Locura del tulipán

¿Que qué es locura? Un nombre, una clasificación que damos a ‘otros’ en un pobre empeño para que acaso no descubran la nuestra.

Cuando usted obsequia un arreglo de tulipanes, hermoso y delicado botón de tan proverbial encanto, no se imagina ni por asomo que tan inocente y discreta flor fue la instigadora de uno de los más dramáticos episodios de locura colectiva de la historia, al igual que de la ruina económica por años de buena parte de la población de un país.

¿Que cuál país? ¿Alguno tal vez en el selvático interior de un África primitiva?, ¿quizá en algún lugar del inmenso Matto Grosso o del sorprendente Oriente? Pues no. Tal fenómeno de pérdida temporal de la razón y el bienestar de cientos de miles de personas ocurrió nada más y nada menos que ¡en Holanda! Sí, ese mismo país europeo de hermosos paisajes de planicies, ribeteado por molinos de viento, diques, ganado, pasturas y gente civilizada, que viste en fiestas alegres y vivísimos colores.

Siendo los holandeses mayormente ecuánimes y sobrios es difícil, muy difícil imaginarlos en una ola de locura. Así fue sin embargo como a continuación todo sucedió.

No obstante y ser asociado desde remotos tiempos el tulipán con Holanda, la flor realmente es originaria de Turquía y su nombre, según reseñas, se deriva de la palabra “turbante” al cual ligeramente se asemeja. Aproximadamente en 1550, el embajador de Viena ante Turquía llevó el primer tulipán a Europa occidental y los variados capullos en poco tiempo fueron de la preferencia de los conocedores de plantas exóticas. Cuando arribó el primer cargamento de bulbos en 1559, desde Constantinopla, nació una nueva industria de la horticultura: la del tulipán. Aunque las plantas eran muy solicitadas en Austria, Inglaterra y Francia, las fértiles tierras bajas de Holanda parecían ser las más propicias para dicha flor, como fértil también resultó en la imaginación de los holandeses.

En poco tiempo el tulipán empezó a verse en Holanda como un artículo cuya posesión se asociaba al buen gusto y al bienestar económico y la gente acaudalada ordenaba embarques particulares desde Turquía. Gradualmente los precios se fueron inflando hasta que para 1610 tan sólo un bulbo se cotizaba al precio de 5 florines, equivalente en la época al valor de un par de zapatos de buena calidad.

Pero este altísimo precio fue tan sólo el principio. De acuerdo con Charles McKay, quien describió vívidamente este evento “...hasta el año 1634, el tulipán incrementaba anualmente su reputación, al punto que llegó a considerarse de mal gusto el que un hombre de fortuna y recursos no poseyera una colección de estos....”

“La fiebre por poseer tulipanes pronto contagió a la sociedad de medianos recursos y tanto los comerciantes y aún venduteros de pocos medios empezaron a competir unos con otros por la posesión de las variedades más raras de estas flores, pagando precios más escandalosos cada vez”.

Al principio los tulipanes eran coleccionados por la brillantez de sus colores y la rareza de su variedad –pocas flores existen que pueden lograr tanta diversidad en tamaño, forma y matices a través del cultivo.

En 1634, sin embargo, los holandeses no vieron el tulipán tanto ya como la bella y diferente flor, sino como un artículo de comercio y en pocos meses a partir de ese año “...la industria habitual del país fue abandonada o fuertemente descuidada y la gran mayoría de la población hasta en sus niveles más humildes se entregó de pleno al comercio del tulipán”.

“A medida que más personas se dedicaban a la práctica, la oferta y demanda produjo un explosivo aumento de precios. Para 1635, una especie conocida como Almirante Van der Eick costaba 1,260 florines, el equivalente de un solar baldío -en ciudad- de respetable tamaño y la muy rara variedad conocida como Semper Augustus era considerada muy barata cuando se adquiría a 5,500 florines, ¡el valor de una buena casa y un solar baldío juntos! en la época.

De acuerdo con otro autor de ese tiempo, en el mercado del trueque, una simple raíz de una variedad de tulipán conocida como Virrey era cambiada por “...dos carretadas de trigo, cuatro carretadas de cereal de menos valor, cuatro bueyes, ocho cerdos, doce ovejas-todos gordos- dos toneles de vino, cuatro de cerveza, dos toneletes de mantequilla, mil libras de queso, una cama completa, un atavío completo de ropas y una jarra para beber de plata....” ¡todo esto junto! Otras crónicas señalaron valores ridículamente más absurdos y chocantes.

Un marinero que llevó a un rico comerciante la buena noticia de que un valioso cargamento de plantas del bulbo estaba llegando al puerto, por su molestia en venir a avisar al mercader fue obsequiado con un arenque ahumado de generoso tamaño, el cual agradeció y, al salir vio encima del mostrador lo que parecía ser una cebolla que tomó, y guardó en el bolsillo para usarla como aderezo para el arenque. Un poco más tarde el comerciante notó que su bulbo de tulipán favorito, un ejemplar de Semper Augustus, ya no estaba. Buscó en todos lados, hasta que recordó la visita del marinero, y fue así que ordenó a todos los empleados buscar al hombre de mar, al que en poco tiempo encontraron ... comiendo con el arenque el último anillo de su “cebolla”, un desayuno cuyo costo... “habría dotado la paga de toda la tripulación de un barco grande por doce meses”. El marinero fue llevado a la corte acusado de felonía y sentenciado a varios meses de prisión.

Hacia 1636, la demanda de tulipanes había escalado tal punto que se establecieron grandes centros de subasta para su adjudicación en el mercado de valores de Ámsterdam, Rotterdam, Haarlem, Hyden y otras ciudades. Gentes de todas las posiciones sociales, pero mucho más los pobres, se arremolinaban en los centros de subasta y compraban –para revender- los bulbos con el exiguo dinero que obtenían de la venta apresurada de sus escasos bienes.

Todo el mundo en Holanda creyó entonces que la pasión por los tulipanes –que también tenían demanda en el exterior y se exportaban- nunca terminaría, y que la gente de todas partes pagaría por ellos cualquier precio que se les pidiera.

¿Hasta donde llegaría esta inaudita afición y fiebre comercial por el tulipán? La respuesta resulta tanto más intrigante y sorprendente. Mientras, los ‘pobres de solemnidad’ de Holanda al fin vieron que existía un final a todas sus limitaciones y penurias y que la riqueza estaba allí, ante ellos, postrada a sus pies. En efecto, cientos de ciudadanos ordinarios se hicieron inmensamente ricos en poquísimo tiempo y la tulipán-manía contagió tanto a nobles como a plebeyos: campesinos, hacendados, herreros, marineros, zapateros, sirvientes, molineros, criados, ancianos y hasta a los limpiadores de chimeneas. Se proclamaba a toda voz que la era de riqueza y felicidad había llegado.

Las exportaciones de tulipanes al resto de Europa desde Holanda produjeron ingresos extraordinarios, tan altos llegaron a ser, que el valor de las casas, tierras y otros bienes duraderos en Holanda se multiplicó varias veces.

En menos de un año, sin embargo, a mediados de 1637, unos cuantos comerciantes astutos ya habían advertido que la ola súbita de prosperidad había sido erigida únicamente sobre la base de la especulación. La gente se dedicaba sólo a comprar tulipanes para revenderlos a otros con ganancias exorbitantes, lo que significaba que al final de la larga línea de compra y venta alguien iba a quedar “cogido” o atrapado y lo perdería todo.

Al difundirse más y más este criterio entre la población la confianza en la flor como género comercial se empezó a debilitar y los precios empezaron a bajar.

Este efecto deflacionario se hizo cada vez más acelerado, hasta que la población entró en un verdadero pánico que transformó la tulipán-manía en ‘tulipanofobia’. Por algún tiempo siguió habiendo compra y venta a precios cada vez más bajos y a veces bajados tan violentamente que los compradores faltaban a sus contratos de compra frente a los vendedores al pagarles la décima parte, y aún menos, del precio convenido tan sólo una semana antes. Los tribunales se llenaron de estos casos de incumplimiento de contrato en precio de compra y los jueces pronto se rehusaron a ventilar los mismos, basados en que estas transacciones eran una especie de juego o especulación de compra o venta, por lo que la ley no puede aceptar como válidas las deudas de juego.

Algunos inversionistas, anticipándose al desastre, invirtieron sus ganancias en otros países. Pero la abrumadora mayoría experimentó pérdidas y ruina irreparables, “los gritos y lamentaciones se escuchaban dondequiera, y cada hombre acusaba (como autor de su desgracia) a su vecino.”

Al final, los pobres, los que habían creído ver el fin de sus desdichas fueron los que más sufrieron. Pero aún así muchos prósperos y bien establecidos negociantes encontraron en el tulipán su ruina total.

Tan terribles y generalizadas fueron las pérdidas en toda la población, que la total economía de Holanda tuvo un colapso del que no se recuperaría por años y años.

¿Por qué tuvo lugar la locura del tulipán? El mismo cronista McKay nos da algunas respuestas, al admitir que “la ambición y el deseo de hacerse ricos instantáneamente a través de un golpe de suerte” fueron las principales motivaciones. Otra “razón” que facilitó la locura colectiva fue la facilidad de comunicación de las bajas planicies holandesas, sin obstáculos naturales y con una gran densidad de población para aquella época. Las clases medias y hasta las más humildes quisieron emular a las clases altas en su buen gusto y sus posesiones costosas, si no ya bien en una mansión o caballeriza, por lo menos en dos o tres plantas valiosas de tulipanes.

Los embarques y arribos irregulares de nuevas variedades desarrollaron así también un factor de incertidumbre ante una demanda creciente, facilitando una extraordinaria especulación que hizo que en su punto más alto una flor, ¡una sola flor de tulipán! llegara a venderse a un precio superior al de una vivienda de gente acomodada.

Y, finalmente como causa subyacente de tal fenómeno, como lo es y lo será siempre, fue la esperanza, eterna esperanza del ser humano de llegar a alcanzar la piedra filosofal, el Paraíso o la Edad de Oro prometida que pondrá fin a todas nuestras miserias. El tulipán fue la panacea económica de Holanda en el siglo XVII

Avispados sean ustedes amables lectores, con futuras locuras, que sin duda vendrán con hermosa e irresistible apariencia, como la del tulipán.