La inutilidad de los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible
“Desafortunadamente, el único custodio oficial a nivel internacional de la línea global de pobreza, el Banco Mundial, eligió este momento para aumentar la confusión en cuanto a la ubicación de la línea global de pobreza. El Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, anunció la semana pasada que la línea de pobreza no es realmente $1.25; en su lugar, es cerca de $1.90 –lo que pudiera añadir unos cien millones de pobres a la nómina global... Angus Deaton, de la Universidad de Princeton, uno de los principales expertos en pobreza del mundo, sugirió que esta confusión se debe... a que está basada «en una data subyacente de mala calidad»... Así que el objetivo principal es tan inmedible como los demás.” William Easterly, Foreign Policy, 2015
Los líderes mundiales, incluyendo a la carismática figura del Papa Francisco, tuvieron una agitada semana de reuniones en la sede de las Naciones Unidas. Como se esperaba, nuevos objetivos de desarrollo sostenible fueron definidos y aceptados por todos como un gran paso de avance para la humanidad que ha puesto sus esperanzas en la posibilidad de eliminar la pobreza extrema para el año 2030; esto es, en quince años. Aquí surge el problema dinámico que plantea una línea de pobreza que continúa moviéndose hacia arriba con el paso del tiempo, como lo planteado por el presidente del Banco Mundial y que redefiniría el ejército de pobres extremos en el mundo.
En realidad, a la ambigüedad de los objetivos –de ayer y de hoy- se le agrega la mala calidad de los datos que sirven para comprobar o no el logro de un objetivo determinado. En este sentido, en el Informe 2015 de las Naciones Unidas se dice claramente que “el desarrollo sostenible requiere una revolución de los datos que mejore la disponibilidad, calidad, oportunidad y nivel de detalle de los datos para apoyar la implementación de la nueva agenda para el desarrollo a todos los niveles.” Si los datos son de mala calidad, como bien señala el citado informe, entonces resulta casi imposible establecer de manera concluyente que objetivo fue cumplido; y se presta, de paso, a todo tipo de manipulación política. Si esa «revolución de los datos» no se ha hecho, y es razonable suponer que no ocurrirá en los próximos años, quedaría en el aire la sensación de que no se disponen de instrumentos métricos que permitan una adecuada intervención de las políticas públicas dirigidas a focalizar su intervención en los grupos más vulnerables de la sociedad.
Es obvio, sin embargo, que no todos los Objetivos del Milenio que originalmente fueron acordados han sido logrados. O quizás no hay manera de saberlo. En todo caso, el presidente Medina, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, destacó –con la calidad menguada de los datos- que la República Dominicana había cumplido con las metas de reducción de la pobreza extrema, la reducción de la desnutrición y la paridad de género en todos los niveles de la enseñanza. Al no referirse a los demás Objetivos del Milenio, es dable asumir que esos otros objetivos no fueron cumplidos. Pero encima de eso ya nos hemos comprometido con los nuevos 17 objetivos del desarrollo sostenible.
No importa. Dice William Easterly, un destacado profesor en desarrollo económico de NYU, que los nuevos objetivos son “sin sentido, soñadores y confusos”, y añade que The Economist los calificó como peores que inútiles. Y que el Papa Francisco –continúa Easterly- alertó sobre el riesgo de convertir esos nuevos objetivos en «un ejercicio burocrático de dibujar una larga lista de buenos propósitos». Al parecer las palabras del Papa fueron proféticas. La lista de objetivos está llena de una retórica suficientemente amplia y poética como para permitir un compromiso incondicional de todos los gobiernos, sin que eso signifique un compromiso real para atacar en sus raíces los problemas identificados.
En este sentido, no es sorprendente, como bien destaca Easterly, que, además de lo inmedible de los objetivos, los gobiernos tienen una serie de puertas traseras para justificar un probable no cumplimiento. Tal es el cuando el documento base afirma que los compromisos serán voluntarios y dependientes de las condiciones particulares de cada país. Como si esto necesitara traducción, podemos decir que los objetivos de desarrollo sostenible están abiertos a la interpretación discrecional de cada país o de cada gobierno. En el 2030, al evaluar el nivel de cumplimiento se podrá argumentar que los objetivos no cumplidos estarán incorporados en la nueva agenda de desarrollo –no podemos anticipar cuál será el adjetivo que lo acompañará-; pero el método funcionó esta vez: las metas no cumplidas quedan automáticamente incorporadas a los nuevos compromisos. Sin dudas, es un juego divertido –a pesar de los serios problemas que aborda- en el que los burócratas internacionales toman el escenario central para auto complacerse con sus discursos y recordarnos que sin instrumentos concretos de políticas públicas estos eventos son una verdadera comedia.
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