Fantasma con pedigrí

El hecho de que una palabra no esté registrada en el diccionario no implica necesariamente que no exista. A esto tendríamos que añadir, con cierta ironía, «y viceversa». Y es que algunos casos demuestran que la inclusión de una palabra en un diccionario no significa necesariamente que esa palabra exista. Las palabras fantasma se cuelan en las páginas de los diccionarios casi siempre como consecuencia de un error o de una serie de errores, y traen a maltraer a los lexicógrafos; los textos en los que nos basamos para documentar las palabras pueden jugarnos una mala pasada.

Pedro Álvarez de Miranda, en su artículo «Palabras y acepciones fantasma en los diccionarios de la Academia», detalla lo difícil que es detectarlas y rastrear cómo llegaron a infiltrarse en el diccionario. Un ejemplo que documenta Álvarez de Miranda es el supuesto sustantivo amarrazón, ‘conjunto de amarras’, registrado en 1726 por el Diccionario de autoridades como término náutico. Este primer diccionario académico avalaba amarrazón con su aparición en la aventura del barco encantado del Quijote, donde el caballero manchego afirmaba: «...debemos embarcarnos y cortar la amarra con que este barco está atado». Álvarez de Miranda rastrea la errata hasta una edición de 1655 en la que se leía «y cortar la amarraçon que este barco está atado». La ortografía académica suprimió muy pronto la ç, que pasó a ser z, pero el fantasma, con pedigrí nada menos que cervantino, ya se había colado en el diccionario.

Como concluye Álvarez de Miranda, «los fantasmas, los de las sábanas blancas, se aparecen y desaparecen. Lo malo de estos otros, de los fantasmas de diccionario es que [...] en vez de desaparecer, hay que hacerlos desaparecer. Me pregunto si lo lograremos algún día».

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.