Ramón Mella
Por ella, y para constituir en República la que dominaban Los haitianos con el nombre de “Partie de l’Est”, la trabajó como de los mejores entre buenos el General Mella, una de esas figuras simpáticas de la Independencia en todo el Continente que, además de las cualidades internas que reclaman las grandes acciones, tenía los atractivos personales que seducen a las multitudes y los méritos sociales que atraen a la porción más culta de una sociedad.
Mella, además de ser un patriota, era un joven bello, instruído y de prosapia hidalga. En el movimiento inicial de febrero de 1844, representaba aquella gente linajuda del Cibao, que aún queda, como resto de la estirpe de segundones de Castilla que llevaron a Isabela, Jaragua y Santiago de los Caballeros, juntos con su horror al trabajo personal, su hábito del decoro, la dignidad externa de la buena sociedad, y su profundo sentimiento de los derechos de casta.
Mella no fue mucho más feliz que su maestro en patriotismo, Duarte, y su compañero de nobles acciones, Sánchez; pero las especiales circunstancias de su carácter, unidas a las consideraciones de familia, que tanto influjo han tenido en la política de los pueblos latinoamericanos, le valieron indulgencias y amnistías que, alguna vez, como poco antes de la Anexión, habían llegado hasta el extraño extremo de haber de él su representante diplomático de la República en España.
Si recuerdo bien, en ese puesto estaba en los días en que empezaba a susurrar el rumor de la Anexión, y me parece haber leído la nota dirigida por el Gobierno de la República en que, con el don profético que tiene el patriotismo, expuso con extraordinaria lucidez las razones que entonces objetaban y siempre objetarán el cambio de la Independencia por la dependencia.
Siendo incompatible con sus creencias firmes aquel puesto, lo dejó a tiempo para no llevar a la tumba ni aún la sombra de la complicidad en aquella indignidad.
[E.R.D., Hostos en Santo Domingo, S.D., 1939, Vol I, p. 308. Ver además p. 245,27,263,305,306, 308]