La versatilidad enciclopédica de Marcio Veloz Maggiolo
Sólo una capacidad de trabajo digna de un hombre del Renacimiento explica su extensa producción literaria y científica.
En la historia de la cultura dominicana no se registra un intelectual tan versátil y polifacético como Marcio Veloz Maggiolo. No hay registro de escritor dominicano que haya incursionado con tanto éxito en la literatura y la ciencia como el autor de El hombre del acordeón (2003); nadie ha logrado conjugar tan magistralmente arte y ciencia; se distinguió en literatura, en arqueología, en pintura y dibujo. Poseía el talento y la versatilidad enciclopédica del hombre del Renacimiento italiano.
En Villa Francisca, Trujillo y otros fantasmas (1996), suerte de memoria de escritor en donde da categoría literaria al barrio capitaleño en que creció y se desarrolló su adolescencia durante la larga y represiva Era de Trujillo. Allí, bajo la orientación literaria de su padre, Francisco Veloz Molina, leyó novelas del siglo XIX europeo, en particular Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, de Dumas, Los miserables y Nuestra Señora de París, de Hugo, las de Emilio Salgari, así como los fabulosos cuentos de Las mil y una noches que evidentemente le mostraron el camino del difícil arte de narrar; vienen después las lecturas de filósofos, dramaturgos y novelistas como Sartre y Camus que marcan ostensiblemente El buen ladrón (1960), su primera novela, así como también el norteamericano William Faulkner que le daría la idea de hacer de Villa Francisca y el régimen de Trujillo el epicentro de su obra narrativa posterior. Y no exagero.
Ciertos teóricos de la literatura sostienen que un buen novelista busca explotar diversas variantes de una obra mayor. En El buen ladrón y Creonte. Seis relatos (1961), esa afirmación tiene sentido. Su dilatada ficción comparte, con éxito, el mundo mágico de los muertos con el real, con el trágico y mezquino que el totalitarismo estimula verbigracia Biografía difusa de Sombra Castañeda (1980), Nosotros los suicidas y La vida no tiene nombre (1965), Los ángeles de hueso (1967), y De abril en adelante (1975).
La obra científica permea la literatura de Veloz Maggiolo como sucedía con los enciclopedistas franceses del siglo XVIII en que su filosofía utiliza la ficción como medio de divulgación. Un procedimiento similar permite a Marcio Veloz Maggiolo expresar el saber científico de Medio ambiente y adaptación humana en la prehistoria de Santo Domingo, y Arqueología de Yuma, en Florbella [arqueonovela] (1986) y en La mosca soldado (2004), considerada una las mejores 25 novelas publicadas en España ese año y luego Premio José María Arguedas de la Casa de las Américas (Cuba), 2006.
Pedagogo incansable, hace explícita, tanto en La memoria fermentada (2000), como en sus notables ensayos críticos, su teoría de la literatura.
Tal vez es uno de los escritores que mejor enfoca la dictadura de Trujillo. No se limita únicamente a presentar el pantagruélico apetito sexual del dictador; entendió que el trujillismo era una suerte de nube que flotaba sobre todo el país; un sistema ubicuo presente incluso en la intimidad familiar; esa la plaquita de latón policromática iba más allá de lo que se leía en la intrusa divisa del dictador en la casa dominicana: “En este hogar, Trujillo es símbolo nacional”.
Conocí a Marcio Veloz en 1970. Era ya un laureado escritor: El sol y las cosas había obtenido el Premio nacional de poesía (1961), y Judas el de novela (1963), así como el de la Fundación William Faulkner. Primeras distinciones a una fecunda y polifacética carrera de escritor cuya obra literaria y científica sería publicada en España e Italia y traducida al francés, al italiano, al inglés, al alemán y reconocida en 1996 por el Premio Nacional de Literatura.
Sólo una capacidad de trabajo digna de hombre del Renacimiento explica su extensa producción literaria y científica. No era un ermitaño. Apreciaba la interacción social e intelectual; los animales y los grandes espacios en donde, además de escribir, podía hacer sus experimentos de “inventor de patio” como solía definir su mentalidad renacentista. Incapaz de frenar la invención, la creatividad.
Tenía el ímpetu del escritor incipiente. Sabía que la obra literaria es perfectible. Siempre estuvo en pos de la perfección. Hace poco dio a la estampa Palimpsesto cuyo personaje principal, como él, sudaba letras. Seguro dejó otras novelas en el disco duro de su ordenador. Escribir le ayudó a enfrentar la muerte de Norma Santana, compañera de toda la vida.
Fue ese portentoso escritor que me motivó a querer saber cómo lograba escribir e investigar con la carga docente y familiar que llevaba. Quería que completara el panorama de escritores de Doce en la Literatura dominicana. Aceptó. Nuestra amistad se remonta a 1970, a su regreso de España con el honor de haber sido finalista del célebre concurso de la editorial Seix Barral por De abril en adelante. Aceptó presentar la segunda edición al decirle: “Marcio, de los Doce sólo quedamos nosotros, te corresponde pues la presentación”. Por sus consejos en extensas conversaciones a lo largo de nuestra amistad literaria y personal, el 10 de abril de 2021 sentí haber perdido a un familiar muy cercano.
La historia de cómo los legisladores llegaron a importar vehículos exonerados sin límites
Someten anteproyecto de ley para limitar alquileres y restringir trabajos a haitianos
Protecom resolvió el 26.2 % de quejas eléctricas, pero acumula miles
El rescate de la avenida Duarte hacia el norte sigue rezagado
RD y Haití reanudan el diálogo para fortalecer relaciones bilaterales