sabía lo que quería: tenía que tener área comercial, piso de oficinas y viviendas en la parte superior. Así lo hice, pero el propietario me criticó que había quedado muy despojado. Tenía razón, y pedí a Domingo Liz, mi amigo Dominguito, que hiciera algo. Y con granito negro del negocio de su padre, que era granitero, hizo un mural. No me cobró nada”.
Legado
Don Cuqui cree que no dejará discípulos. No le gustaba dar clases, explica. Solo una vez le llamaron para impartir unos cursos en La Vega, aunque aclara que no duró mucho tiempo: “En La Vega no quieren mucho a los santiagueros, son raros…”, ríe.
Llegarán en los años siguientes los trabajos en escuelas, con Bebecito Martínez. Esquiva los trabajos que puedan venirle del régimen trujillista, aunque a través de Bonilla contacta con María Martínez y le llega a conocer bien.
Es el tiempo en que una casa cuesta 64 pesos al mes, lo que no deja de asombrarle, más de medio siglo después. “Es un crimen venir a la vida a trabajar para hacer una casa, para pagarla en 20 años con interés”.
Sigue trabajando, con bocetos y diseños, centrado ahora en buscar las mejores soluciones para los edificios en zonas sísmicas. Detalla la planta que propone: cuadrada, “en forma de cubo con dos ejes transversales de simetría que definen los bloques”. Reivindica el blanco para el trópico, reniega del color en los edificios.
La experiencia de toda una vida le lleva a defender la heterogeneidad del uso de suelo: “Ciudades especializadas, es lo que funcionará. ¿Que si me atrevo a diseñar una ciudad? Por supuesto. Ya lo hizo Niemeyer en Brasilia, algunas cosas le quedaron bien… pero la parte de vivienda no supo resolverla”.
“María Martínez también era arquitecta”, cuenta con sorna Batista. “Me pedía planos y los firmaba para enseñar a las amigas que ella también estaba diseñando. Y me dijo que en Santiago no sabían comer. Pues estamos vivos, le contesté… Y ahí se puso a decir que no era sancocho, que era salcocho…”
El Palacio de Bellas Artes se diseñó a gusto de ella y de Balaguer. “Yo diseñé un edificio para la Escuela de Bellas Artes que podía haberse comparado, mejorado incluso, al de las Naciones Unidas, que hoy es un símbolo. Pero ellos querían adornos, algo clásico. Y ahí usé las columnas. No es lo mejor que he hecho. ¡Me trajo más problemas que alegrías!”.
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