¿Regulación o autorregulación? Esa es la cuestión

La Miembro de la Cámara de Representantes de EE. UU Alexandria Ocasio-Cortez vapuleó a Mark Zuckerberg durante una reciente comparecencia del fundador de Facebook al Congreso, donde la legisladora demócrata le rastrilló una serie de preguntas sobre las ineficaces acciones de esta empresa para impedir que se publiciten a través de su red discursos de odio y fake news.

Ocasio-Cortez dejó a Zuckerberg sin palabras. A decir verdad, cualquiera se vería en aprietos para responder, no solo por la ferocidad de la combativa demócrata, sino porque, realmente, son cuestiones difíciles de responder. Casi cualquier respuesta en cuanto a la regulación o autoregulación de las redes sociales plantea otros dilemas.

Alemania, por ejemplo, con un gobierno conservador (entiéndase pro un “estado pequeño”), ha optado por la regulación estatal y multar con 50 millones de dólares a la plataforma digital que difunda por 48 horas o más una noticia falsa o un discurso de odio. Pero la regulación de los contenidos es una frontera porosa por donde se cuelan fácilmente acciones en contra de la libertad de expresión.

Estados Unidos, en cambio, se ha inclinado por exigir autoregulación a las redes, y eso es como poner la iglesia en manos de Lutero o desplazar una responsabilidad estatal a los hombros de grandes empresas como Facebook, Google o Twitter.

La dificultad de optar por una u otra solución se hace también evidente en la circunstancia de que tanto Ocasio-Cortez como la senadora Elizabeth Warren, dos legisladoras demócratas (que usualmente se caracterizan por favorecer la intervención del Estado para resolver los desequilibrios del mercado), están exigiendo a las grandes plataformas que se autorregulen.

Autodefinido como un liberal de talante progresista, por lo que debería simpatizar con estas dos legisladoras, favorezco, sin embargo, un nivel de regulación de parte del Estado a las grandes plataformas digitales, aun consciente de que no es una solución perfecta al dilema de la libertad de expresión (con su carga de fake news y discurso de odio) versus el riesgo de limitarla.

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