El degüello de Moca

El degüello de Moca fue relatado por historiadores como Leonidas García, José Gabriel García, Antonio Delmonte y Tejada, Javier Angulo Guridi, Bernardo Pichardo, Manuel Ubaldo Gómez, Vetilio Alfau Durán, y hasta por Sumner Welles en “La viña de Naboth”.

Los historiadores dominicanos, sobre todos los de las últimas generaciones, han sido parcos, por decir algo, en el tratamiento de la tragedia producida en Moca el 3 de abril de 1805 por las tropas haitianas de Juan Jacobo Dessalines. Algunos incluso estuvieron reduciendo el hecho por largo tiempo, quizás influenciados por la opinión de fray Cipriano de Utrera que negó siempre la magnitud del sangriento episodio. Se ha otorgado mayor relieve en los escritos de los narradores históricos dominicanos a la matanza del 37 que a las despiadadas acciones de las huestes de los generales Cristóbal, Dessalines, Christophe y Deveaux.

El genocidio ordenado por Trujillo contra la población haitiana en 1937 fue un acontecimiento bochornoso, una auténtica atrocidad. Desde entonces, escritores haitianos y dominicanos han insistido en recordar y condenar el suceso, con toda razón. Todavía, en días recientes, leí un texto donde se asegura que fueron 27 mil los haitianos sacrificados en aquel insólito acontecimiento, muy a pesar de que Bernardo Vega, tomando en cuenta la población con que contaba el país para entonces, demostró hace años que los haitianos pasados por cuchillo fueron entre 4 a 6 mil. Ese hecho no fue celebrado por los dominicanos y, por el contrario, muchas familias y personas particulares –aspecto del que poco se dice cuando se menciona la matanza- protegieron a numerosos haitianos, escondiéndolos en sus hogares durante meses, salvándolos de la feroz persecución de los soldados y voluntarios –que los hubo- al servicio de los macabros planes del dictador. No obstante, fuesen tan sólo 100 o 500 se trató de un acto que, de ninguna manera, puede ser objeto de justificación. Fue un hecho salvaje que enlutó la historia dominicana y acentuó el odio entre haitianos y dominicanos.

Yo recuerdo a mi abuela, octogenaria entonces (moriría a los 96 años, lúcida y sin enfermedad grave), referirme el acontecimiento. Incluso, alguna vez me señaló a dos personas conocidas de mi pueblo que pasaban con frecuencia frente a mi casa y la saludaban con respeto, de quienes decía: “ay, esos si tendrán que dar cuenta a Dios por las cosas horribles que cometieron”. Habían perseguido y asesinado a nacionales haitianos y uno de ellos, me comentaba, disfrutaba ensartando cuerpos infantiles en la punta de su bayoneta. Incluso, mi abuela que, ante un nieto preguntón, solía contarme muchas historias (llegó a referirme cómo se vivió en Moca la muerte de Lilís, pues para 1899 ya ella tenía 19 años), me dijo que a los haitianos asesinados lo enterraban en un lugar apartado de la antigua fortaleza que, para entonces, era ya la Escuela Agrícola Salesiana, que todos en Moca llamábamos La Granja. En los setenta, cuando ese centro educativo fue trasladado por los salesianos a La Vega, el gobierno de Balaguer construyó en ese lugar lo que hoy es, oficialmente, la Urbanización Horacio Vásquez, aunque los mocanos le llaman barrio Don Bosco. Conocía aquel lugar palmo a palmo y tremenda fue mi sorpresa cuando en un pequeño promontorio encementado, apartado de la edificación y próximo a los establos, se descubrieron huesos humanos en cantidad significativa. Fui al lugar y escuché decir a alguien que recuerdo perfectamente que esos eran los restos de los haitianos sacrificados durante el Corte. Mi abuela tenía razón.

El degüello de Moca, como antes fue el de Santiago de los Caballeros, fue relatado por historiadores como Leonidas García (que polemizó con el franciscano Utrera sobre el caso), José Gabriel García, Antonio Delmonte y Tejada, Javier Angulo Guridi, Bernardo Pichardo, Manuel Ubaldo Gómez, Vetilio Alfau Durán (que afirmaba que ese era “acaso el más cruento y horroroso episodio de nuestra historia”), y hasta por Sumner Welles en “La viña de Naboth”. Pero, luego, los historiadores que siguieron a éstos, construyeron un hueco mayor a la matanza del 37 que a este acontecimiento que, por décadas, ha sido comentado y recordado por generaciones de mocanos. Algunos historiadores han desestimado el tema, y otros apenas le dedican un par de líneas en sus textos, minimizando, como lo hizo Utrera, no sabemos bajo cuáles bases, el acontecimiento trágico. Anotemos que el historiador Cayetano Armando Rodríguez Aybar, opositor de Lilís y un especialista en asuntos fronterizos, fue también de los que otorgó poca importancia al hecho, afirmando que el degüello de Moca se redujo a la entrada en la hora de la siesta de unos cuantos haitianos en la casa donde residía el padre de don Basilio Vásquez, abuelo de Horacio Vásquez, quien enfrentó a quienes invadieron su privacidad en el aposento donde descansaba matando a dos soldados haitianos, antes de morir a manos de otros miembros de la tropa asaltante.

Lo cierto es que en 1805, hace 214 años, los haitianos que ya habían planificado su escapada hacia Haití ante el avance de las fuerzas francesas del general Ferrand, pasaron por las armas –armas blancas, fundamentalmente- a numerosos dominicanos en Santiago de los Caballeros, San José de las Matas, Cotuí, Monte Plata y La Vega. No sólo fue Moca, sino también estas poblaciones las que fueron afectadas por la orgía de sangre de los mañeses. Cuenta Manuel Ubaldo Gómez que “Cristóbal se adueñó de Santiago el lunes de carnaval y cumpliendo su amenaza permite el asesinato de todos los vecinos que no habían podido fugarse, entre los cuales perece el padre Juan Vázquez, quemado vivo en la sacristía de la Iglesia, llegando el horror hasta colgar en los balcones de la Casa Consistorial los cadáveres de muchos distinguidos vecinos”. Ese padre Juan Vázquez es el mismo de la famosa quintilla, un opositor tenaz de los haitianos. Gaspar de Arredondo y Pichardo, testigo de ambos episodios sangrientos, en Santiago y Moca, atestigua que las primeras víctimas fueron 150 jóvenes que acudieron en defensa de sus compueblanos. En Santiago, según el testimonio de Arredondo, el que no murió en el templo, murió en la calle al salir. “Los negros entraron en la ciudad como unas furias degollando, atropellando y haciendo correr la sangre por todas partes”. La orgía criminosa continuó el martes de carnestolendas y el miércoles de ceniza, de modo que en Santiago la matanza duró tres días.

La matanza de Moca fue anterior a la de Santiago. La mañana del 3 de abril los haitianos pasaron a cuchillo “a todo viviente, para cuyo fin el comandante Joubert había llegado allí con tropa, dando la orden de que las mujeres de todas clases y edades se reunieran en la Iglesia y los hombres en la plaza”. Todos pensaron que se iba a producir una buena noticia para los habitantes de la pobre comarca. El general Henri Christophe, quien se proclamaría rey de Haití, dirigió el operativo sangriento donde unos afirman que murieron degolladas unas cuatrocientas a quinientas personas. En medio del tedeum mandado a oficiar por Christophe y Dessalines, cerradas las puertas del templo, fueron asesinadas más de 300 mujeres, 20 hombres y 40 niños, incluyendo el párroco, el fraile mercedario Pedro Geraldino.

Bruno Rosario Candelier acaba de publicar un libro donde narra de forma novelada el suceso, que tuvo sin dudas su contraparte cuando Trujillo ordenó -132 años después- la matanza de 1937, con armas blancas, durante varios días y sin detenerse en que fuesen hombres, mujeres y niños. De ambos lados de la isla, estos dos macabros sucesos han marcado distancias y resquemores entre sus habitantes. Fueron dos degüellos, el de Santiago y el de Moca, aunque el último fue el más bárbaro. Y una sola historia: la actividad criminosa como medio para dirimir viejos conflictos. La matanza trujillista del 37 convirtió distintos puntos del país en ríos de sangre. “El degüello es un crespón de luto que convirtió a Moca en la ciudad mártir de la historia dominicana”, conforme el justo criterio de Julio Jaime Julia. ¿Acaso no son dos acontecimientos idénticos en su propósito sangriento y en su historia de espanto?

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Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.