Preservemos lo avanzado

Superando el pesimismo colectivo en República Dominicana

Luis Abinader y el sueño de erradicar el hambre cero para 2028. (Fuente externa)

Los dominicanos tendemos a autocriticarnos y enfocarnos en los defectos de nuestro país y del sistema de vida democrático que hemos logrado estabilizar después del ajusticiamiento del tirano.

Esa actitud nos hace perder de vista los avances conseguidos desde la consolidación del modelo democrático y el notable y reconocido desarrollo de nuestra economía. Este es el mensaje contenido en el editorial de Diario Libre del 25 de julio pasado, y a este contenido nos vamos a referir en lo que sigue de este artículo.

La autocrítica, a menudo exagerada, es posible que esté vinculada a una cultura de la queja que con el tiempo se ha ido normalizando en la sociedad dominicana. No olvidamos que sufrimos un sistema político represivo durante 31 años en el que el pensamiento crítico y la autocrítica no existían.

Al desaparecer el régimen trujillista, la sociedad experimentó una liberación, pero también una desconfianza hacia las instituciones y las figuras de poder, heredadas del control absoluto del tirano.

La transición democrática no ha sido sencilla; por el contrario, ha sido compleja, con momentos de inestabilidad política, corrupción y desigualdad que han alimentado el escepticismo de la población.

Comparamos nuestra realidad con la de otros países, especialmente aquellos que hemos idealizado, como Estados Unidos y algunos países de Europa, sin tomar en cuenta los problemas internos de esas naciones, lo que nos lleva a tener una percepción negativa de nuestra propia nación.

El populismo, la manera como se ejerce aquí la política, y una oposición que no aporta nada al diálogo democrático, dedicando todo su tiempo al clientelismo y a la crítica desbordada cargada de pesimismo, sin reconocer un solo logro del gobierno, son factores que contribuyen a la formación del pesimismo ciudadano. Esto crea una baja autoestima colectiva y la percepción de que como país no estamos a la altura de los estándares internacionales.

A pesar de que no es el gobierno, sino organismos internacionales de prestigio como la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y el Fondo Monetario Internacional (FMI), quienes nos sitúan como la séptima economía de América Latina, terminando el año con un crecimiento económico sobre el 5% y con una tasa de desocupación abierta del 5.3% con tendencia a la baja, cuando el presidente dice que se propone antes de 2028 declarar al país libre de hambre, ni siquiera los funcionarios agrícolas de su gobierno, a cargo de la producción agropecuaria, principal fuente de alimentos de nuestro pueblo, apuntalan esa decisión, mientras lo hace una funcionaria extranjera.

“Sí, podemos hacerlo”, aseguró el mandatario, y añadió que erradicar el hambre “no solo es un objetivo”, sino una “promesa que este Gobierno asume con toda la fuerza y el compromiso que merece”. Además, señaló que otra de sus metas es disminuir la pobreza general al 15% y la pobreza extrema a menos del 1%, lo cual no es un sueño lejano.

Resulta que quienes sacan la cara para defender la capacidad del país para alcanzar la meta presidencial son Gabriela Alvarado, Representante del Programa Mundial de Alimentos, y Rodrigo Castañeda, Representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Ambos funcionarios internacionales coinciden en que el “Hambre Cero” es posible y que en el país hay avances en ese sentido. Castañeda dijo: “Si uno mira las experiencias de otros países que lo han logrado, el primer paso para erradicar el hambre fue el compromiso político”.

Es innegable que el país avanza, aunque también es innegable que las desigualdades sociales son profundas y que hay que trabajar en ese sentido. Eliminar el hambre es un buen inicio. Para lograrlo, tenemos que mejorar la confianza en los líderes políticos, empresariales, obreros y sociales, y fortalecer las instituciones que componen el tejido de la democracia al estilo dominicano.