El uso de la lengua en los medios de comunicación social
En el uso cotidiano de la lengua en nuestros medios de comunicación se leen y escuchan las más sorprendentes y hasta jocosas
Contrario a lo que debería ser su verdadera función, en el uso cotidiano de la lengua en nuestros medios de comunicación se leen y escuchan las más sorprendentes y hasta jocosas irregularidades léxicas, fonéticas, semánticas, sintácticas y morfológicas. Imperan en ellos los vulgarismos, novismos, el estilo coloquial y frases que se apartan por completo del registro estándar de la lengua. Medios en los que a la hora de informar se prestigia el contenido y descuida la forma, creando así las condiciones para que los hablantes copien e integren a su caudal lingüístico los frecuentes desatinos que a través de ellos leemos y escuchamos.
La radio, la prensa escrita y la televisión, más que formar prefieren adaptarse lingüísticamente al receptor del mensaje. Y merced a este proceder, en muchos de los comunicadores nuestros prima la idea de que se debe hablar y escribir para los iletrados, imitar sus modos expresivos, emplear sus sociolectos, esto es, utilizar siempre la norma popular o los niveles de expresión lingüística propios de los sectores menos instruidos. Para llevar a cabo su función “orientadora”, los usos lingüísticos que se prestigian son, extrañamente, los correspondientes a los hablantes que poseen más bajo nivel de escolaridad.
De ahí que en las cabinas de radio y televisión se hable como si se estuviera en el banco del parque, en las gradas del estadio o en la esquina del barrio. Tan preocupante realidad se pone de manifiesto tanto en la comunicación oral como escrita.
Para comprobar los desajustes expresivos en que incurren muchos comentaristas, basta sintonizar uno que otro de los tantos programas de opinión que se transmiten en nuestro país. En estos espacios se oye de todo: gritos, amenazas, insultos, injurias, pronunciación desastrosa, vulgaridades… Quien así desee confirmarlo, solo tiene que escuchar, por ejemplo, las inconductas verbales del conductor estelar del más popular programa de opinión que a través de la radio se trasmite en horas de la mañana por una de las no menos populares estaciones radiales de Santo Domingo. Aún recuerdo, y en la red de internet yace activo el audio, una de las emisiones (19/12/2011) del susodicho espacio, en la que el precitado y entonces octogenario conductor “truena” y dice lo siguiente:
”No joda ombe, coño… Se va a joder el programa por la politiquería de estos dos intolerantes, soberbios y engreídos… En Martínez Pozo y José Laluz, yo me cago, coño, en ellos dos… Malditos, sinvergüenzas… Espérenme en el parqueo, jijos e putas…»
En parecidos términos se expresaba, y aún se expresa, la exregidora y periodista que en la misma estación radial laboraba en un programa que se transmitía en horas de la tarde
Un popular comunicador de Santiago, apelando a un código de expresión muy particular, pintoresco y, en cierto modo lingüística y conceptualmente distorsionador, en su muy escuchado programa de radio, en lugar de “mataron a un ladrón”, prefiere informar que: “Calimbaron a un ladrón …”. En lugar de “la camioneta iba llena de personas…”, se le escuchará decir que « la camioneta iba «timbí” de personas». Y en vez de informar que a un ciudadano le robaron, dirá que a este “le cantaron bingo…”.
Pero no solo los productores de programas de radio y televisión hieren nuestros tímpanos con sus insultos y términos descalificadores. Hasta los líderes religiosos también se desplazan por esos escabrosos senderos de la lengua. Como desafortunadamente procedió en una ocasión (febrero 2014) el máximo representante de la Iglesia católica dominicana, cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, al calificar de “sinvergüenza”, “chusma”, “estúpido”, “perverso”, “lacra”, “cretino”, “pelafustán”, “vil”, “bestia” e “inescrupuloso” al cura jesuita Mario Serrano, por defender este a los hijos de los haitianos indocumentados que viven en la República Dominicana.
Mientras que el productor de televisión y director de la Corporación Estatal de Radio y Televisión (CERTV), Iván Ruiz, hace apenas dos meses, difundió un video en el que llama “comemierdas” a quienes cuestionan su moral:
«Venga aquí de frente y dígame lo que usted quiera decirme, coño, aquí hay muchos comemierdas, que quieren jugar con la moral ajena y ya está bueno, uno llega en un momento en que ya… A mí nadie me puede señalar en este país, y no soy un Santo: pero no me pueden señalar, para que esos comemierdas estén hablando mierda…»
Debido al fuerte influjo que ejercen en la sociedad, los profesionales de la información deberían manejar con mayor prudencia y cuidado el idioma. Deberían tener presente que su conducta lingüística se constituye en un marco de referencia, susceptible de ser imitada. Tal y como señala Salvador Gutiérrez, miembro de la Real Academia Española:
“Existe una tendencia a tomar como referencia a quienes nos hablan a través de un periódico, de una radio o de un libro. Los periodistas tienen una mayor responsabilidad sobre el uso del lenguaje porque sus palabras tienen también una mayor repercusión social”.
En la comunicación escrita el problema es tan grave como en la oral. Si leemos con detenimiento y espíritu reflexivo los diferentes diarios que circulan en nuestro país, fácilmente descubriremos los gazapos y errores gramaticales que en esos medios se publican. Discordancias, faltas ortográficas, errores conceptuales, uso inadecuado de los signos de puntuación, corte indebido de palabras al final del renglón y la presencia de frases ambiguas o pleonásticas, se destacan entre las más frecuentes de esas irregularidades.
dcaba5@hotmail.com
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