Para mostrar el talento
Cuando el incumplimiento se vuelve parte de la cultura educativa, el currículo deja de ser la guía, la escuela pierde su rumbo y la protección y los aprendizajes del estudiante dejan de ser el propósito. En esas condiciones, no existe ninguna motivación para procurar y usar las informaciones disponibles ni para dar la bienvenida a evaluaciones de los aprendizajes que podrían convertirse en testigos de excepción que presenten realidades que no se desea desvelar.
Generaciones de estudiantes han pasado por la escuela pública sin haber disfrutado de un año escolar donde se respetara el calendario y el horario oficial, porque en alguna curva del camino ese cumplimiento se perdió. Y a pesar de los múltiples pactos y acuerdos, nada ni nadie ha podido rescatarlo. Tan arraigado está ese incumplimiento en la cultura educativa dominicana, que las frecuentes interrupciones de la docencia son vistas como parte de la normalidad de los centros a donde asisten los hijos de los otros.
La aceptación de la normalidad de ese incumplimiento ayuda a explicar por qué en un año escolar afectado por confrontaciones políticas, elecciones primarias en octubre 2019 y elecciones municipales en febrero y marzo 2020, se alega que al inicio de la cuarentena, ya se había cubierto el 70% de las horas de docencia o de los contenidos curriculares.
En 1992 se introdujeron las pruebas nacionales, las cuales se han impartido de manera interrumpida y han estimulado la realización o participación en otras evaluaciones. Ejecutadas a muy bajo costo, todas esas evaluaciones han provisto al sistema de valiosísimas informaciones sobre las debilidades y fortalezas de cada estudiante, sección, escuela, distrito y regional. Adecuadamente usadas por profesores y directores, esas informaciones podrían constituir un elemento importante para mejorar el desempeño escolar.
Sin embargo, al margen de su longitud, el calendario y el horario escolar son dos parámetros sobre los cuales se organiza la vida de cada centro y parte de la vida económica y social de cada comunidad. Cuando el incumplimiento se vuelve parte de la cultura educativa, el currículo deja de ser la guía, la escuela pierde su rumbo y la protección y los aprendizajes del estudiante dejan de ser el propósito. En esas condiciones, no existe ninguna motivación para procurar y usar las informaciones disponibles ni para dar la bienvenida a evaluaciones de los aprendizajes que podrían convertirse en testigos de excepción que presenten realidades que no se desea desvelar.
Por ejemplo, se podría postular que la formación y contratación de profesores, los aumentos de salario, la renovación y ampliación de la infraestructura escolar, la dotación de materiales, la distribución de equipos tecnológicos, la alimentación escolar y otros insumos enviados a las escuelas, son evidencias de la excelencia del sistema educativo dominicano. Pero entonces aparecen unas evaluaciones que sugieren que los estudiantes están aprendiendo poco, y que a pesar de todos los insumos que los incrementos presupuestarios han financiado, en casi tres décadas los resultados no mejoran; que esos resultados colocan al sistema educativo dominicano en la cola de América Latina; y que a los quince años, los estudiantes dominicanos tienen mucha menor competencia en lengua, matemáticas y ciencias que los estudiantes de la misma edad de otras 80 naciones evaluadas.
Se traen esos elementos a colación porque las pandemias suelen consolidan tendencias en muchas direcciones. Y como hay que tomar decisiones dramáticas en condiciones de emergencia, en cualquier sector, una pandemia se puede dar para muchas cosas. Al interior del sistema educativo dominicano la pandemia puede dar para solicitar más insumos; o teniendo tantos insumos que todavía no se usan, puede ayudar a comprender que los insumos solo ayudan cuando los aprendizajes son el propósito. Puede dar para inventar una contabilidad académica que sumando como impartidas las horas de docencia planeadas, facilite la legitimación del incumplimiento del calendario y el horario escolar; o puede crear conciencia sobre la necesidad de aprovechar, desde el inicio de cada periodo escolar, cada día y cada hora disponibles en beneficio de aquellos aprendizajes.
Puede dar para arremeter contras unas pruebas nacionales tan fuerte y extendidamente atacadas, que en el pasado más de un ministro y de un presidente pensaron seriamente eliminarlas; o para valorar las evaluaciones de los aprendizajes como un instrumento que arroja informaciones confiables y alertas tempranas para decidir sobre base razonable, no solo qué hacer después de una cuarentena, sino qué hacer en una escuela que opera normalmente.
Puede dar para buscar los bajaderos que legitimen los comportamientos que han producido aquellos penosos resultados. O puede desafiarnos a templar los músculos y los espíritus para aportar la organización, el trabajo duro y continuo, los sacrificios, la disciplina, la innovación y compromisos necesarios para comenzar a salir de la cola y mostrar el verdadero talento que todos llevamos dentro.
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