República Dominicana: Un momento para la transformación social y cultural
Desigualdad y dependencia, el reto de una nueva narrativa
Hay momentos en la vida de los pueblos que se convierten en encrucijadas inevitables. Caminos que exigen decisiones audaces, que invitan al sacrificio, al esfuerzo colectivo, al ejercicio pleno de la responsabilidad ciudadana. Nuestra República Dominicana vive hoy uno de esos momentos. Un tiempo donde las heridas históricas de la desigualdad, el asistencialismo político y la dependencia económica exigen algo más que diagnósticos: demandan acción transformadora.
José Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas (1930), nos advierte sobre el peligro del “hombre-masa”, esa figura satisfecha con lo inmediato, incapaz de aspirar a la excelencia. Este concepto resuena en nuestra realidad actual, donde el populismo político privilegia las soluciones rápidas sobre las políticas estructurales. Hemos normalizado un sistema que atiende urgencias, pero sacrifica el futuro, perpetuando ciclos de pobreza que aprisionan a generaciones enteras. Ortega lo dijo con claridad: “El hombre excelente es aquel que se exige más de sí mismo.” En este momento, necesitamos un liderazgo que inspire esa misma excelencia en cada ciudadano.
Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel (1929-1935), describe cómo las élites construyen hegemonías culturales para mantener el status quo. En República Dominicana, esta realidad se evidencia en sectores clave como el turismo y la construcción, donde las exenciones fiscales benefician a una pequeña élite económica. Según un informe de Oxfam (2022), el 50% de estos incentivos se concentra en apenas el 10% de las empresas, mientras las micro y pequeñas empresas, que sostienen la economía local, quedan relegadas. Gramsci nos recuerda que la hegemonía no solo se ejerce con poder económico, sino también mediante narrativas culturales que justifican las desigualdades. Cambiar esta realidad requiere no solo políticas públicas más equitativas, sino una nueva narrativa que refleje las aspiraciones de todos.
Pierre Bourdieu, en La distinción: Criterios y bases sociales del gusto (1979), profundiza en cómo el capital cultural —acceso a la educación, tecnología y redes sociales— define el destino de los individuos. En nuestro país, las brechas en el acceso a la educación son un ejemplo claro de estas desigualdades. Según el Ministerio de Educación (2022), el 40% de las escuelas rurales no tienen acceso a internet, y el 30% carecen de agua potable. Bourdieu plantea que el capital cultural no solo se acumula, sino que se transmite de generación en generación, perpetuando la exclusión de quienes no logran acceder a estas herramientas. La solución no está únicamente en mejorar la infraestructura, sino en transformar la educación en un motor de pensamiento crítico y creatividad, capaz de romper estos ciclos de desigualdad.
Frantz Fanon, en Los condenados de la tierra (1961), nos confronta con una verdad dolorosa: la dependencia económica y cultural es una forma de colonialismo moderno. Esto se refleja en el modelo turístico de República Dominicana, donde los beneficios de esta industria quedan en manos extranjeras, mientras las comunidades locales enfrentan salarios precarios. Según un estudio del Banco Central (2022), en zonas como Bávaro, el 60% de los trabajadores apenas supera el salario mínimo, pese a ser parte fundamental del éxito de esta industria. Fanon nos recuerda que “la liberación económica y cultural son las dos caras de una misma moneda.” Si queremos avanzar hacia un desarrollo verdaderamente inclusivo, debemos diversificar nuestra economía, fortalecer las industrias locales y garantizar que las comunidades sean protagonistas del progreso.
La transformación que anhelamos no será fácil, pero es inevitable. Necesitamos un pacto social que trascienda los intereses particulares y construya un modelo basado en la sostenibilidad, la equidad y el desarrollo humano integral. Este pacto debe priorizar:
- Educación transformadora: Más allá del acceso, es fundamental garantizar una educación que fomente la creatividad, la innovación y el pensamiento crítico.
- Cierre de brechas: La inversión en tecnología y formación profesional debe llegar a las comunidades más vulnerables, reduciendo las desigualdades territoriales.
- Narrativa inclusiva: Los medios y las instituciones culturales deben representar las aspiraciones de todos, no solo de las élites.
- Modelo económico equitativo: La equidad y la sostenibilidad deben ser los principios rectores, promoviendo industrias locales y empoderando a las comunidades.
La República Dominicana puede y debe ser una nación donde la justicia social no sea un ideal lejano, sino una realidad cotidiana. Como Fanon señala, “cada generación debe descubrir su misión, cumplirla o traicionarla.” Este es nuestro momento. La transformación no vendrá de promesas externas ni de diagnósticos estériles; será el fruto del esfuerzo colectivo, del compromiso ético y de la visión de un país que prioriza el bienestar de su gente.
El tiempo de actuar es ahora. Porque el futuro no se espera; el futuro se construye. Y juntos, podemos hacerlo.
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