Dieciséis años de aprendizaje

Adriano Miguel Tejada nos sorprendió a todos con su retiro como director de Diario Libre, pero nos permitió despedirlo y expresarle cuánto nos había impactado con sus enseñanzas a cada uno de manera particular. Lo hizo para disfrutar más junto a su familia, escribir y dedicar más tiempo a la lectura; para dar paso a una nueva vida. ¿Quién iba imaginar que un mes después iniciaría un viaje a la eternidad?

Me tocó la suerte, el privilegio de compartir con él los 16 años que duró al frente de este importante diario. Recuerdo como ahora su llamada el primer viernes de julio de 2004 para solicitarme que fuera parte de su equipo de dirección de Diario Libre. Sus cualidades profesionales, su trato, su sencillez, la cercanía con la gente sin importar su posición, me hicieron entender rápidamente que estaba ante un ser humano extraordinario.

En cada momento observé una persona que cuidaba cada detalle de sus actos, que los sustentaba en los valores, que no transigía con sus principios, que predicaba con el ejemplo. Sensible, defensor del buen periodismo, de los derechos ciudadanos, preocupado por la familia y por una sociedad mejor, por la institucionalidad, la democracia, que no toleraba actos deshonestos y levantaba la bandera de la equidad social. Adriano Miguel Tejada ponía al ser humano en el centro de todo, sin importar la clase social.

Observé siempre a Adriano Miguel Tejada el intelectual, al buen profesional del derecho, de la ciencia política y del periodismo, al estudioso de la historia; observé al ser humano cuya intelectualidad y posición social no lo alejaban de la gente. Siempre fue un educador, aportó sus conocimientos de derecho a las nuevas generaciones, de la política en sus escritos con una visión clara de la sociedad y, sobre todo, fue un apasionado del buen periodismo, perspicaz en el abordaje de los temas, siempre enfocado en la verdad y en la transformación de la sociedad.

Me dio la oportunidad de sentarme en primera fila, durante dieciséis años, día por día en las aulas de Diario Libre, para sus lecciones de buen periodismo. Cada día era un aprendizaje, cada lección con el humor que le caracterizaba, sus actos nos dejaban claro que hay puertas que nunca deben abrirse, que los periodistas deben trabajar para conseguir la verdad, contar historias que contribuyan a transformar la vida de la gente, aportar a la búsqueda de soluciones, a producir cambios. Me siento orgulloso de formar parte de su equipo en este diario; fue un gran privilegio.

Su visión de la sociedad y de cómo construir un país con mejores oportunidades para todos está plasmada en cada uno de sus editoriales en Diario Libre y La Información de Santiago, en los AM, en sus análisis en la revista Rumbo, en sus once libros y en cada escrito publicado en otros medios de comunicación. Esto, junto a sus condiciones humanas, constituye el legado para las nuevas generaciones. Su viaje repentino hacia la eternidad impidió que cumpliera con su plan y nos privará de buenos encuentros, de sus recomendaciones, de sus escritos y de los libros que no pudo publicar. Paz eterna, maestro y amigo.