Antihaitianismo de Estado

El antihaitianismo de Estado se asienta en el soporte sociocultural del antihaitianismo histórico, y se sostiene y trasmite a través del sistema educativo y a través de los medios de comunicación. El régimen de Trujillo utilizó estas vías muy eficientemente para inculcar entre los dominicanos el odio, el miedo o el desprecio a Haití.

A partir de 1942, y durante todos los días, en todas las escuelas del país, durante la Era de Trujillo, a los niños dominicanos se les enseñaba cuáles eran las diferencias con los haitianos, y por qué ellos debían desconfiar de los haitianos.

Este sistema de propaganda de Estado consolidó y transmitió la mentalidad tradicional del antihaitianismo histórico enarbolando una supuesta superioridad racial y política basada en el argumento de que la matanza del año 1937 había demostrado la superioridad militar dominicana sobre Haití.

Ese antihaitianismo de Estado se prolonga después de la muerte de Trujillo, y ha sido utilizado por casi todos los gobiernos dominicanos desde entonces hasta la fecha. No se crea que fue solamente el neotrujillismo del Presidente Balaguer quien lo utilizó a partir de 1966.

Varios años antes, el mismo presidente Juan Bosch puso en movimiento el antihaitianismo de Estado cuando tuvo una confrontación con el presidente haitiano Francois Duvalier en 1963. Para constatar esto nada más hay que ver los periódicos dominicanos de esa época.

Tan pronto comenzó aquel conflicto, los periódicos, los intelectuales, los políticos, los estudiantes, los profesores universitarios, y casi todos los demás sectores del país, se lanzaron inmediatamente a apoyar el movimiento oficial antihaitiano promovido por un gobierno electo democráticamente y presidido por un presidente demócrata.

De manera que el antihaitianismo de Estado no es una característica exclusiva del neotrujillismo. Ello explica que el antihaitianismo histórico no haya desaparecido, y muestra que, en su persistencia, interactúa y enriquece al antihaitianismo de Estado.

Esto nos dice también que para mejorar las relaciones entre ambos países y entre ambos gobiernos, de alguna manera habrá que cambiar la mentalidad antihaitiana en la República Dominicana.

Pero también habrá que cambiar la mentalidad antidominicana que prevalece en numerosos círculos de la sociedad haitiana, y no precisamente entre la población más pobre, sino entre los profesionales, los intelectuales y los empresarios.

Si no se produce un cambio en esas mentalidades, de nada sirven los tratados. En el año 1979 una delegación de alto nivel del gobierno haitiano, en un momento de apertura, visitó a la República Dominicana. Luego, el presidente Antonio Guzmán se reunió con el presidente Jean Claude Duvalier en la frontera y se firmaron varios acuerdos.

Esos acuerdos, y otros posteriores, han funcionado muy poco porque lo impiden las mentalidades tradicionales, la desconfianza entre las élites más educadas de ambas sociedades.

Cuando se habla de las áreas en que pueden mejorar las relaciones dominico-haitianas, se mencionan casi siempre áreas propias de la acción de los Estados: cuestiones comerciales, arancelarias, salud y epidemiología, los asuntos fronterizos, la regulación de viajes, el turismo, y los temas del control militar y policial.

En términos sociales, hay áreas en las cuales todavía hay que trabajar mucho. Una de esas áreas prioritarias es la tolerancia racial pues ésta afecta la convivencia pacífica entre ambos pueblos.

Sin esta tolerancia será muy difícil alcanzar el día en que todo dominicano pueda circular libremente en Haití sin sentir miedo, y en que todo haitiano pueda circular libremente en Santo Domingo sin sentir miedo y sin ser golpeado o arrestado por la policía por su lengua o su color.

Los recientes linchamientos de haitianos por dominicanos, los recientes asesinatos de dominicanos cometidos por haitianos en más de una docena de comunidades rurales y pueblerinas, en todas las regiones del país, indican que falta mucho camino por recorrer para alcanzar una plena convivencia pacífica entre ambas naciones, y para eliminar la desconfianza entre ambos Estados.

Sin embargo, y a pesar de esos hechos de violencia, se puede decir que las relaciones dominico-haitianas han estado cambiando y mejorando paulatinamente y sólo tienen un camino posible que es el de su mejoría. Podrá haber recaídas y dificultades, pero las relaciones dominico-haitianas no pueden sino mejorar en el mediano y en el largo plazo. Ofrecemos a continuación algunas razones:

En primer lugar, creemos que se puede afirmar que las relaciones dominico-haitianas difícilmente podrán ser peores de lo que fueron con Trujillo y de lo que fueron con Bosch y Balaguer.

En segundo lugar, la República Dominicana y la República de Haití están inmersas en un intenso proceso de cambio político, de democratización creciente. El régimen de partidos en la República Dominicana está cambiando, y el régimen de partidos en Haití también ha cambiado y seguirá cambiando. Ambos países, a través de sus últimos gobiernos, se han empeñado en mejorar las comunicaciones y las relaciones entre los Estados son hoy más fluidas que nunca.

En tercer lugar, existe algo que no existía antes, y esto es, una prédica social y mediática, y un discurso intelectual, que favorecen y demandan el mejoramiento de las relaciones dominico-haitianas.

A pesar de la reciente carta de varios intelectuales y profesionales haitianos al Presidente Leonel Fernández, tanto en la República Dominicana como en Haití, existen muchos intelectuales, académicos, hombres de negocios y gente común que continuamente piden que haya una mejoría en las relaciones dominico-haitianas señalando, al mismo tiempo, cómo deben mejorar esas relaciones.

Los gobiernos de ambas partes no han podido eludir estas influencias y, tanto en el discurso como en la práctica, trabajan para eliminar las viejas tensiones entre ambos países. De manera que hay todo un flujo, un aporte, una erupción de ideas que tienden a señalar caminos de mejoramiento entre ambos países.

En cuarto lugar, existe un importante cambio en la conciencia racial dominicana. Hemos venido estudiando la evolución de la conciencia racial dominicana durante casi treinta años y podemos decir que la diáspora ha sido co-responsable de este cambio.

Para demostrarlo podemos partir de una observación: La diáspora ennegrece al dominicano. Muchas personas ya lo saben: muchos dominicanos se creen blancos en su país, pero emigran a los Estados Unidos descubren allí que no son tan blancos y, por lo tanto, aprenden a convivir con los negros norteamericanos, con los negros de las Indias Occidentales y con los haitianos.

En el trabajo, en la estación de taxi, en la calle, en la bodega y en la factoría, los dominicanos y los haitianos están viviendo hombro con hombro en los Estados Unidos: la diáspora está uniendo a ambas comunidades.

Pero también la enorme presencia haitiana, legal e ilegal, que contemplan hoy los dominicanos en su país está acercando muy rápidamente a ambas poblaciones, y hoy se ven a decenas de miles de haitianos trabajando hombro con hombro con los dominicanos en las fincas de café, en los arrozales, en las construcciones, en los mercados, en las calles vendiendo frutas, periódicos y tarjetas telefónicas.

De una manera no planeada, y por obra de la inmigración, haitianos y dominicanos se están acercando y conociendo, y están tratándose más de cerca que nunca. Ya los haitianos no residen exclusivamente en los ghettos de los bateyes azucareros. Hoy están en casi todas partes al lado de los dominicanos como estudiantes en las universidades y escuelas, como pacientes y parturientas en los hospitales, como guardianes de casas y edificios, como trabajadoras domésticas, como jornaleros urbanos y rurales.

La convivencia social está borrando las fronteras de la conciencia racial entre la población, a pesar de lo que dicen los discursos que se escuchan con frecuencia en la radio y la televisión. Esos discursos relejan tanto el antihaitianismo histórico tradicional como el antihaitianismo de Estado, pero a diferencia de lo que ocurría en los últimos dos siglos, carecen de unanimidad.

Esto es muy importante tenerlo en cuenta porque este fenómenono había ocurrido antes. Hay un cambio en la conciencia racial dominicana, no solamente en la diáspora, sino también en la República Dominicana porque la diáspora, y ahora la inmigración haitiana, están actuando sobre la sociedad dominicana y sobre sus valores raciales.

Hace ya casi treinta años que los valores raciales dominicanos comenzaron a cambiar visiblemente. Comenzaron a cambiar poco a poco, lentamente, pero hoy están cambiando aceleradamente. Al principio el cambio fue lento, pero hoy existe un cambio radical.

Una demostración política de este argumento es la siguiente: en el año 1996 tuvo lugar en la República Dominicana una de las campañas antihaitianas, racistas y antinegras más feroces que la República Dominicana haya podido conocer. Ni siquiera cuando Trujillo hubo una campaña tan feroz.

Sin embargo, más de la mitad del pueblo dominicano votó por un candidato negro, de origen haitiano, José Francisco Peña Gómez, a quien se le dijeron las peores cosas posibles por su origen haitiano. Los votos que recibió Peña Gómez fueron un indicador del rechazo de por lo menos la mitad de la población dominicana al racismo y al antihaitianismo de Estado.

Las cosas están cambiando y hay que verlas en una dimensión de cambio, hay que verlas evolutivamente. No podemos pensar que las mentalidades puedan cambiar de la noche a la mañana, pero cambian. Tarde o temprano las mentalidades cambian. Aun cuando Peña Gómez perdió las elecciones de los años 1994 y 1996, los votos que recibió demostraron que por lo menos la mitad de los votantes los dominicanos rechazaban entonces el racismo y el antihaitianismo de Estado como arma política y como forma de vida.

Todavía hay más que decir. Pero será en otra ocasión.