Las cartas del Boom: la historia de un taller epistolar, literario, político y terapéutico
Amistad y genialidad en tinta
“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, esta frase de Rayuela que ha dado la vuelta en todo internet, parece ser un hechizo profético que recayó sobre los Beatles de la literatura latinoamericana, aquellos compadres que formaron, sin planificarlo así, un movimiento que primero fue llamado La nueva novela latinoamericana, libro que Carlos Fuentes publicó en 1972 en pleno apogeo del Boom, pero que más tarde fue bautizado por Luis Harss en un periódico de Argentina en 1967 como el Boom Latinoamericano. Un grupo de talentosos escritores que apareció en el momento exacto en que los ojos estaban volcados hacia América Latina con la Revolución cubana. Revolución con la que nuestros protagonistas estuvieron muy interesados. De modo que, como señalan los editores del libro, la Revolución Cubana fue un catalizador del interés global por América Latina, y sirvió para poner los ojos del mundo sobre su literatura. Indudablemente, aunque el Boom no fue una respuesta a la Revolución, sus formas y temáticas estuvieron influenciadas por los cambios ideológicos y culturales que la experiencia cubana trajo.
En mi opinión, este libro publicado en 2023 por Alfaguara y que recoge 250 cartas, puede leerse como una inmensa bibliografía, ensayo o críticas literarias y cinematográficas redactadas en formato epistolar. Es difícil de leer para quien debe detenerse a anotar próximas lecturas o relecturas a partir de los comentarios expuestos por los remitentes, lo que lo convierte no en un libro epistolar, sino en un manual para el estudioso de la literatura. Cuando digo difícil, me refiero al oxímoron que produce el placer de una página que te remite a otra y otra, como topo curioso que excava en las profundidades de un laberinto interminable de citas, referencias, autores, películas, miles de cuentos y novelas que te recuerdan lo mucho que te falta por leer o por aprender para aproximarte siquiera al tobillo de alguno de estos, si es que se pudiera llegar a tal altura.
Saramago decía que los libros deben ser tratados con delicadeza porque en su interior vive gente, viven sus autores. Nos adentramos en un libro que es la casa de cuatro, y más que la casa, por tratarse de cartas, estamos en las recámaras donde somos capaces de presenciar el desvelo de las formalidades a las que normalmente se nos expone en las escuelas y los ensayos. Estos autores logran desvestir las obras de sus amigos para acercarse a críticas honestas, pero que preservan la amistad entre ellos.
Como se ha leído en los epígrafes, parecería que la obra de estos cuatro autores es una gran red en la que se entrelaza la obra de cada uno para hacer, como dijo García Márquez: “Yo creo que lo que estamos haciendo nosotros es una sola novela. Por eso, cuando estoy tratando un cierto aspecto, sé que tú estás tratando otro, que Fuentes está interesado en otro aspecto que es totalmente distinto al que tratamos nosotros, pero son aspectos de la realidad latinoamericana.” A su vez, Cortázar dijo en una carta a Fuentes lo siguiente: “De todos modos, hasta no conocer su novela no tenía la impresión de que nos pareciéramos en tantas cosas […] la comprobación es melancólica en casi todos los casos: nos parecemos enormemente en lo malo.”
Esta correspondencia entre cuatro de los principales novelistas del Boom: Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa es de vital importancia para conocer cómo se gestó dicho fenómeno cultural, literario y editorial, ya que los dos últimos recibieron el Premio Nobel y los otros dos no hubiesen sido una sorpresa que lo obtuvieran porque también lo merecían. Si bien el Boom ha sido debatido intensamente, hay un consenso en que es un movimiento y un momento durante los años sesenta. Aunque existía un número significativo de escritores sobresalientes vinculados al fenómeno literario como José Donoso, Guillermo Cabrera Infante y Juan Goytisolo (que era español), se habla sobre todo de estos cuatro autores porque los demás no alcanzaron el mismo estatus. Quienes escribieron novelas totalizantes que forjaron una sólida amistad, y cuyos libros fueron de gran impacto internacional. Novelas que alcanzaron el apoyo de la crítica y del público y que ya forman parte del canon y han fijado un estándar de calidad estética y literaria para las futuras generaciones de narradores. Sin temor a exagerar, podría decirse que la novela del Boom es una continuidad literaria de los clásicos de la novela decimonónica. Leer su correspondencia es casi como disfrutar cualquiera de sus textos literarios.
Los autores del Boom eran completos desconocidos que se conocieron por cartas o por referencia de amigos en común y que pasaron a convertirse en amigos que escribían, que se leían con devoción de fan y se recomendaban con paciencia de profesores expertos. En las cartas de Cortázar, se observa a un amigo que emite elogios a la obra y que hace sugerencias al autor. En una de sus cartas a Fuentes le dice: “Pero, Carlos, salvo para los que conocen como usted su México, todo el comienzo del libro, con sus entrecruzamientos, sus flashbacks, sus asomos de personajes rápidamente escamoteados hasta muchas páginas después, provocan no poca fatiga y exigen una cierta abnegación del lector para salir finalmente adelante. Mi mujer se quedó tan mareada con el comienzo que tuvo que descansar unos días y volver a leerlo.”
Si bien no vamos a profundizar en la vida personal de los autores, porque ya de por sí es intensa, debo mencionar que una de las grandes lectoras de estos autores, a juzgar por las cartas de Cortázar, fue Aurora Bernárdez. Estuvieron casados (1953-1967) y fue su albacea cuando murió. La menciono, pues durante su matrimonio él la menciona en casi todas las cartas que emitían opinión de los textos compartidos. De modo que, infiero que muchas de las recomendaciones o comentarios vinieron primero consensuadas entre estos esposos intelectuales. Otras mujeres de relevancia mencionadas en la obra son: Emma Speratti, profesora y crítica argentina, y, por supuesto, la agente literaria de varios de ellos, Carmen Balcells. Y también un: “Me queda de México una idea terrible, negra, espesa y perfumada. El miedo anda por ahí, […] pero a veces uno tiene miedo de las cosas que está empezando a amar de veras; yo sé que ahora tengo más ganas de conocer su país, de oír hablar a su gente con la gracia con la que hablan en su libro." De su lado, Fuentes le dijo a Cortázar: “Las armas secretas es el tomo de cuentos más excelente que se ha escrito y publicado jamás en América Latina.” Cortázar se refiere a Cantar de ciegos de Fuentes con un: “Tu libro me hace feliz por la insolente perfección de su forma.”
Mientras más avanzan los años, más cómicas y relajadas las comunicaciones: “Me reservo el futuro la relectura de tu libro cuando esté impreso, cuando no haya que luchar con esa “a” partida en dos que tiene tu condenada máquina (tírala a la calle desde el 14, hará un ruido extraordinario y Patricia se divertirá mucho, y a la mañana siguiente encontrarás todos los pedacitos en la calle y será estupendo, sin contar la estupefacción de los vecinos, puesto que en Francia las máquinas de escribir no se tiran por la ventana). (Cortázar a Vargas Llosa cuando leyó el manuscrito de La casa verde —título que no le gustaba y sugirió cambiar, pero que Vargas Llosa no hizo—, le dijo: “No nos gusta el título, es pintoresco y por debajo de lo que ocurre, trata de imaginar otro”). “Tu idea de la novela del tirano es SENSACIONAL: el huevo de Colón elevado a omelette metafísico”, le dice Fuentes a Gabriel García Márquez.
Por otra parte, los cuatro narradores tenían en común una vocación por la política que, en principio, se tradujo en una identificación con el socialismo y la Revolución cubana. Todos pasaron por Cuba y la política en sí, estuvo en el centro de sus pasiones. Firmaron varios manifiestos juntos entre 1968 y 1971, documentos que confirman su vocación política al intervenir en asuntos públicos y de política internacional. Fueron censurados, como el caso de Fuentes quien fue censurado por la dictadura de Franco en España y le prohibieron entrar a Estados Unidos y lo hostigaron en México en el gobierno del presidente Díaz Ordaz, entre otros. Además, se involucraron el caso de la desaparición de la familia del poeta Juan Gelman, de la política en México, en Colombia, en Bolivia, y en sentido general de América Latina, entendiendo que como intelectuales tenían ese deber no quedarse callados ante lo que sucedía en su región y más allá de ella, cuando se involucraron por la invasión de Checoeslovaquia por la Unión Soviética.
Por otro lado, el acceso a esta correspondencia permite entrar a ese aposento donde se ventilan las relaciones personales y colectivas, y observar cómo estos escritores se comportaban como amigos que eran los primeros en celebrar los triunfos de los otros y en acompañarlos en sus derrotas. En las cartas, observamos a un joven Carlos Fuentes haciendo interminables peticiones a un paciente Julio Cortázar, quien colaboraba y ayudaba a estos jóvenes a quienes les veía un gran talento. Además, de recomendaciones literarias, se recomendaban agentes, editoriales y hasta enviaban, sin permiso, textos de estos autores para recomendarlos. Según vi, Cortázar impulsó a todos ellos, al igual que Fuentes fue de gran ayuda para Márquez, sobre todo. Se apoyaban incluso legalmente, recomendándose la revisión de los contratos leoninos y solicitando textos para que los defendieran en sus países, como fue el caso de Fuentes que le pidió de favor a Márquez un artículo donde lo apoyara, pues estaba recibiendo ataques políticos por todos lados en México.
Un grupo de exiliados o errantes, porque como dijo Vargas Llosa, preferían “no ser nadie en una ciudad que lo es todo, pues eso era mil veces mejor que lo contrario.” Autores que, cuando leemos sus cartas, notamos que quedarse estancados en glorias del pasado no estaba en sus planes, sino que se mantenían en un apoyo constante para hacer los próximos, porque al final es lo que les daba vida a sus años. Por lo menos la mitad de las novelas del Boom se escribieron fuera de América Latina.
En varias cartas reseñan las críticas que recibían de sus propios compatriotas y quizás por eso preferían, como dijo Fuentes a Márquez: “Mientras más lejos estemos de nuestro sótano latinoamericano, mejor, y por muchos motivos.” El Boom también tuvo críticos que lo consideraban más bien como un movimiento editorial y publicitario. Me llenaba de satisfacción estar leyendo este gran flashback, leer con ternura a un Márquez decirle a su “magister” que en 1965 había encontrado el título y preguntarle con humildad: “¿Cómo te suena este nombre: Cien años de soledad?”
Un indicio de una amistad terapéutica porque Márquez tenía a su amigo Carlos para hacer catarsis y decirle:
“Me pregunto qué coño hacemos los escritores pobres en este cabrón mundo.”
“Lo que me decías en tu carta, sobre los capítulos de mi novela, llegó en un momento oportuno, en uno de esos días en los que me pregunto si no estaré chapaleando en un pantano de mierda.”
“En los próximos seis meses haré churros si es necesario para cuadrar mis finanzas, pero no repetiré esta indignidad. El callejón se me está cerrando.” “Estoy abrumado de horribles trabajos cotidianos para restaurar mis finanzas.”
De modo que, pasando penurias, era necesario que Márquez tuviera ese empujón de fe de sus amigos ilustres, que lo llenaban de esperanza para continuar enfocado y llegar a disfrutar el camino agridulce. “Se acabó Cien años de soledad, ahora necesito saber cuáles eran los métodos medievales para matar cucarachas (…) y unas veinte exquisiteces más, pero ya estoy del otro lado.”
Una amistad terapéutica también en las separaciones: “Qué decirte, Julio querido, sino que te envío mis manos abiertas, y que estoy contigo de la única manera que concibo entre amigos: con la seguridad de un silencio y solidaridad fraternal.” O en las muertes de pareja: “Unidos en tu inmenso dolor.” “Gracias, Carlos y Sylvia, por el mensaje que me trae cariño en este pozo de donde trato de salir aferrándome a los amigos.” Nadie celebraba primero que ellos con sus cartas de felicitaciones. “Tengo la impresión de haber leído el Quijote latinoamericano.”
Una de las invitaciones más importantes que para mí hace este libro es la rodearse de amigos que compartan tus inquietudes y valores, capaces de ofrecerte no solo consejos en tu oficio, sino que sean capaces enfrentar contigo los peligros y las venturas, para ser más que colegas, amigos.
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