David, Frank y Haydée y los dominicanos
Cuando el huracán David arrasó, los dominicanos resurgieron con solidaridad
El pasado 31 de agosto se cumplieron 45 años del paso del huracán David por el territorio nacional. Aquel 1979 yo tenía dieciocho años de edad; el año anterior había completado mis estudios primarios y secundarios en el Colegio Loyola.
El país no había conocido un fenómeno similar: San Zenón (1930), Inés (1966) y Beulah (1967) fueron categoría 4. David se formó el 25 de agosto como depresión tropical al suroeste de Cabo Verde y experimentó, en marcha hacia el oeste, un desarrollo vertiginoso: el 28 ya era categoría 4; el 29 asolaba Martinica y Dominica e ingresaba al mar Caribe por su esquina noreste; el 30, según un informe de la CEPAL (que estaré citando en este trabajo), avanzaba “con vientos máximos de 240 kilómetros por hora”, alcanzaba la categoría 5 y esa noche, mientras discurría por el mar Caribe y cruzaba al sur de Puerto Rico, giró inesperadamente hacia el norte para arremeter, en la tarde del 31, “contra la isla en un frente de cerca de 400 kilómetros de ancho”, entrar por la sureña Nigua, unos veinte kilómetros al oeste de la capital, y emprender una marcha arrasadora en dirección norte- noroeste, cruzar toda la provincia San Cristóbal, internarse en el sur de Monseñor Nouel, donde giró al oeste para entrar por el sur de la provincia La Vega, cruzar por el norte de las provincias San Juan y Elías Piña y, entonces, ese mismo día salir por Haití.
David trajo vientos devastadores, lluvias torrenciales y olas que superaban los ocho metros; derribó árboles, destruyó edificaciones de todo tipo -puertos, puentes, carreteras-; afectó obras hidroeléctricas, de riego y de agua potable; inundó y saturó nuestros campos, arruinó incontables cultivos, arrasó y aisló comunidades enteras y afectó “finalmente, la infraestructura urbana en general”. El país quedó sin energía eléctrica ni agua potable durante varias semanas y, entre otros muchos datos, el saldo incluyó más de dos mil personas muertas, “alrededor de 125 000 familias (…) sin techo o con sus viviendas afectadas”; y pérdidas materiales estimadas “en aproximadamente 830 millones de dólares”. Una auténtica zurra, al cabo de la cual el país fue espacio para el desconcierto, el luto, la tristeza.
Pero no. Aquella no fue toda la realidad. Los dominicanos le esculpimos una contracara y miles -de todas las edades, estratos sociales, credos e ideologías- salieron a las calles de las ciudades y a los caminos de los campos a restañar heridas, a reconstruir, a reorganizar. Yo estuve entre esos muchos y si lo recuerdo ahora no es más que para dar paso a una anécdota que, a propósito de David, siempre me viene como un candelazo.
Me recuerdo, así, junto a algunos amigos y compañeros del colegio, en una residencia (del Julieta Morales o del Piantini), abarrotada de alimentos diversos, cargando un camión en el que iríamos al sur -la región “más afectada”-, a llevar ayuda a los más perjudicados. De alguna manera que no puedo recuperar, supe que quienes lideraban el operativo en aquella vivienda eran Frank Rainieri y su esposa, Haydée, y que, para más señas, la morada era la suya; todo lo cual, como resulta obvio, me impresionó. Ellos, por cierto, ya habían emprendido su historia: la empresarial, desde 1971, cuando -en un contexto inhóspito- habían comenzado a realizar el sueño de Punta Cana con la apertura del Punta Cana Resort & Club -diez cabañas de playa y Casa Club-; y la familiar, que en los días de David casi se completaba con la llegada -aquel diciembre- del tercero de la prole, Frank Elías.
Después he sabido que aquel talante frente a David trascendía la anécdota y, cimentando su biografía, explica, al cabo de cincuenta años de incontables batallas, la prodigiosa y estimulante realidad empresarial de hoy; esa que, por demás, incluye un compromiso esencial con el colectivo dominicano, presente desde los inicios mismos -pues ya en 1972 habían construido la primera escuela elemental en Punta Cana- e hilvanado en múltiples proyectos sociales, sistémicos los más, puntuales otros.
Con el tiempo he sabido, todavía más, que aquella actitud no fue excepcional. De aquellos días, en efecto, abundan las historias; baste, en este sentido, lo que señalara la CEPAL: “Pasado el huracán se iniciaron las actividades de rescate, se integraron brigadas especialmente de civiles y militares que, utilizando todo tipo de transporte disponible, tanto oficial como privado, se encargaron de llevar comestibles y medicinas a las zonas rurales afectadas y a los refugios previamente preparados.” Y, así, que: “La ciudadanía, al percatarse de la magnitud del desastre forestal, ayudó a la limpieza de las calles, cortando ramas y árboles con hachas y otros instrumentos rudimentarios.”
El presidente Guzmán, en una de las varias alocuciones que dirigiera al país entonces, se hizo eco de situaciones similares; al referir los esfuerzos de recuperación de los espacios educativos para el pronto retorno a las aulas, contó que: “170 brigadas comenzaron sus labores en la capital, pero estas han ido aumentando a medida que el entusiasmo y la colaboración han hecho posible un verdadero trabajo de esfuerzo propio y ayuda mutua. Por ejemplo, el sábado en la noche moradores de Los Mameyes y Las Cañitas quisieron continuar sus labores con lámparas, jachos y focos, todo esto movidos por el interés de solidaridad que despierta una operación tan humanitaria de tan profundo sentido social.”
En fin, que, por estas y otras manifestaciones a lo largo de nuestra historia, vivo convencido de que ese temple es esencial en el perfil -solidario, bravo, fajador- del dominicano y explica, en buena medida, el signo positivo que, al cabo del largo proceso histórico que hemos cumplido, hoy caracteriza la vida nacional -incluidas, por supuesto, nuestras debilidades, falencias, taras-.
David fue tragedia y luto. Pero, fue mucho más: arcoíris después de la tormenta, luz en la oscuridad, lucha y victoria contra la adversidad. Y en la concreción de esta otra cara -positiva, inteligente, corajuda- obraron las vivificantes actuaciones de Frank y Haydée y, en ellos y con ellos, las de todos los muchos dominicanos que decidimos -no sólo entonces- construir la vida hacia afuera, construir la vida con todos.
Ahora y siempre, conviene conocer, recordar y valorar todo esto; que tal ha sido y es la savia fundamental que ha nutrido y nutre a la vida dominicana.
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