La pirámide, Valle Nuevo y la gente

El pasado fin de semana largo propiciado por la celebración del natalicio del patricio Juan Pablo Duarte, mucha gente se trasladó a las cumbres de la cordillera central para visitar lugares diversos, por ejemplo, a Valle Nuevo, donde fueron ubicándose decenas de familias con sus correspondientes tiendas de campaña, a la par que otros iban y venían.

Unas tiendas estaban situadas en la pequeña pirámide que insinúa los puntos cardinales; otras casi al lado del minúsculo monumento dedicado al comandante Francis Caamaño en el lugar donde fue fusilado; y otras más en el puesto de guardia de Valle Nuevo, al borde del cruce hacia el pico Alto Bandera.

¡Qué bueno ver allí a tanta gente comulgando con la naturaleza, embriagándose con el olor singular de los pinares y el frescor de esos lugares!

En la explanada de La Pirámide no cabía nadie ni nada más; todo era confusión entre gentío, vehículos y tiendas. Aquello era un espectáculo realzado por las idas y venidas fantasmagóricas de la niebla, a veces espesa, otras ligera, y por la agradable temperatura que ya a las tres de la tarde estaba en 11 grados centígrados. Y en la madrugada probablemente en cero grados o muy cerca.

Pero aún sumergidos en ese ambiente, resaltaba el comportamiento ya consuetudinario de la población, en este caso de ingresos medianos y hasta altos, que lanzaba o dejaba caer vasos y platos plásticos al terreno de la explanada y prefería caminar por encima de la inmundicia, en vez de corregir sus malos hábitos.

Así no, por Dios.

Tal vez faltaren zafacones, o cuidadores de la explanada para mantener el orden y la limpieza, a pesar de que vi con mis ojos a varios de ellos impotentes y quizás mal instruidos para cumplir con ese propósito de asegurar la limpieza y preservar la naturaleza.

Cerca de ahí, en el lugar donde fue asesinado Caamaño, a la entrada hay una indicación, un letrero, que informa de la proximidad del monumento y que se encuentra agujereado por disparos de balas, en un hecho realizado por vándalos. A poca distancia se observa un minúsculo monumento en honor al guerrillero presidido por la imagen de un fusil. Un poco más allá se ve un letrero de color amarillo que indica que allí cayó el comandante por instrucciones del presidente Balaguer.

Estar allí, a dos mil metros de altura, contemplando la majestuosidad de la naturaleza, el esplendor del relieve orográfico, las gotas de agua que se insinúan por doquier, el verdor de los pinares y el brillo del singular pajón que se enseñorea en esas cumbres, sintiendo la caricia intermitente de la niebla y de la suave brisa, no deja de ser un privilegio.

Pero al mismo tiempo da pena ver cómo todavía sigue sucediendo lo que hace tiempo debió de desaparecer.

En efecto, sigue a “toda vela” la producción de vegetales en las tierras del “parque nacional”. Vimos bajando desde allí varios camiones portando zanahorias muy hermosas, atestados con haitianos.

¿Hasta cuándo?

La subida a Valle Nuevo se hace porque hay que tener muchos deseos de ir, pero el camino está más apto para tractores y mulos que para excursiones turísticas. ¿Qué necesidad hay de que así sea? No solo los elevados y túneles merecen atención de la inversión pública. El campo y la montaña también la necesitan.

Los ríos, ¿qué ríos? Solo muestran el caudal escaso que producen sus lágrimas al caer. ¡Qué pena! Río Grande, ¡que nombre tan pretencioso para tan poca agua! Y así sucede con los demás.

Estamos asistiendo al inicio de una gran crisis del agua, primero para calmar la sed de la población, y segundo para irrigación. Nos estamos quedando sin agua; esa es la verdad, sin que a nadie le inquiete ni haya reacción alguna, como si fuésemos una colectividad a la deriva. Y lo sufriremos en medio de escenas de histeria colectiva.

Y luego el espectáculo de los niños al borde la carretera, portando una soga con la que cierran el paso a los vehículos para exclamar “denme algo”. Lo que se repetía varias veces a lo largo del camino. Podría ser un disfraz de la miseria, pero ¿por qué no su imagen directa y vergonzosa?

Y, al final, el regreso a Constanza por un pequeño, angosto y ya peligroso trillo, producto de la indolencia de las autoridades, pues el camino, ni más ni menos, es la antigua carretera Constanza-San José de Ocoa, que ha sido casi cerrado por las construcciones ilegales levantadas en ambos bordes.

Y todo esto expresa con contundencia una realidad ya apabullante, la de falta de orden y autoridad, pero sobre todo de sentido de Estado, esa es la triste conclusión.

Resumen agridulce, en debate entre la esperanza y el más cruel fatalismo.

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