Lucía Medina, la hermanita...
Escuchar a Lucía Medina, hermana del presidente, me enrareció el ánimo. En un soplo se aglomeraron pasiones contrapuestas. Sentí pena, fastidio y risa. La tormentosa mezcla me crispó los nervios. Para resistirla olvidé a la diputada y pensé en una de mis hermanas. Esa evocación aplacó momentáneamente el encono. Sí, Maribel hubiera hecho lo mismo, me dije.
Siempre hay una hermana celosa y protectora que se arroga más derechos sobre uno que todos los demás. Lucía parece enaltecer ese patrón de cercanía. Y motivos sobrados tiene: todavía no se cree hasta dónde ha llegado y, gracias a su hermano, va por más, por aquello de que “todos nos vamos a reelegir”.
Con todo desenfado, la infundida presidenta de la Cámara de Diputados habló claro. Lo que todavía no entiendo es por qué evangelizar a devotos del oficialismo y con qué vehemencia. Su auditorio era de empleados públicos, cautivos y obedientes por definición, que no precisaban de mayores motivos que trabajar en el Estado. Eso me hizo inferir cierta desesperación. El tiempo se acerca y el cuadro político parece que tarda en dar las señales esperadas. Marzo se agota y con él la promesa del presidente de hablar de su reelección. Deshonrar su palabra ya es rutina. Si los números son tan generosos con ese proyecto ¿por qué este aspaviento? Pero eso es quizás lo menos inquietante.
Lo que le dio color a mi bochorno fue estrellarme con tantos años perdidos en supuestas inversiones institucionales. Pensar que a estas alturas el discurso político sigue atado a prácticas de servilismo es para sobrecogerse. La diputada se dirigió a los presentes como quien arenga a un escuadrón de harapientos sin más dignidad que el carguito en el Gobierno. La idea del lavado cerebral era lacerar su vergüenza y de forma alevosa hacerlos sentir apocados y obligados a defender con garras el precio de su cargo. Presentar la reelección como la última razón de sus vidas y a su hermano como el redentor me hizo vivir en una comarca. En su pequeño y asustadizo mundo de carencias, esos infelices salieron amedrentados.
Lucía Medina ha interpretado ortodoxamente la filosofía política de su hermano. Danilo Medina concibe el Estado como una hacienda para muchos y pequeños repartos; como una gran agencia de atención menuda. La lealtad se paga con un carguito. Medina es el padre del populismo burocrático en el que el Estado es proveedor de las más baratas compensaciones al activismo de base. En sus gestiones el Gobierno se ha inflado con una nómina pesada e inepta, mantenida solo por devoción política y no precisamente al partido, sino a su culto. El peso de ese lastre nos roba competitividad, para usar un término ajado de la burocracia empresarial.
Medina es el político que mejor ha explotado el Estado a su favor. Siempre he dicho que el presidente le da un cargo hasta a quien no se lo pide. Si le caes bien, sales nombrado. Ha enriquecido a la prensa de forma pecaminosa con tal de silenciar sus críticas y comprar sus aplausos; claro, no con su dinero. Su obsesión con la popularidad es viciosa y para mantenerla usa el Estado a su capricho. Arma las alianzas electorales con base a prorrateo de puestos. Despedaza la Administración pública sin racionalidad y según criterios de oportunidad política. Es fríamente indulgente con la corrupción: la calla, la empaña, la perdona. En sus gobiernos se han diversificado las formas más antológicas de compensación a todo tipo de personas y por las razones más inverosímiles. Los cargos están disponibles para retribuir los favores más impensados: si no existen, se crean. Hasta la farandulería voluptuosa recibe sueldos del Estado y qué decir del poder de “la silicona” en la oficialidad, cuya liviandad impone sus derroches en el Palacio. El Estado carga con todas las cuentas, hasta con los trabajos de Joao Santana, quien recibía pagos del Estado dominicano mientras era procesado en Brasil. Y ¡ay de aquel que pregunte por qué!
Pero donde la diputada derrochó primores fue en anunciarles a esos infelices la complacencia de “los empresarios” con el Gobierno. En su siquis se aloja la imagen de que esos intereses mandan y que Danilo es un sujeto de sus designios. La idea era dejarle este mensaje subliminal: ¡Tranquilos, que los dueños del país están con el presidente! Esta parte de su discurso es de colección, cito: “...antes de venir para acá, yo tuve cuatro reuniones con cuatro empresarios grandes del país que me tienen un chucho de que Danilo tiene que decir que él va; pero ¿ustedes saben por qué es que ellos quieren que Danilo vaya?: porque sus negocios han crecido económicamente mil por mil”. ¡Sublime! Claro que sí, los grupos oligopolistas han tenido todos los espacios y oportunidades en el gobierno: sus controles del mercado se han consolidado como nunca en desmedro de otros competidores. Los negocios con el Estado han tenido su máximo esplendor; el crecimiento de los suplidores del Estado ha sido bárbaro y responsable de un nuevo empresariado nacido de las contrataciones públicas en las que los propios funcionarios (a través de mecanismos de triangulación) son los primeros beneficiarios.
Los gobiernos de Medina han sido los más sensibles con el empresariado de marca. Por eso no es casual que el CONEP tenga una representación oficiosa en el Gobierno bajo una presunta alianza de competitividad. El presidente del CONEP fue parte de la comisión de aseo de Punta Catalina: un proyecto levantado sobre los terrenos del grupo más influyente y poderoso del país y al cual Medina le endosó la alcaldía de Santo Domingo. A pocos días de la revelación del audio de Lucía Medina, el exempleado senior y anterior vocero de ese grupo anunciaba su respaldo “personal” a la reelección tirando al zafacón los pálidos discursillos de institucionalidad que pronunció cuando era jefe de uno de los clubes empresariales del país. Apenas a finales del año pasado el gremio que dirigía advertía de que una reforma a la Constitución “afectaría la seguridad jurídica del país”. Y es que una cara es para el espejo y otra para las cámaras. La idea es nunca perder, axioma de inversión de los oligopolios en países en indefensión de mercado y con un liderazgo político servil. Descripción impecable de la República Dominicana.
Lucía, que siempre me ha caído bien, aun después de las mochilas, encabezó la activación de la reelección. Fue el escudo de la avanzada que calentará los motores. Honró con celo el afecto de hermana, condición que, según sus palabras, la sitúa como “cabeza, ojos y cuerpo” de Danilo. Según ella está bajo un acoso (“chucho”) para que el presidente acepte. Aunque dijo hablar por reclamo de otros, le salió “er sur” a sus intenciones cuando, abandonando la afectación, dijo con toda naturalidad “todos nos vamos a reelegir”. No puede negar que es Medina.
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