Bombas contra Trujillo en Santiago
Los jóvenes que en 1934 pusieron bombas contra Trujillo en Santiago, una vez identificados por los servicios de inteligencia, fueron a parar a la cárcel de Nigua, en San Cristóbal, donde muchos de ellos sufrieron numerosas penalidades y torturas, cuando no fueron fusilados en el viejo cementerio de Camunguí.
Contrario a lo que muchos dicen y creen, la prisión de Nigua no fue levantada por Trujillo, sino que originalmente sus instalaciones fueron destinadas para un hospital, de acuerdo a la Orden Ejecutiva número 257 del 15 de febrero de 1919, firmada por el brigadier general B. H. Fuller, del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos, gobernador interino de Santo Domingo durante la ocupación norteamericana (1916-1924). Las tierras fueron declaradas de utilidad pública y para la construcción del hospital se dispuso de la suma de 100,000 pesos, equivalentes a 100,000 dólares de entonces. Las edificaciones consistían en cinco salas convertidas luego en celdas, con gruesos barrotes. La administración funcionaba en un edificio de tres plantas desde el cual se dominaban visualmente todas las celdas. La propiedad estaba cercada con alambres de púas, a ocho cuerdas, de modo que era difícil que un preso escapara. Juan Bosch, Juan Isidro Jiménes Grullón y muchos otros, siendo jóvenes, sufrieron los horrores de esa cárcel. En Nigua, en las cercanías de San Cristóbal, a unos 30 kilómetros al sudoeste de Santo Domingo, los presos eran obligados a realizar trabajos de chapeo y construcción de caminos, aunque se tratara de intelectuales, abogados, médicos, periodistas o gentes que nunca le habían puesto la mano a un machete. Todos soportaban chinches, cucarachas y ratones en las celdas casi a oscuras, separadas por un buen espacio, que ocupaban un semicírculo en cuyo centro había un edificio circular que servía como oficinas para interrogatorios.
La atención médica era nula, de modo que los presos tenían que curarse las heridas por los métodos más inverosímiles, como por ejemplo tapándoselas con lodo. Simplemente, aquellos condenados a tan triste suerte eran dejados morir, cuando no es que perecían fusilados en Camunguí, un cementerio cercano de una plantación de arroz propiedad de Trujillo sin señal alguna que algún día permitiese identificarlos.
Órdenes para fusilar presos fueron dadas en Nigua por el general Federico Fiallo y el coronel Joaquín Cocco, asistidos por esbirros de la talla de José Leger, Dominicano Álvarez, capitán José Pimentel y un soldado al que sólo se le conocía por el apodo de Pelo Fino, cruel hasta la saciedad.
La mayoría de los presos en la cárcel de Nigua estaba implicada en tres graves proyectos contra Trujillo. Uno consistía en matarlo a tiros el 30 o el 31 de marzo de 1934 en Santiago, para las fiestas conmemorativas de la batalla del 30 de marzo de 1844. El otro plan era asesinar a tiros al General del Ejército José Estrella, mano derecha de Trujillo en la región del Cibao y entonces Gobernador de Santiago; y el tercero se materializó en actos terroristas con la colocación de bombas en varios lugares públicos y residencias de Santiago, con la posibilidad de extenderlos a Moca, La Vega, Puerto Plata y Montecristi, estas dos últimas ciudades situadas en el Norte y el Nordeste. El origen de tales planes conspirativos se remontaba al 15 de noviembre del año anterior (1933) cuando el director de la Escuela Normal Superior de Santiago, profesor Sergio A. Hernández, constató la agitación promovida por la Asociación de Estudiantes Normalistas. Los estudiantes acusaban al profesor Hernández de disolver la Asociación, cosa que él negó en los interrogatorios a que fue sometido, durante los cuales dijo que a pesar de que la directiva de la Asociación había cesado en sus funciones, permitió que permaneciera como tal hasta que se celebrara una asamblea eleccionaria. Sin embargo, a principios de noviembre aparecieron en la Escuela Normal numerosos volantes "que inferían graves insultos" contra el Presidente Trujillo. La sugerencia de que la directiva de la Asociación permaneciera en funciones fue condicionada a que "se despejara la excitación creada con la aparición de los manifiestos, pero éstos volvieron a aparecer". Los estudiantes acusaban al profesor Hernández de pretender "que todos pensáramos como él. Era un tipo que mataba la virilidad de los jóvenes, imponiéndose por la fuerza y en la forma en que debe hacerlo todo hombre que actúe inteligentemente en casos semejantes", según declaró en los interrogatorios el estudiante de medicina Ramón Contreras, quien además dijo haber sido uno de los que redactó los volantes contra el profesor Hernández y contra Trujillo. Los estudiantes de Santiago trataban de emular la lucha de sus colegas cubanos contra la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933), que no obstante los éxitos parciales alcanzados durante los primeros años de mandato, no consiguió acallar la disidencia de los políticos excluidos, mucho menos aplastar el movimiento popular que lo desalojó del poder. Los jóvenes de Santiago pensaban ingenuamente que podían conseguir lo mismo contra Trujillo.
Con posterioridad se sabría que después del incidente de la Escuela Normal, donde los disidentes hicieron estallar una bomba, volantes similares fueron redactados y distribuidos por los estudiante Ángel Miolán, Juan Isidro Jiménes Grullón, Francisco Castellanos (Pancho) O. y Ramón Vila Piola, quienes después de ser indultados por Trujillo lograron irse al extranjero.
Miolán abandonó el país por Haití y posteriormente, en 1939, fue uno de los fundadores del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en La Habana. Jiménes Grullón partió al exilio y retornó al país tras la muerte de Trujillo en 1961, para fundar el pequeño Partido Alianza Social Demócrata. Considerado uno de los mejores sociólogos dominicanos, además de médico e historiador, Jiménes Grullón cometió el grave error de respaldar el Golpe de Estado Militar contra el Gobierno de Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963, error que admitiría públicamente mucho antes de morir.
Las bombas que estallaron a partir de la primera quincena de junio de 1934 en diversos sitios de Santiago fueron entregadas a Mario de Peña por el doctor Pancho Castellanos. Otro que repartió bombas fue el joven Jesús Maria (Chichí Patiño), cuya familia casi fue totalmente extinguida por oponerse al dictador. Los encargados de hacerlas explotar fueron Juan Rafael López, José Sixto Liz y Sergio Manuel Idelfonso, alias Kaporí.
El industrial Fernando Bermúdez, quien entonces tenía 25 años, acusó a Félix María Ceballos de ser la persona que fabricaba las bombas, según le dijeron en la cárcel. Bermúdez, Junto a Chichí Patiño, había planeado despojar de una ametralladora al chofer de Mozo Peynado, a su salida del Centro de Recreo, donde se celebraba un mitin a favor de la reelección de Trujillo en 1934. No lo lograron porque Bermúdez admitió que estaba "muy borracho", y no obstante que habían seguido el vehículo de Peynado hasta la avenida Franco Bidó, donde el chofer se detuvo a echar gasolina.
Los líderes principales del frustrado atentado contra Trujillo el 30 de marzo, durante su entrada o salida del Centro de Recreo de Santiago, eran Miolán, Ramón Vila Piola, Rigoberto Cerda, Ramón Emilio Michel (a) Papá Michel, Juan Isidro Jiménes Grullón y Daniel Ariza, entre otros. El plan falló porque algunos de los conjurados no asistieron a la cita en el parque frontal del Centro de Recreo, posiblemente porque sintieron miedo a la hora de enfrentarse a la verdad.
En cuanto a Jiménes Grullón, que para la época tenía 23 años y era estudiante de Derecho, él mismo confesó ser el autor de volantes anónimos contra Trujillo que fueron puestos en Correos. En el año 1962 fue co-fundador del Partido Acción Social, cuyo líder era Joaquín Balaguer. Lora acompañó a Balaguer en la boleta presidencial para las elecciones de 1966, pero antes de 1970 se distanció del mandatario por su intento de reelegirse, como lo hizo, hasta formar el pequeño Movimiento de Integración Social (MIDA), que desapareció finalmente como le ha ocurrido a otros Partidos sin verdadero liderazgo.
El atentado contra el General José Estrella fracasó en abril porque uno de los implicados, Rafael Antonio Veras (a) Quique, no llegó a tiempo con un burro que sería utilizado para obstaculizar el automóvil del General José Estrella, que se desplazaba cerca de las 5:00 de la tarde por la carretera que une a Santiago con la entonces Común de San José de las Matas. Los que participarían en el atentado eran Hostos Guaroa Feliz Pepín, Federico Guillermo Liz, Juan Rafael López, Leonel García Beltrán, Rigoberto Cerda y el propio Veras ya mencionado. Las bombas fueron hechas detonar en Santiago en los siguientes lugares:
• En una casa de madera donde residía la señora Maria Estela Cabral de Feliu.
• En las oficinas del Correos, en la calle Sol, prácticamente desprendió una puerta de roble que conducía al despacho del Administrador.
• En la Cámara de Comercio de Santiago, donde el estallido del artefacto causó varios huecos en una pared de concreto, además de que desprendió una puerta.
• En la casa que habitaba el licenciado Pedro Saillant, en la calle Beller, pero allí no hubo daños.
• En la casa de Tácito Cordero, de la calle Sánchez 60, donde su hijo Guillermo Cordero mostró a las autoridades el lugar donde explotó la bomba, que apenas dañó una tabla.
• En la casa de Nicolás Vega, situada en la calle Libertad, donde los investigadores comprobaron ocho huecos en una pared que daba a la calle Libertad. Esa casa era propiedad de Jacinto Dumit.
• En la calle Duvergé esquina 30 de marzo, donde vivía el licenciado Agustín Acevedo. La bomba estalló en un zaguán, pero no causó daños.
• Finalmente, en la casa situada en la calle Libertad número 53, donde residía la profesora Josefa Sánchez de González (a) Fefita, donde la bomba tumbó una de las puertas exteriores y en la entrada misma de la vivienda.
• Una novena bomba de nada más y nada menos que 30 libras fue entregada por Pancho Castellanos a Mario de Peña, para que la colocara en la estación del ferrocarril. De Peña tuvo el coraje de colocar la bomba en la estación, pero al encender la mecha la misma estaba inservible. Entonces, al día siguiente de conversar con el grupo de complotados, el doctor Pancho Castellanos, dijo a De Peña que la arreglarían y le darían uso. Pero no se la llevó, sino que le dio una mecha nueva diciéndole que la bomba sería colocada en el panteón donde sería sepultado el licenciado Agustín Acevedo Feliú, luego de su traslado al país tras su muerte en los Estados Unidos. La bomba sería colocada a las 5:00 de la mañana, programada para estallar justo cuando el cadáver fuera llevado al panteón. Como era natural, en vista de que Acevedo Feliu había sido diplomático, al sepelio asistirían altos funcionarios del Gobierno. Sin embargo, en horas de la noche anterior al entierro, Chichí Patiño-quien le acompañaría en la aventura-le comunicó que sería imposible colocar la bomba en el cementerio porque había sido detenido, pero dejado libre provisionalmente por gestiones de su padre, frente a cuya residencia fue instalada una vigilancia militar.
Todo esto significa que, junto a la hecha estallar en la Escuela Normal, después de regados los panfletos contra Trujillo, fueron once en total las bombas confeccionadas.
Las 44 personas complicadas en la conspiración contra Trujillo y el General José Estrella, además de las que resultaron vinculadas a los estallidos de las bombas, fueron condenadas a penas entre los tres y 30 años de prisión. Entre los condenados a la pena máxima figuraron Jiménes Grullón y Ángel Miolán. Todos fueron posteriormente indultados por "la excepcional magnanimidad del Jefe del Estado", vale decir Trujillo. Como era costumbre obligada en la época, para lograr el indulto el prisionero tenía que enviar una carta laudatoria al dictador, comprometiéndose a no realizar actividades políticas que pusieran en peligro la estabilidad del Gobierno.
Esta es, en síntesis, la historia del terrorismo contra Trujillo en Santiago.
Órdenes para fusilar presos fueron dadas en Nigua por el general Federico Fiallo y el coronel Joaquín Cocco, asistidos por esbirros de la talla de José Leger, Dominicano Álvarez, capitán José Pimentel y un soldado al que sólo se le conocía por el apodo de Pelo Fino, cruel hasta la saciedad.
La mayoría de los presos en la cárcel de Nigua estaba implicada en tres graves proyectos contra Trujillo. Uno consistía en matarlo a tiros el 30 o el 31 de marzo de 1934 en Santiago, para las fiestas conmemorativas de la batalla del 30 de marzo de 1844. El otro plan era asesinar a tiros al General del Ejército José Estrella, mano derecha de Trujillo en la región del Cibao y entonces Gobernador de Santiago; y el tercero se materializó en actos terroristas con la colocación de bombas en varios lugares públicos y residencias de Santiago, con la posibilidad de extenderlos a Moca, La Vega, Puerto Plata y Montecristi, estas dos últimas ciudades situadas en el Norte y el Nordeste. El origen de tales planes conspirativos se remontaba al 15 de noviembre del año anterior (1933) cuando el director de la Escuela Normal Superior de Santiago, profesor Sergio A. Hernández, constató la agitación promovida por la Asociación de Estudiantes Normalistas. Los estudiantes acusaban al profesor Hernández de disolver la Asociación, cosa que él negó en los interrogatorios a que fue sometido, durante los cuales dijo que a pesar de que la directiva de la Asociación había cesado en sus funciones, permitió que permaneciera como tal hasta que se celebrara una asamblea eleccionaria. Sin embargo, a principios de noviembre aparecieron en la Escuela Normal numerosos volantes "que inferían graves insultos" contra el Presidente Trujillo. La sugerencia de que la directiva de la Asociación permaneciera en funciones fue condicionada a que "se despejara la excitación creada con la aparición de los manifiestos, pero éstos volvieron a aparecer". Los estudiantes acusaban al profesor Hernández de pretender "que todos pensáramos como él. Era un tipo que mataba la virilidad de los jóvenes, imponiéndose por la fuerza y en la forma en que debe hacerlo todo hombre que actúe inteligentemente en casos semejantes", según declaró en los interrogatorios el estudiante de medicina Ramón Contreras, quien además dijo haber sido uno de los que redactó los volantes contra el profesor Hernández y contra Trujillo. Los estudiantes de Santiago trataban de emular la lucha de sus colegas cubanos contra la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933), que no obstante los éxitos parciales alcanzados durante los primeros años de mandato, no consiguió acallar la disidencia de los políticos excluidos, mucho menos aplastar el movimiento popular que lo desalojó del poder. Los jóvenes de Santiago pensaban ingenuamente que podían conseguir lo mismo contra Trujillo.
Con posterioridad se sabría que después del incidente de la Escuela Normal, donde los disidentes hicieron estallar una bomba, volantes similares fueron redactados y distribuidos por los estudiante Ángel Miolán, Juan Isidro Jiménes Grullón, Francisco Castellanos (Pancho) O. y Ramón Vila Piola, quienes después de ser indultados por Trujillo lograron irse al extranjero.
Miolán abandonó el país por Haití y posteriormente, en 1939, fue uno de los fundadores del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en La Habana. Jiménes Grullón partió al exilio y retornó al país tras la muerte de Trujillo en 1961, para fundar el pequeño Partido Alianza Social Demócrata. Considerado uno de los mejores sociólogos dominicanos, además de médico e historiador, Jiménes Grullón cometió el grave error de respaldar el Golpe de Estado Militar contra el Gobierno de Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963, error que admitiría públicamente mucho antes de morir.
Las bombas que estallaron a partir de la primera quincena de junio de 1934 en diversos sitios de Santiago fueron entregadas a Mario de Peña por el doctor Pancho Castellanos. Otro que repartió bombas fue el joven Jesús Maria (Chichí Patiño), cuya familia casi fue totalmente extinguida por oponerse al dictador. Los encargados de hacerlas explotar fueron Juan Rafael López, José Sixto Liz y Sergio Manuel Idelfonso, alias Kaporí.
El industrial Fernando Bermúdez, quien entonces tenía 25 años, acusó a Félix María Ceballos de ser la persona que fabricaba las bombas, según le dijeron en la cárcel. Bermúdez, Junto a Chichí Patiño, había planeado despojar de una ametralladora al chofer de Mozo Peynado, a su salida del Centro de Recreo, donde se celebraba un mitin a favor de la reelección de Trujillo en 1934. No lo lograron porque Bermúdez admitió que estaba "muy borracho", y no obstante que habían seguido el vehículo de Peynado hasta la avenida Franco Bidó, donde el chofer se detuvo a echar gasolina.
Los líderes principales del frustrado atentado contra Trujillo el 30 de marzo, durante su entrada o salida del Centro de Recreo de Santiago, eran Miolán, Ramón Vila Piola, Rigoberto Cerda, Ramón Emilio Michel (a) Papá Michel, Juan Isidro Jiménes Grullón y Daniel Ariza, entre otros. El plan falló porque algunos de los conjurados no asistieron a la cita en el parque frontal del Centro de Recreo, posiblemente porque sintieron miedo a la hora de enfrentarse a la verdad.
En cuanto a Jiménes Grullón, que para la época tenía 23 años y era estudiante de Derecho, él mismo confesó ser el autor de volantes anónimos contra Trujillo que fueron puestos en Correos. En el año 1962 fue co-fundador del Partido Acción Social, cuyo líder era Joaquín Balaguer. Lora acompañó a Balaguer en la boleta presidencial para las elecciones de 1966, pero antes de 1970 se distanció del mandatario por su intento de reelegirse, como lo hizo, hasta formar el pequeño Movimiento de Integración Social (MIDA), que desapareció finalmente como le ha ocurrido a otros Partidos sin verdadero liderazgo.
El atentado contra el General José Estrella fracasó en abril porque uno de los implicados, Rafael Antonio Veras (a) Quique, no llegó a tiempo con un burro que sería utilizado para obstaculizar el automóvil del General José Estrella, que se desplazaba cerca de las 5:00 de la tarde por la carretera que une a Santiago con la entonces Común de San José de las Matas. Los que participarían en el atentado eran Hostos Guaroa Feliz Pepín, Federico Guillermo Liz, Juan Rafael López, Leonel García Beltrán, Rigoberto Cerda y el propio Veras ya mencionado. Las bombas fueron hechas detonar en Santiago en los siguientes lugares:
• En una casa de madera donde residía la señora Maria Estela Cabral de Feliu.
• En las oficinas del Correos, en la calle Sol, prácticamente desprendió una puerta de roble que conducía al despacho del Administrador.
• En la Cámara de Comercio de Santiago, donde el estallido del artefacto causó varios huecos en una pared de concreto, además de que desprendió una puerta.
• En la casa que habitaba el licenciado Pedro Saillant, en la calle Beller, pero allí no hubo daños.
• En la casa de Tácito Cordero, de la calle Sánchez 60, donde su hijo Guillermo Cordero mostró a las autoridades el lugar donde explotó la bomba, que apenas dañó una tabla.
• En la casa de Nicolás Vega, situada en la calle Libertad, donde los investigadores comprobaron ocho huecos en una pared que daba a la calle Libertad. Esa casa era propiedad de Jacinto Dumit.
• En la calle Duvergé esquina 30 de marzo, donde vivía el licenciado Agustín Acevedo. La bomba estalló en un zaguán, pero no causó daños.
• Finalmente, en la casa situada en la calle Libertad número 53, donde residía la profesora Josefa Sánchez de González (a) Fefita, donde la bomba tumbó una de las puertas exteriores y en la entrada misma de la vivienda.
• Una novena bomba de nada más y nada menos que 30 libras fue entregada por Pancho Castellanos a Mario de Peña, para que la colocara en la estación del ferrocarril. De Peña tuvo el coraje de colocar la bomba en la estación, pero al encender la mecha la misma estaba inservible. Entonces, al día siguiente de conversar con el grupo de complotados, el doctor Pancho Castellanos, dijo a De Peña que la arreglarían y le darían uso. Pero no se la llevó, sino que le dio una mecha nueva diciéndole que la bomba sería colocada en el panteón donde sería sepultado el licenciado Agustín Acevedo Feliú, luego de su traslado al país tras su muerte en los Estados Unidos. La bomba sería colocada a las 5:00 de la mañana, programada para estallar justo cuando el cadáver fuera llevado al panteón. Como era natural, en vista de que Acevedo Feliu había sido diplomático, al sepelio asistirían altos funcionarios del Gobierno. Sin embargo, en horas de la noche anterior al entierro, Chichí Patiño-quien le acompañaría en la aventura-le comunicó que sería imposible colocar la bomba en el cementerio porque había sido detenido, pero dejado libre provisionalmente por gestiones de su padre, frente a cuya residencia fue instalada una vigilancia militar.
Todo esto significa que, junto a la hecha estallar en la Escuela Normal, después de regados los panfletos contra Trujillo, fueron once en total las bombas confeccionadas.
Las 44 personas complicadas en la conspiración contra Trujillo y el General José Estrella, además de las que resultaron vinculadas a los estallidos de las bombas, fueron condenadas a penas entre los tres y 30 años de prisión. Entre los condenados a la pena máxima figuraron Jiménes Grullón y Ángel Miolán. Todos fueron posteriormente indultados por "la excepcional magnanimidad del Jefe del Estado", vale decir Trujillo. Como era costumbre obligada en la época, para lograr el indulto el prisionero tenía que enviar una carta laudatoria al dictador, comprometiéndose a no realizar actividades políticas que pusieran en peligro la estabilidad del Gobierno.
Esta es, en síntesis, la historia del terrorismo contra Trujillo en Santiago.
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