Nada es mayor en nuestra edición bibliográfica

En esta foto se puede apreciar la dimensión de la obra Historia General del Pueblo Dominicano en versión códice. Mi nieto, Emmanuel José, de seis años, junto a la pieza bibliográfica más importante de nuestra historia. (Fuente externa)

Las únicas referencias que recuerde conocer las he visto, casi a distancia, en la biblioteca Ambrosiana, de Milán, cuyos manuscritos procedentes en su mayoría de abadías benedictinas datan de los años entre 1585 y 1601. Su fundador, el cardenal Federico Borromeo, se dedicó a reunir más de 15 mil manuscritos, afines a la fe católica, para que sirvieran al propósito de la Contrarreforma de enfrentar la avalancha de libros que publicaban los protestantes.

Los he visto también en la biblioteca Laurenciana, de Florencia, siempre sin poder tocarlos, donde se conservan unos 11 mil manuscritos (a más de unos 130 mil libros del siglo XVII hasta hoy), entre ellos papiros, incunables y algunas docenas de ostrakas –muy difíciles de encontrar en otras bibliotecas antiguas-, unas piezas de cerámica donde se solían grabar nombres y pensamientos muy breves. Apenas, unas cuantas “palabras” o signos de la época medieval. Se afirma que los musulmanes poseen en La Meca un ostracón con la historia completa de un rey egipcio.

He conocido la biblioteca Joanina de la Universidad de Coimbra, Portugal, donde se conservan unos 70 mil volúmenes, principalmente del siglo XVIII, y en cuyo recinto se permite el contacto más directo con los libros, aunque los manuscritos pueden verse de cerca, y pasarse sus páginas, con la ayuda de un asistente de la impresionante biblioteca en cuyo frontispicio se lee, en latín, la frase: “Construido para la sabiduría de los lusos. Libros lideran; soldados y brazos trabajan”.

Por supuesto, me ha sido dado conocer la imponente biblioteca apostólica Vaticana, donde se conservan libros de los inicios de la historia de la Iglesia, del siglo XIII y del medioevo, entre otros periodos. Alrededor de casi dos millones de libros, entre ellos 150 mil manuscritos y más de 8 mil incunables.

Estas son las referencias directas, pero tendrá uno que recordar necesariamente la novela El nombre de la rosa, del italiano Umberto Eco, con la apasionante historia de crímenes cometidos en la biblioteca de la abadía benedictina donde Guillermo de Baskerville se internó para descubrir el origen de la maldad que padecían conmovidos aquellos monjes que, a diario, se dedicaban a estudiar en los tintados manuscritos de la época.

En mi biblioteca busco similares o aproximados, y no los encuentro. Hay unos pocos ejemplos que se le acercan aunque sin comparación alguna. Una formidable edición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en dos volúmenes, de gran dimensión y con una tirada de solo 3 mil ejemplares numerados, publicados exclusivamente para los socios del Club del Libro de Madrid (poseo el ejemplar 2,697). Contiene grabados del artista francés Gustavo Doré que datan del siglo XIX. Hay otra edición de la monumental obra de Miguel de Cervantes con ilustraciones de Salvador Dalí, pero no se compara. El Círculo de Lectores de Barcelona publicó Los tesoros de Leonardo da Vinci, de Mattew Landrus, que es una auténtica joya de orfebrería editorial, de difícil descripción por la cantidad de elementos que contiene, y que se editó bajo el concepto codex de los manuscritos antiguos. Otra edición memorable de Círculo de Lectores –la mayor editorial para suscriptores del mundo, a la que pertenezco desde hace más de treinta y cinco años- es Pintoresca Vieja Europa, con vistas románticas de ciudades y paisajes de antaño, recopilados por Rolf Muller, que casi me atrevería a decir que es con la que guarda mayor similitud, pero aún así no es lo mismo. Y solo por su dimensión, he de mencionar a Magnum, una publicación de Lunwerg Editores, de Alemania, con más de 400 fotografías a color y blanco y negro de los más afamados fotógrafos de la mundialmente conocida empresa de reporterismo fotográfico que da título a la obra.

En República Dominicana solo alcanzo a conocer una sola experiencia, en cuanto a monumentalidad y diseño, en la obra La ciudad del Ozama, 500 años de historia urbana, de Eugenio Pérez Montás, con toda seguridad el libro de gran calado más hermoso de la bibliografía dominicana hasta este momento.

Pero, esto que acaba de darse a conocer no tiene comparación con nada que mis ojos hayan visto anteriormente. La historia comenzó hace varios años cuando la Academia Dominicana de la Historia planificó publicar una Historia General del Pueblo Dominicano, en seis tomos. El presidente Leonel Fernández aportó los fondos para que más de 60 historiadores se pusieran a trabajar en la redacción de obra de tan grandiosa estructura y de ambicioso alcance. El presidente Danilo Medina continuó entregando los aportes necesarios para que proyecto de tal magnitud no se detenga. Esa colección, de la que se han publicado hasta el momento solo los tomos uno y cinco, correrá su curso normal con su edición en la medida en que los historiadores a quienes corresponde realizar esta labor vayan concluyendo sus investigaciones y la escritura de sus textos.

Pero, la obra acaba de alcanzar una altura mayor. El empresario Juan Bautista Vicini Lluberes sugirió a la Academia de la Historia y al Archivo General de la Nación que gerencia el proyecto, que cada uno de los seis volúmenes que forman la colección aludida fuera diseñado e impreso con las características de los manuscritos medievales, o sea en el formato códice o codex, el mismo estilo de los textos medievales que solo pueden verse en las pocas bibliotecas del mundo que poseen estas joyas de la escritura antigua, como las que citamos más arriba.

No hay dudas de que se trata de un acontecimiento editorial sin precedentes en nuestra historia bibliográfica. El tamaño, la dimensión general de la obra, la calidad del papel utilizado, las ilustraciones, los grabados, la tipografía, las copias digitalizadas de documentos antiguos originales obtenidas en el Archivo de Indias, el diseño y terminación de la obra, la impresión meticulosa y limpia, permiten asegurar que estamos frente a una obra histórica, no solo por su contenido sino fundamentalmente por su estructura. Una verdadera hazaña editorial incomparable, sin registro en nuestra historia bibliográfica y probablemente en cualquier otro país del continente.

Esta Historia General del Pueblo Dominicano tiene como contribuyentes textuales a un grupo de los más prominentes historiadores nacionales: Frank Moya Pons, Genaro Rodríguez Morel, Roberto Cassá, Marcio Veloz Maggiolo, Wenceslao Vega Boyrie, Eugenio Pérez Montás, así como de los historiadores españoles Juan Gil Fernández, Esteban Mira Caballos y Consuelo Varela. Aunque la impresión se realizó en Italia –todo con el patrocinio del Grupo Vicini- el diseño, la conceptualización del sello de publicación, las viñetas de codex, el retoque digital, la portada y la supervisión y producción general fue labor de las que he denominado, desde hace años, las magas de la edición dominicana, madre e hija: Ninón y Lourdes Saleme. Una obra de consagración y un portento editorial sin parangón que ha costado más de un año de esfuerzo y dedicación constante. Pero, sobre todo, un aporte incomparable al conocimiento de nuestra historia, al desarrollo y proyección de nuestra bibliografía histórica, y al diseño editorial en la República Dominicana, pues esta verdadera joya de colección ha de ser de obligada referencia con el paso de los años. Nada es mayor que esto en nuestra edición bibliográfica. ¡Espectacular! No hay otra palabra.

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La obra de 496 páginas, impresa en Elcograf, de Verona, Italia, tiene que ser cargada por dos personas. Si lo hace una sola podría averiársele la columna vertebral. No tiene valor de venta. Se distribuye entre universidades, bibliotecas, centros culturales, entidades de la sociedad civil y del Estado, y personalidades diversas. De venderse tal vez pueda estar su precio sobre los 50 mil pesos.

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