Entre el greenwashing y la sostenibilidad
En los últimos años, la conciencia sobre la sostenibilidad ha crecido de manera significativa entre los consumidores de países desarrollados
En los últimos años, la conciencia sobre la sostenibilidad ha crecido de manera significativa entre los consumidores de países desarrollados, a donde se dirige la mayoría de nuestros bienes y servicios. Según un estudio de Nielsen, más del 73 % de los consumidores globales afirman estar dispuestos a cambiar sus hábitos de consumo para reducir su impacto ambiental, y un 81 % de los consumidores de la Generación Z, la generación más joven, están dispuestos a pagar más por productos sostenibles. Esta tendencia ha llevado a que las corporaciones hayan adoptado regulaciones voluntarias en medioambiente, gobernanza e impacto social (ESG) para responder a la demanda de consumidores más conscientes y para cumplir con legislaciones que son cada vez más estrictas.
En nuestras tiendas también, cada vez es más común encontrar productos con etiquetas como “eco-friendly”, reciclables, con certificaciones ISO 14000, orgánicos, etc.
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, la crisis climática persiste, y sus efectos devastadores son cada vez más evidentes. Solo en la República Dominicana, el Banco Mundial estima que las pérdidas debido al cambio climático podrían llegar hasta un 17 % del PIB potencial. La reciente legislación de la Unión Europea sobre deforestación, que entrará en vigor a principios de 2025, marca un hito en esta lucha, exigiendo a las empresas de cacao y café, entre otros rubros, certificar y demostrar de forma tangible sus prácticas sostenibles. Otros países le seguirán. Es un reto para las pymes adaptarse a estos cambios con agilidad.
Ahora ha surgido el greenwashing como una preocupación creciente. Este término se refiere a las prácticas engañosas de algunas empresas que se presentan como ecológicas sin llevar a cabo acciones significativas para reducir su impacto ambiental. Un ejemplo común es el de los hoteles que piden a sus huéspedes que reutilicen las toallas para ahorrar agua, pero que no adoptan otras prácticas sostenibles en la gestión del agua o la conservación de la costa. Otros ejemplos incluyen a productores que prometen compensar su huella de carbono plantando árboles y no lo hacen, o productos que se etiquetan como “eco-friendly” sin respaldar esta afirmación con acciones concretas.
Podemos lamentarnos de las regulaciones impuestas o de las demandas de los nuevos consumidores, pero también debemos reconocer que la sostenibilidad es un esfuerzo conjunto e ineludible. Si queremos seguir exportando y ser un destino deseado, debemos tomar las medidas necesarias, no como una simple campaña de marketing, sino como un compromiso real. El greenwashing no solo puede resultar en la pérdida de mercados y de ciertos financiamientos internacionales, sino que también socava la confianza del consumidor y, a largo plazo, podría ser perjudicial para el negocio.
En conclusión, la apuesta por la sostenibilidad es más que una tendencia: es una necesidad imperante y una oportunidad de negocio a mediano y largo plazo. El costo de no actuar es demasiado alto. Como país exportador, debemos adaptarnos a las nuevas exigencias y adoptar prácticas realmente sostenibles de manera proactiva. Solo así podremos garantizar la viabilidad de nuestras empresas y contribuir a un futuro más sostenible para la empresa y para el país.
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