Acotaciones sobre un emblemático galeno sancarleño
Cada milímetro del espacio que ocupa Rafi Lantigua, se lo ha ganado a fuerza de perseverancia
Tener la oportunidad de compartir algunos apuntes biográficos de Rafael Antonio Lantigua Ciriaco, en su condición de ejemplarizante dominicano y prestigioso profesional de la medicina, es un honroso privilegio que nos permite levantar nueva vez la voz para insistir en que realmente, contrario al pensar de algunos incrédulos, en la República Dominicana y el Continente de la Esperanza, América Latina, se puede.
Propicia es la ocasión para subrayar que hablar de nuestro comprensivo y cómplice Rafi Lantigua, como afectuosamente es nombrado por sus allegados, a quien también califican como un afable sancarleño, es una especie de llamado inexorable a la humildad, el esfuerzo, el sacrificio, la solidaridad, la honestidad y el crecimiento humano y profesional, a cambio de lograr la satisfacción del deber cumplido.
Para regocijo y orgullo de quienes hemos tenido la franquicia de tratar al doctor Rafael Antonio Lantigua Ciriaco, es un imperativo no olvidar, -entre sus incontables reconocimientos- que la historia lo registra como el primer hispano en ser ascendido como profesor en el Departamento de Medicina de la prestigiosa Universidad de Columbia, en la plaza neoyorquina.
Tal como muy bien expresa uno de sus acuciosos biógrafos, cada milímetro del espacio que ocupa Rafi Lantigua, se lo ha ganado a fuerza de perseverancia, dedicación y empeño propio,
Vale decir que, en este mundo de diatribas, perfidias y enemigos gratuitos, el dedo acusador de los mediocres no ha podido apuntar hacia este valioso profesional de la salud como blanco de deshonestidad.
El doctor Rafi Lantigua es hijo de una modesta y humilde familia sancarleña procreada por Gregoria Ciriaco, de ocupación costurera y don Julián Emilio Lantigua, agricultor.
Estudió Medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, pasando luego a residir, el 10 de junio de 1972, a la ciudad de New York, donde ha logrado granjearse el cariño y respeto de un considerable segmento de la población.
Conversar sobre el dominicano Rafael Antonio Lantigua Ciriaco, en su condición de ciudadano, es hacer referencia de un hombre humilde, honrado y trabajador que, en base a inauditos esfuerzos y sacrificios, ha sabido abrirse caminos, tanto en sus tierra natal como el extranjero, para poner de manifiesto un verdadero apostolado en el servicio a favor de los más necesitados, sin importar bandería política, color de piel y procedencia social y económica, actitud cotidiana que llena de orgullo a quienes hemos tenido el honor de compartir su amistad.
Por su constante afán de superación personal y profesional, sin olvidar el compromiso de servir a sus semejantes, por y para siempre, ha sido aquilatado como un paradigma constante entre aquellos que actualmente conforman la generación de nuevos valores.
Sobre su dilatada formación y experiencia profesional en el ennoblecedor campo de Hipócrates, hablan las innumerables acciones positivas protagonizadas por el doctor Lantigua Ciriaco, en donde su sola presencia proyecta un hálito de solidaridad y esperanza, lo que, en justicia, nos ha compelido a considerarlo como un auténtico lazarillo de los dominicanos que en busca de recuperar su salud que recurren a sus atenciones en el siempre congestionado consultorio del acreditado centro hospitalario donde labora.
Consecuencia de su abnegada entrega y solidaridad humana, el doctor Lantigua fue reconocido en justicia, recibiendo el galardón principal, en la primera entrega del Premio al Emigrante Dominicano Oscar de la Renta, 2019, en la imponente sala Carlos Piantini del Teatro Nacional.
De su participación en las lides de la política partidaria, bastaría resaltar, -aún en el presente luce un tanto retirado por diversas y comprensibles razones-, que el doctor Rafael Antonio Lantigua Ciriaco es un arquetipo de equilibrio y madurez, para quien los intereses genuinos de su patria siempre han estado por encima de los particulares y para quien los enfrentamientos estériles y las malquerencias, frutos de valoraciones y epítetos imprudentes, no consumieron su energía y tiempo.
Consecuencia de su proceder supo granjearse la amistad y distinción envidiable de formar parte del inestimable y reducido núcleo de auténticos amigos del siempre bien recordado José Francisco Peña Gómez, adalid incansable de la democracia dominicana.
Ese sólo precedente, es más que suficiente para que hoy, interioricemos el por qué el doctor José Francisco Peña Gómez lo asumió como uno de sus entrañables amigos y confidentes, al extremo de tener la delicada responsabilidad de acompañar, durante las últimas horas de existencia, al paradigmático y expresivo líder del partido blanco.
Por el momento y a modo conclusión, apelando a la paciencia de nuestros lectores, permítanme aprovechar este espacio para subrayar, lo que tanto he repetido en otros escenarios al evocar la vida y los valiosos aportes de este paradigmático galeno dominicano.
Del apacible doctor Rafael Antonio Lantigua Ciriaco, guardo deudas de gratitud que obligan a considerarlo como un ser humano muy especial pues, gracias a su oportuna y valiosa intervención profesional– sin olvidar la voluntad del Divino Creador- hoy seguimos formando parte del convulsionado mundo de los mortales.
Se trata de un gesto y una nobleza que nunca olvidaremos…
Gracias, por su ejemplo humano, ciudadano y su inagotable vocación de servicio a favor de los más necesitados del país y el mundo.
Su labor humanizante es una invitación y compromiso ineludible a constantemente tenerle presente.
Abrazos, Rafi…
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