Los aires frescos que vienen de Roma

Apenas lleva seis meses en Roma y todos los caminos de esperanza conducen a esa figura humilde, sin pretensiones, que acaba de atronar las conciencias con una entrevista de igual valor para los católicos como para quienes nos valemos del cogito ergo sum en el intento muchas veces vano de entender al mundo y a nosotros mismos. Esperanza de renovación de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, mutada en estructura anquilosada, de espaldas a los tiempos y al espíritu de comunidad que marcó su inicio, empantanada en disquisiciones estériles y corroída por escándalos que hasta a dominicanos curtidos han salpicado de vergüenza y espanto.

Se las trae este papa Francisco, argentino de nacimiento y ciudadano del mundo por elección y vocación, cuya pastoral desde el pétreo Vaticano a partir de marzo contiene un mensaje de universalidad estimulante. Substancia y forma se han hermanado para dinamizar el papado, y lo que nos llega de la Ciudad Eterna son unos aires frescos, de aggiornamento. No hay que sentirse optimista, porque tal estado es psicológico, como ha dicho Francisco en la entrevista recién publicada originalmente por La Civiltà Cattolica en italiano, en inglés por América y en español por Razón y Fe, todas revistas de la Compañía de Jesús a la que pertenece el Sumo Pontífice. Se decanta por la esperanza, lo que demuestra la profundidad de su pensamiento, sus raíces teológicas, sus convicciones evangélicas y una fe de las que mueven montañas.

¿Desde cuándo un papa da entrevistas? Lo hizo en el avión que lo traía de vuelta al Vaticano desde Brasil, hace apenas semanas. Esta vez sacó tiempo durante tres días para conversar con Antonio Spadaro, también jesuita y el director de la revista italiana, y desgranar nuevas interpretaciones doctrinarias, enderezar entuertos filosóficos y, en fin, mostrar atisbos de la iglesia a que aspira, más en sintonía con la comunidad de fieles. No hay desperdicios en las respuestas de Francisco, algunas enriquecidas con formulaciones posteriores. Ese "yo soy un pecador" de entrada produce escalofríos y nos asoma sin preámbulos al mundo interior de un gran hombre que no busca cobijas para sus debilidades pese a que, de acuerdo con la Iglesia, es el representante de Dios sobre la tierra. Así se define Jorge Mario Bergoglio. Clemencia ninguna para sí mismo, ausencia total de excusas, porque su franqueza es tal que lo lleva a desvelar sus falencias en una admisión sorprendente de que primero humano, y por tanto nada le resulta ajeno.

Hasta el sacerdote periodista se sintió sobrecogido por la respuesta cándida a la primera pregunta. El jesuita director de América proporciona unos ángulos determinantes para aquilatar lo dicho por Francisco en la entrevista exclusiva: "Me sorprendió que el Papa no usa la manera tradicional con que un jesuita expondría esta idea. Normalmente, un jesuita diría que es un "pecador amado" o un "pecador redimido por Cristo". No, el papa es más crítico de sí mismo. No hay una píldora azucarada. Por supuesto, el papa Francisco sabe que ha sido redimido por Dios, y que es amado por Dios. Pero Jorge Mario Bergoglio, SJ, siente hasta en sus huesos que es un pecador: imperfecto, con puntos débiles y en aprietos". Su sencillez lo ha convertido ya en referencia mundial. El desapego a lo material, la renuncia a comodidades que en el trono papal eran esenciales, ese estilo llano a veces desconcertante y esa vocación inocultable de servicio signan con caracteres definitivos un pontificado que ha devuelto la esperanza a millones de fieles. Sí, esperanza, ese substantivo infinito que repito porque no le encuentro sinónimo de reemplazo válido. Ese valor elevado a teologal en el catecismo.

La entrevista se hizo pública al mediodía del jueves. Muy poco después, ocupaba los primeros lugares en los principales medios del mundo. Como ocurre con la televisión norteamericana, de inmediato fue sometida a un debate de ideas cruzadas, algunas veladamente críticas. En general, había consenso de que Su Santidad había abierto vereda nueva para considerar los temas más controvertidos que sacuden la Iglesia y dividen la feligresía. Hay una arremetida frontal contra la excesiva autoridad de Roma y las ínfulas magisteriales que han minado la capacidad del católico para encontrar en su intimidad respuestas a sus angustias existenciales.

En el Washington Post de ayer, los encabezados proponen la tónica de menos énfasis en reglas, de identificación con el católico común, de una renovación de la pastoral. No anda equivocado, me regocija creer.

El papa comenzó por criticarse a sí mismo y aceptar que cuando era provincial de los jesuitas en Argentina se comportó como un dictador. Nunca ha sido un derechista pero, dice, "mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones provocaron serios problemas y la acusación de ultraconservador". De nuevo el Francisco implacable con él mismo cuando admite que pudo haberlo hecho diferente y de que de ordinario sus primeras decisiones están erradas. Sabia enseñanza, sin desperdicios: "Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que piensan que los cambios y las reformas pueden lograrse en poco tiempo. Yo creo que siempre necesitamos tiempo para colocar los fundamentos de un cambio real y efectivo. Se trata del tiempo del discernimiento. A veces, por el contrario, el discernimiento nos empuja a ejecutar lo que originalmente pensábamos dejar para más tarde. Y esto es lo que me ha ocurrido a mí en estos meses".

Se ha confesado un gregario inveterado, sensible en extremo a la lejanía de la colectividad. Le gusta el olor de multitudes, sin barreras artificiales que lo separen de esas masas que ven en él a un nuevo profeta. Holló las favelas de un Río de Janeiro festivo, desbordado por miles y miles de peregrinos que vinieron a encontrarse con el primer papa latinoamericano. Rechazó un coche blindado "porque no se puede blindar a un obispo de su pueblo. Prefiero la locura de esta cercanía que nos hace bien a todos". También exigió que no hubiese lujos en el avión papal, ni siquiera una cama donde dormir y descansar el cuerpo de los rigores que supone cruzar el Atlántico para alguien con setenta y seis años vividos en austeridad.

Quizás de ese sentimiento esencial de su naturaleza humana brota un convencimiento que es revolucionario: el colectivo como fuente de inspiración y conocimiento. Surge el cisma entre la disciplina por gravedad a que nos tiene acostumbrados el Vaticano y la amplitud del concepto de "sentir con la Iglesia". Todos los caminos conducen a Roma bajo otra perspectiva. El reencuentro de la feligresía con sus pastores transita por la aceptación de que hay verdad en la grey. ¿Acaso la verdad no es en la reconditez de la fe una convicción, como tal sujeta a las veleidades de los tiempos y las circunstancias? Poner el oído en el pueblo y de ahí extraer los insumos que permitan la sintonía se insinúa ya como una de las líneas maestras del papado de Francisco.

Del "sentir con la iglesia", de hacer las paces con el colectivo por vía de la legitimación de sus aspiraciones y experiencias, emerge también el respeto profundo por el otro, descrito en términos teológicos por Francisco que hasta a un hereje de su propia religión, como este escribano, conmocionan. En cada persona está Dios, en el pobre de espíritu y de riquezas, en el drogadicto, en el arrastrado por las pasiones más bajas, en el más despreciable. Como depositario de la divinidad, no hay excepción en el mérito para el miramiento. Radica ahí la esencia del cristianismo, ese amor al prójimo como a ti mismo tan pisoteado y deportado de la vida cotidiana por las inconductas de pillos, taimados e hipócritas. Dios está en el gay y en la que aborta, apertura de compuertas para la bomba que dejó caer Francisco en lenguaje comprensivo, con palabras llanas, con anécdotas de maestro sencillo y, sobre todo, con mucho amor cristiano: "Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: 'Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?' Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano".

Aún más relevante resulta el resto de la respuesta a la pregunta sobre qué pastoral predicar en los casos de los matrimonios gais, de los divorciados que han vuelto a casarse y, en fin, de todos esos excluidos de la grey por la intolerancia, la homofobia y el machismo que Francisco acepta ha signado la posición de la mujer en la Iglesia: ..."En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos 'heridos sociales' porque me dicen que sienten que la Iglesia los había condenado siempre. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. En el viaje de regreso desde Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla... La religión tiene el derecho de expresar sus propias opiniones en el servicio al pueblo, pero en la creación Dios nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personas".

Palabras proféticas, de Adviento, que señalan un nuevo panorama en la iglesia transida. A Francisco le ha correspondido devolvernos revitalizado el concepto de libertad limpio de prejuicios y extendido, que no reducido, al ámbito sacrosanto de la individualidad. Se lo habían robado esos curas, obispos, arzobispos y cardenales arrogantes, pelanas, anticristianos y, algunos de igual jaez en la cornucopia de los rangos eclesiásticos, pederastas o escondidos en el clóset, fugitivos cobardes de sus pulsiones.

El pastel siempre lucirá mejor si lleva guinda: "No podemos seguir insistiendo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio gay y al uso de anticonceptivos. No es posible. He hablado mucho sobre esas cosas, y se me reconvino por hacerlo. Pero cuando se tocan esos temas, hay que ponerlos en un contexto. La enseñanza de la Iglesia, en lo que respecta, es clara y soy un hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar". Pues no hablemos más, excepto de su sentida preocupación por la mujer en la Iglesia y la necesidad de que se reinterprete sin el lastre del machismo o el feminismo distorsionado.

La vida es un ejercicio diario. Un tránsito difícil en el que consumimos energías y también nos enriquecemos con la experiencia. Si somos capaces, podemos construir un modelo feliz a partir de la cotidianidad. Vivir con apego a valores, con la conciencia en reposo y la paz que proviene del respeto al derecho ajeno, equivale a un ejercicio pleno de la buena ciudadanía. O a ser un buen cristiano, si aceptamos una interpretación religiosa de la praxis. La heroicidad del día a día, del trabajar creativamente y comportarse con dignidad, es santidad, y mejor creer al Santo Padre cuando así lo afirma.

Lo repito ahora mucho más convencido: Francisco no usa los zapatos suaves, aterciopelados, tradicionalmente reservados a los pontífices. Lleva calzados fuertes, de cuero y suelas firmes, de esos que dejan huellas. Y no son un mero símbolo.

(adecarod@aol.com)

A Francisco le ha correspondido devolvernos revitalizado el concepto de libertad limpio de prejuicios y extendido, que no reducido, al ámbito sacrosanto de la individualidad. Se lo habían robado esos curas, obispos, arzobispos y cardenales arrogantes, pelanas, anticristianos y, algunos de igual jaez en la cornucopia de los rangos eclesiásticos, pederastas o escondidos en el clóset, fugitivos cobardes de sus pulsiones.