Trujillo enamorado y “haciendo esquinas”
Trujillo y Heureaux, las anécdotas ocultas de los dictadores dominicanos
Las anécdotas de los gobernantes, sobre todo de los dictadores, abundan en todas partes del mundo. En República Dominicana predominan las de Ulises Heureaux y Rafael L. Trujillo Molina, mandatarios de mano dura.
Otros presidentes dominicanos, especialmente Joaquín Balaguer, tienen sus anécdotas, de colores distintos. Hasta de Juan Bosch, Antonio Guzmán e Hipólito Mejía las hay, obviamente de diferente intensidad.
Orlando Inoa, uno de los más sólidos historiadores del patio -prolífico, variado y además manejador de la reputada Editorial Letra Gráfica- presentó en junio último su libro “Ulises Heureaux: anécdotas y documentos”, obra interesante sobre uno de los personajes de más incidencia en la vida dominicana.
Recopila una serie de hechos de menor importancia, pero picantes y sabrosos, protagonizados por ese dictador, que ocupó veinte años del siglo XIX. Se trata de relatos de poca extensión esparcidos en múltiples fuentes (libros, folletos, artículos de periódicos y revistas), los cuales Inoa recabó en labor fatigosa.
De Rafael L. Trujillo Molina -quien no necesita mayores descripciones- podemos decir lo siguiente:
El doctor Rafael Batlle Viñas, médico, uno de los arrestados en el caso de la muerte a tiros de Rafael L. Trujillo Molina el 30 de mayo de 1961, conversó conmigo hace como quince años en su casa de Santiago y me habló con imprecisión sobre los pases en su vehículo, prácticamente sin escolta, que daba el dictador por un tramo de calle cercano al Palacio Nacional en la que vivía una mujer en la que estaba interesado.
El dato me llamó la atención, pero no hubo forma de que Batlle Viñas (Fellito) accediera a identificar la dama ni a dar más detalles del asunto que sacó él mismo a relucir en la conversación sobre temas alusivos al periodo inmediatamente posterior al 30 de mayo.
Adoptó la misma actitud de varias personas de buena edad a las cuales he entrevistado y que se niegan a ofrecer pormenores de hechos ocurridos hace bastante tiempo -hasta 50 o más años atrás- y que en nada le perjudican ahora.
Euclides Gutiérrez Félix acostumbraba a hablar con propiedad, dando datos de todo tipo, etc. Sus exposiciones acerca de hechos y situaciones del pasado atraían e ilustraban. Hace alrededor de ocho años lo escuchamos sostener públicamente haber visto a Trujillo cuando pasaba insistentemente por una calle céntrica detrás de una mujer.
Contó que sería a finales de 1955 o principios de 1956 cuando su familia se mudó a la casa número 20 de la calle Crucero Danae. En el número 11 de la misma vía, que está entre la calle Casimiro de Moya y la avenida Independencia, en un barrio que se llamaba ensanche Lugo, residía con sus hijos Gisela Guerrero Dujarric.
El antiguo periodista y luego abogado y escritor Gutiérrez Félix, relató que: “Los niños hijos de Gisela y de Manuel Augusto Cocco Batlle, divorciados, una noche día de San Andrés, 30 de noviembre, le tiraron almidón y polvo en la cara a Rafael Trujillo Molina, alias El Jefe, monarca sin corona de la República Dominicana, montado en un pequeño automóvil, con los vidrios bajos, que manejaba un oficial del Ejército apellido Richardson, en que hacía esquinas y pases a una bella dama de La Vega que vivía en la Danae y quien luego fue su amante”.
Euclides, entonces un muchacho de 20 años, afirmó que presenció ese episodio “y, corriendo hacia los niños, les dijimos que se fueran a su casa, ya que los Cocco Guerrero no eran los únicos niños en la calle. Más tarde vino una perrera de la Policía y se los llevó presos a todos”.
En su ciudad natal, San Cristóbal, Trujillo dio también, aunque en otra forma, evidencias de estar enamorado.
El doctor Ramón Blanco Fernández, quien vivió largo tiempo en ese poblado –muy apacible en los años de la dictadura- me contó cómo vio al monarca pasearse sin escolta (solo seguido de lejos por su chofer y automóvil) por la acera donde está el edificio de Correos y Telégrafos en la céntrica y entonces glamorosa avenida Constitución, junto a una bella dama que en ese momento cortejaba.
Por aquella época, Blanco Fernández -lleno de ímpetu de juventud- observaba la escena junto a su amigo Judet Hasbún Espinal, quien residía en la acera enfrente en la casa de la señora Nena Boissard, conocida en el barrio como Nena Buá.
Mientras observaban al gobernante (a mediados de la década del 50) ambos jóvenes comentaban en tono bajo la posibilidad que había de matarlo ahí.
Blanco Fernández, abogado nacido en 1926, está lúcido y activo físicamente, por lo que estimamos puede dar detalles del episodio. Hasbún Espinal falleció hace como cuatro años en Miami, donde residía.
Ramón Puello Báez, cuya casa materna estaba no muy lejos, me aseguró recientemente que Trujillo regaló a esta dama con la que caminaba -residente en una casa de dos plantas en la misma acera del cuartel de bomberos- un auto deportivo descapotable que era muy admirado en el San Cristóbal de la época. Pero poco después del llamativo regalo la mujer, descripta como hermosa, se fue a vivir a Ciudad Trujillo, aparentemente para evadir las miradas y comentarios.
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