De diccionario en diccionario
Aprendí a leer diccionarios cuando un amigo, Juan Reinoso, me llamó sedentario, porque siempre que venía a casa me encontraba leyendo o escuchando música. ¿Qué quiere decir eso?, le dije. Y me contestó: busca el mataburros. Me la puso peor. Indagando encontré el significado de la palabra y supe el sobrenombre del diccionario.
Otro amigo, José de León Méndez, fallecido en meses recientes, aprendió inglés con un diccionario a cuestas. En mi pueblo no existían academias que enseñasen idiomas y Mr. Richard, un negro alto y corpulento, muy respetado, que me parece debió ser un cocolo samanés, era el único que ofrecía clases individuales de la lengua inglesa, con honorarios probablemente modestos que, para entonces, muchos no podíamos cubrir. José de León y yo ideamos un juego. Yo aprendía una palabra en el diccionario Larousse o uno abreviado de Bibliograf, que todavía conservo (1964) y se lo comentaba a mi amigo, quien a su vez buscaba su traducción al inglés. Yo aprendí mejor a manejar mi lengua –con las imperfecciones que todavía me llevan con frecuencia al mataburros- y él logró desenvolverse muy bien en su inglés, idioma que perfeccionaría en los muchos años que permaneció residiendo en Nueva York.
Adquirí mi primer diccionario de la RAE en 1978. Pero, más de dos décadas después, la Real Academia Española iba a dar un giro sustancial a toda su dinámica en su invariable objetivo de fijar, brillar y dar esplendor a la lengua de Cervantes. Nunca como hoy, la RAE ha publicado tantos diccionarios, y tan completos, reformulando además la gramática y la ortografía españolas con nuevos y muy bien concebidos manuales. De modo que a los diccionarios tradicionales, se han unido otros como el Panhispánico de dudas, los etimológicos, los fraseológicos documentados, los de literatura y gramática, los de usos y dudas del español actual, haciendo compañía a los clásicos de María Moliner, Joan Corominas, Manuel Seco y José Martínez de Sousa. La conformación de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que reúne a las veintiuna sedes que cuidan nuestra lengua en toda Hispanoamérica, ha contribuido al reconocimiento, por primera vez, de centenares de vocablos de uso común en nuestros pueblos que por siglos no habían podido traspasar las barreras entonces infranqueables de la docta casa madrileña, erigida en guardiana de nuestro idioma. Pero, aparte de que se han incorporado términos o voces en el DRAE, se habla ya del Español dominicano o del Español cubano o del Español de Costa Rica, elevando de categoría el habla popular de cada país que comparte una lengua común pero con notables variantes.
Con los años conocí otro tipo de diccionarios. Los hay de todo tipo. Los de mitología, griega y romana, de filosofía, de autores, de literatura mexicana, de literatura latina, de refranes, de términos literarios y artísticos, de relaciones interculturales, y hasta uno argentino de insultos, injurias e improperios. En nuestro país, se publicó en el 2000 uno interesante de Faustino Pérez de gestos dominicanos. Franklin Gutiérrez presentó en 2004 su Diccionario de la literatura dominicana, biobibliográfico y terminológico. Y ya todos sabemos el valioso aporte de los diccionarios del español dominicano y el fraseológico, obras de notables investigadores locales. Precisamente, en el acto de presentación de este último, adquirí una obra que data del 2011 y que desconocía: De palabra en palabra, de Roberto E. Guzmán, un políglota que habla y lee seis idiomas y que, preocupado por el uso -y mal uso- de la lengua en la prensa dominicana y en los periódicos miamenses (Guzmán reside en Miami), se dedicó a escribir una columna en medios digitales para espantar los demonios de sus insatisfacciones frente a tanto desaliño gramatical y lexical. La obra vale un potosí. Y para mí ha resultado un verdadero descubrimiento. Enseña, orienta, reprueba, aclara, censura, anota, motiva. Y lo hace con precisión y con la ponderación de un entendido en la materia. El académico Fabio Guzmán Ariza, que prologa la obra, la denomina antología. Yo creo que es simplemente un diccionario. Pero, podemos transar y llamémosle diccionario-antología, como nombrara Francisco Umbral a su Diccionario de Literatura.
Camilo José Cela publicó un diccionario que rompió los esquemas del “lenguaje afinado o distinguido”, enfrentándose al “toro violento de la lengua” y ocupándose de una labor que ya había reclamado Dámaso Alonso que alguien la estudiase a fondo, la de “tratar abiertamente esta cuestión y sin remilgos de pudibundez”, o sea lo de las voces obscenas y malsonantes.
Y no de las malas palabras, pero sí de los vocablos tocados con humor, se ocupó hace 110 años, el norteamericano Ambrose Bierce, quien en 1906, luego de darlos a conocer en una revista prestigiosa de su época convierte sus definiciones mordaces en un libro que tituló originalmente The Cynic’s Work Book que más tarde se conocería como El diccionario del diablo, libro que contara con la colaboración de un jesuita, el padre Jape, que algunos versos satíricos colocó en la obra para ayudar los esfuerzos de Bierce. Es uno de mis libros favoritos.
No menos cínico ha sido Francisco Umbral cuando dio a conocer su Diccionario de Literatura. Libro por encargo de su editor, que fue inscrito como un “diccionario heterodoxo, contracultural y contestatario. Un diccionario contra los diccionarios”. Puso a penar a notables y menos notables escritores del lar ibérico, y a otros los ensalzó o los removió en su propia salsa. No consagró a nadie, ni siquiera a los que consagró. Lo anotó Umbral en el epílogo de su célebre diccionario.
Y –para dejarlo hasta aquí- está el Diccionario del siglo XXI que Jacques Attali publicó cuando finalizaba el siglo pasado. Una enciclopedia del futuro, un testamento prenatal, un mapa pre-descubrimiento, como lo calificara su autor. Attali inventarió –o inventó- el futuro, palabra por palabra. Desde su atalaya colocó el aderezo en la escudilla de los vaticinios y el resultado, de la A a la Z, es un ejercicio de inteligencia y visión globalizadora de la geopolítica y de la cultura. Los diccionarios, en fin, son la antesala para un mejor conocimiento de la lengua, y son también un acto iluminador del saber múltiple y un instrumento de definición, aunque a veces caprichosa, de las variables que fundan y sostienen la realidad humana.
Como punto de partida de este comentario sugerimos leer: “De palabra en palabra”. Roberto E. Guzmán. Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua, 2011 / 360 págs.
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