Una escuela a cielo abierto enseña a cómo salvar la Amazonía boliviana
Maestros de Ciencias Naturales, Ciencias Sociales e incluso de Ciencias Exactas van al bosque con sus alumnos
Los recientes incendios forestales en Bolivia vuelven a poner sobre la mesa el problema medioambiental de la deforestación en la Amazonía. Les invitamos a internarnos, junto a nuestra corresponsal Gabriela Orozco, al norte amazónico del país andino, donde un grupo de educadores lleva adelante una iniciativa bautizada “Bosques educativos”, una propuesta que sumerge a los niños dentro de la selva, como si fuera un aula abierta.
Árboles que caen a diario, cortados por manos y herramientas humanas. Árboles quemados masivamente por el fuego descontrolado de agricultores y ganaderos irresponsables. Esas son las agresiones constantes que sufren los bosques de la Amazonía boliviana.
Afortunadamente, en los bosques amazónicos de Bolivia, aún se escuchan los sonidos de los seres que los habitan como pájaros, grillos, cigarras. Son sonidos que se mezclan con las voces de niñas, niños, adolescentes y maestros de escuelas que han hecho del bosque Su aula, un aula abierta y libre para recuperar y valorizar conocimientos y saberes ancestrales.
“Siempre tenemos algunas plantas que nos curan de diferentes enfermedades, ¿no es cierto? Vamos a empezar con el estudiante Osmar. A ver, de repente debe tener usted alguna plantita en casa, a ver nómbremela por favor”, pregunta este profesor en la clase del bosque. “La planta medicinal el matico”, responde el estudiante Osmar.
Como este profesor, otros y otras están generando sus propios materiales y metodologías para el aprendizaje sobre el cuidado de los bosques y la convivencia con ellos.
Maestros de Ciencias Naturales, Ciencias Sociales e incluso de Ciencias Exactas van al bosque con sus alumnos algunas horas en el marco de un innovador proyecto llamado “Bosques educativos”.
Por ejemplo, a Miyuki Wasaseota, de 11 años, le entusiasma estudiar allí matemáticas. “Medimos las cuadras que vamos a usar para poner los árboles”, nos cuenta.
Sumiko Barbaota, de 17 años, se interesa mucho por las plantas medicinales. “A mí me va a servir mucho porque la carrera que yo quiero estudiar es Medicina. Obviamente voy a llevar medicamentos y todas esas cosas y puedo incrementar aquí medicamentos naturales”, dice.
Johnny Nishijara, también de 17 años encuentra relajante las clases en el bosque, pero sobre todo expresa que es una manera de responder a los desafíos actuales. “Uno viene y tiene una paz mental, se conecta con la naturaleza. Respira aire fresco, saludable, no dañino. Viendo cómo están las cosas actualmente en el mundo, debido a deforestaciones, el cambio climático ha sido bien drástico, aterrador, un poco. El calor, a veces los vientos con más fuerza. Uno se pregunta qué va a pasar con el mundo, es muy importante eso”, explica Johnny.
Para el director de la escuela Luz del Camino, José David Sosa, de la comunidad Gonzalo Moreno, en el Departamento de Pando, con el proyecto “Bosques educativos”, las diversas disciplinas de la educación escolar están siendo transversalizadas por temas forestales y agroforestales, con el fin de que se tome conciencia ambiental desde temprana edad.
'Devolverle al monte lo que se le ha quitado'
“La reforestación es devolverle al monte, al bosque lo que se le ha quitado. Figúrese usted que cada año siembran 50 nomás, y las parcelas son grandes aquí. Son arriba de 100, 400, algunos tienen hasta 500 hectáreas”, afirma José David Sosa.
2.000 estudiantes de 13 escuelas piloto participan del proyecto “Bosques educativos”, así como las familias de una decena de comunidades rurales, indígenas, campesinas y semiurbanas.
Se trata de una iniciativa del IPDRS (Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica) que está georreferenciando las especies vegetales de estos bosques identificándolas.
Lorenzo Soliz, investigador de la institución cree que esta experiencia pedagógica ambiental, puede hacer la diferencia para que estos futuros adultos contribuyan desde sus espacios profesionales.
“Necesitamos por ejemplo Ingenieros de alimentos que vayan a ayudar a cuidar el bosque, contadores que ayuden a las iniciativas empresariales a administrar los emprendimientos del bosque. Yo puedo estar en la China o en La Paz y puedo ayudar sin ser agroforestal ni estar en la Amazonía a cuidar el bosque”, explica convencido Soliz.
No sólo los jóvenes participan del proyecto, las comunidades campesinas, muchas con ascendencia indígena Takana, pero también mestiza e incluso de otras culturas, como la japonesa, se han apropiado de esta iniciativa.
Don Miguel Cordero, de la Comunidad Gonzalo Moreno, fue peón jornalero de joven. Un buen día, hace más de 20 años y tras verse beneficiado con una parcela, gracias a la titulación de tierras, decidió tener lo suyo y plantar unas 50 especies de árboles frutales y maderables. Hoy tiene un bosque secundario de varias hectáreas, que es uno de los 10 bosques educativos de la región amazónica.
“Yo dije, yo tengo que sembrar lo mío, ser autónomo de todos mis bienes que necesito tener para el sustento de mi familia. Y seguimos diciéndoles a nuestros hijos, a mis hijos que hay que seguir. Y a los jóvenes lo mismo porque es la seguridad alimentaria y el tema productivo lo que siempre va a sustentar a la familia, al municipio, a la comunidad, al país”, nos dice.
Don Miguel encontró siempre la manera de ser solidario y vivir feliz en el campo. Por ejemplo, hace 40 años descubrió una fuente de agua de manantial, que aún provee de agua a 10 familias. Ahora, disfruta explicando a sus nietas las cualidades de cada especie agroforestal sembrada por él. Es el caso de los árboles de Siringa que plantó, que tienen atributos medicinales y artesanales y también un significado histórico, que ahora los estudiantes aprenden, porque su resina lechosa, de la que se hace la goma y el caucho, provocó la llamada guerra del Acre entre Brasil y Bolivia a inicios del siglo XX, por la cual Bolivia tuvo que ceder territorio.
“Hemos perdido como dice y hemos tenido guerra por nada más que la goma, Siringa, por el tema de la goma sintética, entonces para hacer llantas, chinelas y etc”, añade.
El bosque, una nueva oportunidad en la vida
Hay quienes encontraron cerca del bosque una oportunidad de vida. Maria del Carmen Umaday, quien escapando del Covid se refugió en el campo, es uno de estos casos. Hoy procesa cacao amazónico. Además de emprendedora, es una madre de familia comprometida con el “bosque educativo”.
“La garantía para nosotros para el futuro es pues nuestro bosque y si no lo cuidamos ahora ¿qué es lo que nos espera después? Ya estamos viendo, por ejemplo, las consecuencias de anteriores años, que no se ha cuidado nuestro bosque, estamos viendo ahora lo que es el cambio climático. Estas calores que ya estamos viviendo, esta sequía que estamos viviendo que antes no se vivía, no se sentía en esa magnitud”, recuerda María del Carmen Umaday.
Está demostrado científicamente que los bosques concentran la humedad y generan una función ambiental para la vida de las comunidades, pero también del planeta.
“La importancia del bosque para asegurar la disponibilidad de agua dulce, por ejemplo, eso es fundamental, en la medida que vayamos talando, quemando, vamos a secar acuíferos, lagunas y el bosque es el que retiene la humedad, donde hay bosque la lluvia cae y se queda eso absorbido por todo el sistema que está debajo del suelo. Donde no hay bosque no hay follaje, es prácticamente agua que resbala”, nos dice el investigador Lorenzo Soliz.
La filosofía del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica es la misma que la de Don Miguel o la de María del Carmen: ¡se puede ser feliz en el campo!, comenta una de sus fundadoras, Carmen Beatriz Ruiz.
“Esa idea dicotómica de pensar que el campo es la pobreza, la tristeza, donde no hay luz, donde la gente se acuesta a las 6 de la tarde y trabaja hasta caer rendido, tiene una contraparte en la realidad que los chicos han estado mencionando estos días. La quietud, la paz, la alegría, el ver nacer los productos, aprovechar lo que la tierra te ofrece. Y es que la vida en las áreas rurales no es estática, sino que permite a la población, por un lado, una especie de reserva de un lugar donde ir que te acoge y por otro lado esto que llamamos las despensas de las ciudades que incluye la parte de salud, de los medicamentos y finalmente porque hay una movilidad permanente entre el campo y la ciudad, de gente que va y viene, porque tiene sus padres, porque tiene sus abuelos, porque todavía mantiene su pequeña parcela”, afirma Carme Beatriz Ruiz.
La minería y la corrupción, las otras amenazas para los bosques
Además de la tierra y el territorio, al IPDRS le interesa mirar otros temas y compararlos entre los países sudamericanos. Por ejemplo, las políticas estatales referidas a la propiedad de la tierra, a la producción de alimentos y a la seguridad alimentaria, entre otros. Este trabajo se realiza en medio de la selva amazónica de América del Sur, amenazada, no sólo por la deforestación, sino también por el contrabando, la minería que contamina y la corrupción,
“Por ejemplo de las especies que son preciosas ahora como la mara, el cedro que son maderas que ya no se deben aprovechar, en realidad que se deben conservar, en realidad no se cumple, no, son las primeras maderas en salir, pero camufladas con otras especies. Entonces hay unas ciertas irregularidades que muchos técnicos conocen a veces las coimas, la corrupción por debajo”. como afirma el ingeniero forestal Roly Mamio, quien es parte de la institución
Edgar Amutari, presidente de la comunidad Gonzalo Moreno, cree que además de conservar el bosque, se debe aprovechar responsablemente sus recursos, de modo que así, a partir de una sana y dinámica convivencia con él se logre su sostenibilidad.
“Sale nuestra madera, sale nuestra castaña, otras especies como la palma real, el asaí, está saliendo de manera indiscriminada, entonces yo diría que la solución a esto es que podamos empoderarnos a través de estos programas y proyectos y que concienticemos a nuestra gente, y que nosotros sepamos valorar lo que tenemos, sería la principal solución para así nosotros defenderlo.”
Defender el bosque es también vivir de él
Defender el bosque no significa cuidarlo como un museo en el que no se toca nada, nos dicen estos hombres y mujeres comprometidos con él. Defenderlo quiere decir también vivir de él, de sus frutos adecuadamente recogidos, de su turismo correctamente concebido. Reforestar sí, pero también convivir con el bosque, con sus saberes ancestrales y con las deidades que lo habitan, que son sus dueñas y que inspiran incluso poesía como ésta declamada por Carmelo, de 11 años, que titula “El cumpleaños de la Apasanca”.
Si hasta el oso hormiguero bailó con la sicurí, mariposas multicolores se adornaron bien la selva, se asemejan a las flores con sus vestidos de gala. Con la orquesta de los grillos esta fiesta concluyó, ya borracho el tucancillo a todingos despidió. Así terminó este festejo, donde todos la gozaron, quedó saltando el conejo y lloró el guajojó, gracias”, recita Carmelo.
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