La reforestación, una misión impostergable

Presa de Taveras. | Fotógrafo: Wilson Aracena

En septiembre del año pasado la prensa dominicana publicó diversas fotografías en las que se observaba el embalse de la Presa de Tavera con tan poca agua que su seno se había convertido en un lugar de atracción donde algunas personas paseaban e incluso algunos jóvenes montaban bicicletas. Estas fotografías provocaron en mí una inmensa tristeza. La Presa de Taveras fue una obra en la que desde sus inicios hace unos 60 años trabajó mi hermano José y la convirtió en su obsesión por el impacto que debía tener en la vida de un importante núcleo de población y porque constituía una esperanza para todos. Yo, que participaba de esa inquietud, hice tan mía la idea de esa presa que incluso le puse su nombre a una yola con la que pescaba en Guayacanes.

Al que le duelen los bosques y los ríos, actores principales de la naturaleza, estas fotos debieron producirle, como a mí, una sensación desgarradora. Se trata de un espectáculo que no solo es deprimente, sino fundamentalmente acusador a dos o tres generaciones que permitieron que el río Yaque del Norte, nuestro único río, nuestro Nilo, alcanzara un nivel de deterioro tal que hoy algunos llegan a llamarlo ex - río ya que ha devenido en una angosta franja de agua altamente contaminada, pestilente, nauseabunda, una virtual cloaca.

Decimos que es acusadora porque muestra sin dejar espacio para excusas nuestra incapacidad para defender lo que Dios nos regaló. Y no podemos alegar ignorancia porque hubo visionarios que nos advirtieron desde hace casi 100 años lo que iba a suceder. Yo no soy quien para hablar de eso y mucho menos para acusar. Para apuntalar lo que digo simplemente voy a citar párrafos en los que dos de ellos, idealistas como se les llama hoy, pero en verdad dos verdaderos apóstoles de nuestra naturaleza, previeron, describieron y advirtieron sobre las acciones que se debían ejecutar a partir de ese momento para evitar la situación que enfrentamos hoy.

En 1924 el doctor Juan Bautista Pérez Rancier, junto al doctor Miguel Canela Lázaro, advertía sobre la protección del río Yaque del Norte de esta manera: “Ante todo debemos hacer notar que el grave peligro que amenaza al Yaque del Norte no es, como dijimos en el anterior informe, remoto sino inmediato, y requiere un remedio urgentísimo, no debiendo pasarse este año sin que a ello se atienda. En esta excursión hemos descubierto que ya la región ha sido invadida por el lado de La Vega y de gran sorpresa nos fue encontrar, a menos de 6 kilómetros de las más lejanas cabezadas del Yaque, labranzas muy perjudiciales al porvenir de este nuestro único río y de la irrigación en las regiones del Cibao. Aun observando la gente que allí está penetrando las reglas establecidas por la Ley de Policía sobre Cabezadas y Orillas de las Corrientes de Agua, las cabezadas del Yaque no tardarían en convertirse en cañadas secas como actualmente lo son los ayer caudalosos Dicayagua, Babosico, Jánico, Gurabo, etc., por ser esas reglas insuficientes, pero allí se están precipitando los acontecimientos porque nada se respeta y los desmontes llegan hasta las orillas mismas de las aguas.”

Pérez Rancier y Canela Lázaro sugerían finalmente la adquisición de los terrenos de las cabezadas del río Yaque y sus afluentes Jimenoa, Baiguate, Guanajuma, Bao, Jagua, Donajá, Amina, Inoa, Mao, etc., no cobrando nada por la mensura y deslinde el agrimensor doctor Miguel Canela y sugiriendo: “Al efecto podría lanzarse una suscripción popular, en la que estamos dispuestos a figurar continuando así nuestros esfuerzos en pro de esta empresa que consideramos de gran provecho para nuestros hijos y para la cual nos permitimos señalar el siguiente lema: “Yaque septentrionalis protegendus est nobis”.

Posteriormente, entre los años 1939 y 1962 el ingeniero José Luna, a quien monseñor Roque Adames cataloga de “hombre egregio”, no cesó de prever, proponer e insistir en las verdaderas y definitivas soluciones para impedir el deterioro de los suelos de la Cordillera Central, de los ríos que constituyen el potencial hídrico más notable del país y de los bosques más poblados de ese entonces.

En el año 1939, cuando Luna era Ingeniero Municipal de Santiago, al notar la considerable reducción que había sufrido el caudal de agua del río Yaque del Norte, sugirió a la Secretaría de Agricultura la formación en el centro de la República de un Distrito Central de Conservación de Montes y Aguas, recomendando la adquisición de 14 y medio millones de tareas, equivalentes a un 17% del territorio nacional en el macizo central, que es el nacimiento de nuestros principales ríos. Luego, en 1947, rinde a la misma Secretaría un informe sobre repoblación forestal encareciendo no descuidar la protección del arbolado de nuestras montañas ya que “la disminución de ríos tales como el Yuna, Mao y los dos Yaques, ha llegado en la actualidad a una situación realmente alarmante.”

En 1955 el ingeniero Luna recomienda la creación de una Entidad de la Cuenca del río Yaque con asiento en Santiago, independiente de la política y responsable directamente al Presidente de la República que tuviera bajo su responsabilidad la protección de los suelos, el fomento de nuevos bosques y el cuidado y defensa de los existentes.

Justificaba su propuesta con las siguientes consideraciones: “... de día en día nos convencemos más y más de la necesidad de hacer este esfuerzo, porque nos parece que no hacemos las cosas completamente bien construyendo una presa en el río Yaque y otra en el río Nizao, si al cabo de pocos años las vamos a tener llenas de lodo, por eso, porque estamos viendo con claridad este peligro, nos permitimos sugerir a ese Honorable Ayuntamiento, si lo cree conveniente, interesarse seriamente en un asunto como éste, disponiendo así mismo la asignación de algo así como un millón de pesos todos los años, durante diez años consecutivos por lo menos, para crear con esos recursos en el centro de la República un núcleo potente de producción de maderas útiles y proteger así de un modo permanente las aguas de nuestros principales ríos y los suelos de nuestras montañas, librando de su peor enemigo a las presas y demás obras que luego nos permitirían producir energía eléctrica a un costo razonable, aumentar la extensión de nuestras zonas regadas, desarrollar una importante industria pesquera, prevenir el peligro de las inundaciones y convertir el corazón de nuestro bello país en un Centro Turístico de gran atracción, digno de la generación actual y de las que le sucederán en el futuro”.

Estos párrafos, que emocionan al que se siente dominicano de veras, fueron escritos por el ingeniero Luna en el año 1962, o sea, hace 52 años.

Al referirse a las advertencias hechas por el ingeniero José Luna, a quien llama “la voz que clama en el desierto”, monseñor Roque Adames afirma: “Sin embargo, sus voces de alerta y sus remedios propuestos no encontraron eco, lamentablemente. En el festín de inmediatismos que ha caracterizado comúnmente nuestro comportamiento nacional, estas voces desentonan o hablan un lenguaje incomprensible o sin interés en esas circunstancias. Pero quedan para constancia, acusación a generaciones o tal vez para satisfacción tardía de que hubo clarividentes que supieron leer los signos de su tiempo, pensar en clave de futuro y tener sentido de permanencia, pero no hubo ojos para ver, ni oídos para oír.” ¡Cómo se afanó por evitarnos el proceso de destrucción ecológica en que insensatamente estamos ya envueltos!”

Las fotografías de la Presa de Tavera nos estrujan en la cara el problema que los dominicanos tenemos por delante: nuestras disponibilidades de agua se reducen cada día y eso no parece preocuparnos en lo más mínimo. Por el contrario, vivimos y nos comportamos con el mayor desenfado como si en verdad los recursos naturales fueran inagotables o como si no nos importara en absoluto. No reforestamos lo suficiente, envenenamos sin pudor las aguas subterráneas lanzando en ellas nuestros desechos, no cuidamos el lecho de los ríos del que extraemos material para abaratar la construcción, convertimos los ríos en basureros donde se deposita todo lo que no sirve.

La generación de energía hidroeléctrica, la producción agrícola y el consumo de agua potable están seriamente amenazados en República Dominicana por la situación en que se encuentran los ríos, debido a que sus cuencas han sido víctimas de la intervención humana irresponsable. Cualquiera pudiera pensar que contra los acuíferos de este país pesa una condena de muerte, como se aprecia en la agonía que viven ríos que hasta mediados de la década del 90 tenían un caudal importante y cuyo lecho hoy sólo deja ver un manto de arena y piedras.

En este sentido resulta ilustrativo un folleto que bajo el título Se acaban nuestros ríos publicó la Dirección Nacional de Parques y nosotros citamos en la publicación La reforestación, una misión impostergable. Su lectura es estremecedora y que todos debíamos conocerlo para ponernos al tanto de esta dramática situación. Nos habla del río Inoa que en 1942 medía 40 metros de ancho cerca de San José de las Matas y para cruzarlo había que nadar. Y se ahogaban bañistas y por el cauce remolcaban troncos a los aserraderos y el agua movía una hidroeléctrica que daba luz a San José de las Matas. La hidroeléctrica ya no funciona porque no hay agua suficiente para hacerlo, pues el río se ha reducido a un hilo de agua, cuyo ancho son tres metros. Al desaparecer los árboles se acabó el Inoa como río.

Existe un amplio consenso en cuanto a que la causa de esta situación no es otra que la depredación de las cuencas alta y media, donde millones de tareas han sido desmontadas de manera inmisericorde ya sea para la obtención de madera preciosa o para la práctica del conuquismo y la siembra de pastos para el ganado. De esta desgracia no ha escapado ni siquiera la región más crítica del país, me refiero a Madre de las Aguas, que es la que produce y suministra agua a casi el 80 por ciento de la población dominicana. Esta extensión de tierra ubicada en la Cordillera Central abarca el cinco por ciento del territorio nacional y, por su valor en la producción de agua, está protegida por cinco parques nacionales. A pesar de ello, la deforestación a que ha sido sometida ha ocasionado niveles de erosión y sedimentación que amenazan gravemente la integridad de los recursos terrestres y acuáticos.

Simplemente, la naturaleza responde al trato que se le da. Así lo ha reseñado la prensa nacional de mediados del año pasado cuando dio amplia cobertura a informes del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INDRI) sobre la situación de las grandes presas (Valdesia, Tavera, Jiguey, Sabaneta y Sabana Yegua), cuyos niveles de almacenamiento de agua estaban por debajo de lo normal y la única esperanza eran las ondas tropicales que se suelen originar en la temporada.

No nos podemos equivocar. Sin bosques no hay agua; sin bosques se sedimentan las presas; sin bosques se irán agotando los acueductos; sin bosques se irán secando los pozos y las corrientes subterráneas que los alimentan. Con bosques se atenuarían las inundaciones. Esa es la verdad. La lluvia es hija del bosque, no de las nubes.

Desde 1986 la Fundación Progressio, plenamente consciente de esta situación, ha venido insistiendo en todos los escenarios que han estado a su disposición sobre la importancia y la urgencia de la reforestación, y haciendo propuestas para afrontarla de una forma sistemática y coherente.

En 1987 le hicimos una propuesta concreta a la sociedad y al Gobierno. Con el asesoramiento técnico de un equipo de profesionales del sector forestal encabezado por el ingeniero Merilio Morel, la Fundación Progressio hizo público un plan nacional de reforestación bajo el título El Desarrollo Forestal en Números, el cual en términos generales mostraba que con una inversión total y única de unos 482 millones de pesos, efectuada en un plazo de nueve años consecutivos, se tendría una respuesta contundente para la demanda de leña y carbón vegetal, de madera para pulpa y papel, de madera aserrada y, además, se contaría con una respuesta social a necesidades específicas como son la protección de nuestras cuencas hidrográficas y el desarrollo del sector forestal. Los resultados de este programa, el cual fue concebido para realizarse en 20 años, incluían la creación de unos 26,600 empleos directos, una contribución potencial al PBI a precios de mercado de unos 570 millones de dólares y un ahorro de divisas del orden de los 191 millones de dólares al año.

Esta propuesta, que está disponible para los interesados en la sede de la Fundación Progressio, no fue aceptada. Sin embargo, Uruguay, que positivamente llevó a cabo planes de este tipo en el mismo tiempo, hoy es un exportador de madera.

En el año 1988 publicó otro documento con otra propuesta, bajo el título Fincas energéticas: Rentabilidad e incentivos forestales, de la autoría del ingeniero forestal Merilio G. Morel, como una alternativa real tanto para la creación de empleo como para la generación de combustible de bajo costo, especialmente para los sectores poblacionales de más bajos ingresos.

Nuestro problema de agua y deforestación, que a fin de cuentas constituyen dos caras de una misma moneda, solo se puede enfrentar con éxito si se entiende y asume con conciencia, responsabilidad y compromiso. No se trata de esperar vaguadas y ondas tropicales o de la siembra esporádica de unos cuantos árboles que se dejan a su suerte, sino de una verdadera misión que se proyecta de forma sistemática en el largo plazo. Como bien afirmaba el distinguido munícipe santiaguero Víctor Espaillat Mera, los árboles no crecen a la velocidad que nosotros queremos, sino de acuerdo con su propia naturaleza.

Los dominicanos no podemos sentirnos orgullosos de lo que a lo largo de todos estos años hemos hecho por la naturaleza. Más bien debíamos sentirnos avergonzados porque, al no hacer lo que debíamos, hemos permitido que el problema haya seguido creciendo. Casi podríamos decir que se nos está yendo de las manos.

Precisamente por eso es necesario pensar en un Pacto por el Bosque y el Agua. Ese no es un problema de un gobierno, de un grupo social o económico o de una generación. Se trata de una verdadera prioridad nacional, alrededor de la cual han de girar todas las voluntades y todos los recursos del pueblo dominicano. Seguirlo ignorando o seguir esperando soluciones fantásticas no es más que contribuir a empeorar la situación.

En solo once palabras, hace unos días el papa Francisco, con la agudeza que caracteriza sus señalamientos, resume el mensaje que a la hora de interactuar con el medio ambiente todos debemos tener presente:

“Dios perdona siempre, el hombre a veces, y la naturaleza nunca.”