Raido, en este gimnasio se preserva mucho más que la salud
Los propietarios de Raido tenían un deseo doble con el remozamiento de su local: hacer honor a la vida pasada de una nave industrial y a la vez diseñar un espacio que promoviera la camaradería
Aunque no lo parezca, los actuales residentes de la nave izquierda del pequeño parque industrial de la calle El Recodo, en Bella Vista, tienen mucho en común con sus habitantes anteriores.
En 1968 una pareja de esposos, Pierre y Nicole Dominó, decidió construir un puñado de naves en un terreno que adquirieron justo detrás de su residencia. Pierre era ingeniero civil, mejor conocido por ser uno de los inmigrantes franceses que le dio al país la Basílica de Higüey; Nicole no es arquitecta ni ingeniera, pero le dio al país una lista sorprendente de regalos comerciales y culturales para las relaciones franco-dominicanas, desde las primeras importaciones de los vehículos Peugeot y Renault hasta la creación del Liceo Francés. En ese listado también está otro hito importante para una nación obsesionada con dar pelo: la primera importación de los productos L’ Oréal. Precisamente en la nave izquierda del parque se combinaban localmente los tintes e insumos de cuidado capilar que los Dominó realizaban bajo licencia; una vez la producción local dio pie a la importación, el espacio fue utilizado como una fábrica de licores. En otras palabras: se trataba de una pareja visionaria, guiado él por el conocimiento estudiado y ella por una intuición preternatural.
Lo mismo pasa hoy con Virgilio Álvarez y Mariela García, dos de los cuatro propietarios de Raido Strength & Conditioning, un gimnasio enfocado en el fortalecimiento muscular y el bienestar general. Él es un entrenador y empresario formado en academias como la Shredded by Science; ella estudia comunicación visual pero ha sido DJ y empresaria del retail y ahora, sin proponérselo, hasta diseñadora espacial empírica. El proceso comenzó en 2018: al buscar un espacio para su gimnasio, los socios dieron con el “cajón blanco” en el que están actualmente. Algunos aspectos funcionaban perfectamente: por ejemplo, los techos altos y el espacio abierto, sin demasiadas columnas de por medio, brindaban un espacio idóneo para la práctica grupal de ejercicios. Otros aspectos prometían un reto: no tenían una sección de oficinas definida, no había un baño para las duchas de los asistentes y, debido a su ubicación en medio de un espacio húmedo y frondoso, tenían mosquitos alrededor.
Ellos decidieron diseñar sus nuevos espacios de forma intuitiva, primero en una fase que les permitiera operar, y luego en un remozamiento mucho más exhaustivo. Sabían que querían un lugar que hablara de la estética escandinava —Raido es una runa nórdica que hace referencia a un camino a recorrer, un proceso a descubrir—. Sabían que querían un espacio que comunicara tranquilidad y propiciara la sensación de comunidad entre los miembros del gimnasio. Pero también sabían que tenían un tema de presupuesto: ya cuando se decidieron a trabajar la segunda fase del proyecto, la pandemia estaba en sus buenas. “Y ahí fue que nos dimos cuenta de lo grande y cooperadora que es la comunidad de arquitectos e ingenieros de este país”, recordó García. Desinteresadamente, muchos profesionales de la construcción ofrecieron sus consejos de distribución y materiales a la pareja. Ellos tomaron ese punto de partida para, a base de pura investigación, prueba y error, dar con un plan de trabajo que funcionara para su situación y su presupuesto. Así, con una obra dirigida por el ingeniero Carlos Cubilete, decidieron enfrentar el reto de la misma forma que enfrentan el proceso de acondicionamiento de un cuerpo humano: con estrategia, sin soluciones artificiales y llevando la estructura existente a su mejor versión, sin cambiar lo que le hace única.
Eso era importante: querían respetar las decisiones arquitectónicas tomadas por quienes les precedieron —aunque no firmó los planos, el mismo Dominó fue quien diseñó la nave—. Por eso conservaron los calados de los muros, para tener iluminación natural con ventilación cruzada. Por eso decidieron mostrar los blocks de concreto, exponiendo las juntas y las texturas. “El cemento es un material muy honesto, porque en su estado natural no pretende ser más de lo que es… y eso nos atrajo”, explicó García. Y en vez de utilizar varias rondas de pesticidas contra los mosquitos, realizaron un trabajo inicial con productos no residuales y como mantenimiento sembraron plantas aromáticas, como el romero y la menta, con fragancias naturales que ahuyentan a los molestosos insectos. Por eso decidieron dejar los ganchos del techo, de donde colgaba la maquinaria para envasar las botellas de licor, que hoy utilizan los asistentes para sus sogas. Y por eso, sobre todo por eso, decidieron dejar los enormes números 6-6 que se encuentran en la fachada oeste —fueron un chiste de la familia Dominó, haciendo alusión al “doble seis” del popular juego con quien comparten nombre—. Dicho de otra forma: hoy el local de Raido, aun con la redistribución de las oficinas y los baños, con la colocación de mobiliario y aparatos de origen sueco, con la creación de un área social en el patio trasero, se parece más a la propuesta inicial de 1968 que cualquier iteración posterior. En este gimnasio se preserva mucho más que la salud corporal: también decidieron preservar los rasgos distintivos de una edificación vieja, así como una serie de momentos históricos para el comercio dominicano y el rastro físico de la visión de una pareja. Otra pareja, también francesa, estaría de acuerdo con ellos: los Lacaton-Vassal, ganadores del premio Pritzker en 2021 por su trabajo de adaptación de edificaciones con vida previa, de manera costo-eficiente. En una etapa donde Santo Domingo parece ser una fosa común de edificios nacidos en el siglo XX, para dar pie muchas veces a propuestas de menor riqueza formal, es reconfortante ver que todavía hay quien entiende el valor de la historia construida de estructuras como esta. “Es que si no sabes de dónde vienes, no sabrás hacia dónde vas”, reflexionó García.
La apuesta por la adaptación trajo resultados positivos: más que un lugar que inspira competencia, la paz que transmiten esos espacios neutros y honestos inspiran camaradería. ¿Lo han dicho así las personas que van a entrenar? “Bueno, solo hay que ver el cambio más notorio es el hecho de que las clases de los sábados acaban al mediodía, y todavía a las seis de la tarde los muchachos están sentados en el patio de atrás compartiendo felices, unas horas sorprendentes que no se veían en la versión anterior del gimnasio” afirmó la co-propietaria. “Eso te confirma que un espacio agradable ayuda a crear relaciones agradables”.
Contenido original de Design Week RD.
Fotos: Fernando&Víctor
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