Entre Avivato y el Dr. Merengue

En los años 50's, mientras crecía a pasos agigantados -siempre me medían la estatura proyectándola con relación a la altura del tío Mané, quien sería modelo en varias facetas de mi formación-, me deleitaba leyendo las tiras cómicas diarias de la prensa dominicana. El Caribe -que llegó a ser sinónimo de periódico, como Gillette de navaja de afeitar- llegaba a domicilio a casa de la abuela Emilia y a la nuestra, mientras La Nación era recibido por el primo Federico Polanco Piantini, llamado "El Alemán" por su apasionada germanofilia durante la II Guerra Mundial que le hizo llevar el bigotito de Hitler por el resto de su vida. Avecindado en La Trinitaria entre la Escuela Brasil y el hogar de mi abuela, con el parque Abreu apacible y la iglesia colonial campanera del padre Miguel Carretero en frente, nos intercambiábamos los diarios.

En la familia, el tío Arístides Álvarez Sánchez, "Tico", como alto funcionario público debía estar bien enterado, recibiendo El Caribe junto a La Nación, considerado órgano oficial y con un fuerte en los deportes, otra actividad que él seguía con pasión dada su función directiva en la Liga Dominicana de Beisbol. Por demás, en el rotativo de la Ave. Mella, que solía anunciar con toques de sirena las noticias importantes, escribían la crónica deportiva su hermano -el inolvidable Cuchito Álvarez Dugan, que llegó a dirigir ese periódico- y amigos entrañables como Miguel Peguero hijo (Ph). Ambos medios editaban tiras cómicas diarias, "los muñequitos" les llamábamos, y un excelente suplemento dominical full color que Tico me reservaba en el caso de La Nación.

En El Caribe aparecían comics americanos, como El Fantasma -el popular enmascarado que habita una cueva en la selva con entrada de caída de agua y actúa justiciero manteniendo a raya a "los malos", auxiliado por Diana Palmer, su compañera aventurera y garante de la dinastía del "Duende que camina"-, creado en los 30's por Lee Falk. El mismo autor de Mandrake el Mago -un ilusionista que hipnotiza a los villanos y les derrite sus pistolas o las transforma en serpientes, seguido por la sombra del forzudo Lotario y la sensual Narda. Estaba el investigador privado Rip Kirby, con su aire doctoral y la eterna pipa, creación en 1946 de Alex Raymond, con exitazos previos como Flash Gordon y Jim de la Selva, que seguimos desde niños en series de cine en el Paramount.

Uno que nos atrapaba con su estilo y tecnología de vanguardia (un reloj de pulsera radio comunicador de onda corta), el detective policial Dick Tracy con su gabán y sombrero inseparables, llevado magistralmente al cine por Warren Beatty en el 90. Implacable con los gánsteres que asolaban ciudades como Chicago. Otro, As Solar, un cruzado de la Guerra Fría. Y las infaltables creaciones de Disney, más Superman, Batman, Llanero Solitario, El Zorro, Pepita y Lorenzo, Periquita, la Pequeña Lulú, Archie, el miope Mr. Magoo, Benitín y Eneas. Y claro que el Gato Félix, un auténtico pionero en el mundo del cartoon, cuando reinaba la pantalla black & white y se hacía magia con la tinta en la era del cine mudo.

Pero también los argentinos, que ya nos habían regalado el tango con Gardel, nos privilegiaron con unas tiras que marcaron conductas y designaron perfiles de personalidad. El audaz Avivato engañando a medio mundo, el súper lujurioso Dr. Merengue con ojos saltones que se disparaban como resortes tras una pechugona transeúnte reflejando su "otro yo". Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia, y Ramona, la sirvienta gallega iletrada que siempre sorprendía con sus "salidas" a la señora de la casa. Todas precedieron con un impacto tremendo el boom de la encantadora Mafalda de Quino, ese pequeño e ingenioso ser chispeante en la interlocución con sus mayores, acompañada por un cuadro de amiguitos contrastantes, típico de una barriada porteña.

Avivato nació en 1946, un año antes que yo, en el diario La Razón, hijo del talento genial del dibujante Lino Palacio. Alcanzó tanto éxito que a poco se convirtió en tango, magazine y fue al cine. Su salida se mantuvo hasta 1978, cuando la dictadura militar sugirió al diario descontinuar la historieta en ocasión de la celebración del mundial de fútbol en Argentina, alegando que demeritaba la imagen del país. "Che, qué boludos los milicos", creo escuchar en el parloteo incesante de los boliches porteños repletos de buenas "minas", garufas y bacanas, algún que otro compadrito malevo y el infaltable avivato "que siempre encuentra un 'boncha'/ que pague el copetín."

Mientras su indulgente creador lo retrata en el tango como un alegre y amigable playboy -obvio aprovechador: "Sos siempre oportuno,/ sos fórmula uno". El Nobel de Aracataca lo maltrata inclemente: "tipo perfecto del vividor sin escrúpulos…el porteño común y corriente, oportunista practicante irreductible de la alta y vulgarizada filosofía del embudo...un estafador de la buena fe, un aprovechado de la ingenuidad y la confianza del vecino". ¡Qué pobre sentido del humor el del Gabo, ante engañifas menores, meras avivatadas graciosas que harían reír a Arnaiz! El Tiempo de Bogotá discrepa y dice que también allí se le rinde culto a la "cultura del atajo": no se hace fila, se le busca la "vuelta" a todo, y el ventajismo repolla por todos lados. Algo muy latinoamericano, como los sancochos constitucionales que se cuecen a conveniencia: hoy prohibir, mañana permitir, la reelección.

En un portal especializado en humor porteño se le describe mejor: "Es un personaje chanta, de moralidad resbaladiza, vividor, ventajero, pícaro, embustero y bastante observador, que puede sacar ventaja de cada una de las situaciones. Típico personaje de la clase media, trata de evitar el trabajo y sacar provecho a los demás. Es capaz de vender un buzón o un lote inexistente por el mismo precio, aunque sus maniobras tramposas son, en general, a pequeña escala, como pedir prestado o comprar fiado sin intención de pagar en el futuro". Un tramposillo de menor cuantía, dotado de locuacidad convincente, un respetable don dado por Dios. Distante del "espíritu del capitalismo" que estudió Max Weber, el sabio germano, correlacionándolo a la ética protestante, y que el padre Alemán trató de inculcar a nuestros empresarios. Ellos, más sagaces que Avivato, rebosantes de reconocimientos.

El doctor Merengue, de Guillermo Divito -un dibujante fundador en 1944 de la revista humorística Rico Tipo, artífice de tiras como Chicas, el incauto Bómbolo, Fúlmine y El abuelo-, era uno de los tipos más populares entre los lectores. Acuñándose su nombre como sinónimo de lujurioso disimulado e hipócrita consumado, siempre guardando las formas, con despliegue elegante. En el referido portal se le describe así:"El medido y educado doctor Merengue es un abogado correcto, de buena posición, amable, reprimido e incapaz de reacciones violentas. En su interior vive su otra personalidad, un individuo desmedido y ruin, que representa la conciencia oscura. Así, su invisible 'Otro Yo' es quien muestra lo que realmente siente, que por su condición social no puede expresar, como abalanzarse sobre las mujeres, insultar, patear, burlarse de los defectos ajenos, escupir, gritar."

También de Palacio se publicaba Don Fulgencio, un grandulón aniñado que se distraía en cualquier circunstancia, incluyendo la laboral, para dar rienda suelta a su postergada sed de juego, compensando una infancia incompleta. Tímido al extremo, apareció en la prensa porteña al final de los 30, convirtiéndose en un fenómeno publicitario que lo catapultó al magazine, la radio, el teatro y el cine. Su inocencia e interés lúdico lo acercaba a los niños, despertando en los mayores el niño que antes fueron. Solterón rodeado por sobrinos -al igual que Donald y Mickey-, su valet Toribio, las novias y el loro Zaratustra.

De Palacio es igual Ramona. La doméstica gallega que labora en Buenos Aires en casa de un matrimonio. Ignorante, metiche, ocurrente y lengua suelta, cuyas salidas suelen poner en aprietos a sus patrones, que saltan perplejos disparados del propio marco de la tira. Aparte de la señora de la casa, víctima primaria de sus enredos sin malicia, su novio Jesús es receptor de las historias del hogar. Doña Tremebunda, otra hechura palaciega, es personaje que lo arrasa todo con sus decisiones arbitrarias y desproporcionadas. Una troglodita urbana.

Entre Avivatos y doctores Merengue bascula hoy la identidad dominicana. Aliñada por Ramonas iletradas con toque de Tremebundas encumbradas. Muy poco de don Fulgencio. Acompasada ahora por "Palito de Coco", respuesta del pueblo bullanguero, ese que lo chancletea todo, al dictamen erudito de las altas cortes.

Al entrañable Harold con cariño.