Dolarización y turismo

Con el objetivo de impulsar su desarrollo económico, Ecuador, El Salvador y Panamá extirparon hace años su moneda nacional y la reemplazaron con el dólar estadounidense. Aunque algunos analistas alegan que el cambio no ha surtido los efectos deseados, ninguno de esos países tiene planes de abandonar el dólar ni consideran que su uso haya lesionado su soberanía. En nuestro país, la propuesta de eliminar el peso y adoptar el dólar ha sido hecha por prominentes economistas sin que a la fecha haya progresado. Pero la entronización del turismo como nuestra industria clave actualmente obliga a una nueva ponderación.

El principal beneficio de la medida sería el de impulsar la captación de inversiones extranjeras al eliminarse el “riesgo cambiario”. Pero también serían grandes beneficios la disminución de la inflación y de las tasas de interés.

Lo primero se conseguiría defenestrando el poder de emisión de moneda que actualmente tiene el Banco Central, el cual puede estar tentado a desbocarse emitiendo demasiados pesos para cubrir déficits internos (ya sea del mismo Banco o del Gobierno). Lo segundo se consigue porque las tasas de interés prevalecientes en los mercados bancarios dolarizados son sustancialmente menores, en vista de que se presupone que los riesgos generales en esos mercados son también menores.

Hubo una época en el siglo pasado cuando el dólar era la moneda de curso legal. Fue Trujillo quien, en el 1947, creó el peso como moneda nacional y recogió los dólares en circulación. (Algunos dicen que se quedó con los dólares al ínfimo costo de la emisión de los pesos). En tiempos más recientes, la circulación de la moneda estadounidense estaba controlada por las autoridades y la convertibilidad entre el peso y el dólar se hacía difícil. Ese control actuaba como una traba al desarrollo del turismo, en tanto las operaciones cambiarias se dificultaban y los inversionistas extranjeros desconfiaban de la estabilidad de la tasa de cambio.

Actualmente, el país ha logrado una estabilidad cambiaria envidiable y el turismo se desarrolla sin cortapisas en materia de convertibilidad de las monedas. Las estadísticas del Banco Central dan cuenta de que en los últimos diez años la inversión extranjera en turismo ha totalizado unos US$2,600 millones. Ya los inversionistas extranjeros no temen al riesgo cambiario, aunque esté presente de manera subyacente, y de que las circunstancias económicas del país puedan cambiar con el vaivén de la economía mundial.

¿Por qué entonces tendría el sector turístico que abogar por una dolarización de la economía? Son tres los principales beneficios residuales de una dolarización para el sector. El primero es que el riesgo cambiario subyacente desaparecería, impulsando aún más las inversiones extranjeras. Lo segundo es que los inversionistas se beneficiarían aún más con tasas de interés alineadas con el mercado bancario estadounidense, las cuales serían por lo menos 50% más bajas que las que cobran los bancos locales para préstamos dolarizados al sector.

La estabilidad salarial sería otro importante beneficio. Es cierto que, al hacer sus ventas en moneda extranjera en el mercado turístico internacional, el sector turístico ha reclamado, soterradamente y ante alguna coyuntura adversa, la devaluación para abaratar sus costos laborales y rentabilizar aún más sus inversiones. Pero tal reclamo resulta miope hoy día: los hoteleros extranjeros saben que eso crea inflación y golpea inmisericordemente los intereses de sus trabajadores en tanto disminuye el salario real. Es preferible que haya estabilidad salarial como consecuencia de la estabilidad de la moneda, porque así tendrían una fuerza laboral menos insatisfecha, más capaz de satisfacer a sus clientes.

Al final, sin embargo, el sector turístico debe abogar por la dolarización principalmente por la consolidación del desarrollo económico que implicaría de cara al futuro. No solo se conseguiría eliminar prácticamente el riesgo cambiario, disminuir la inflación y bajar las tasas de interés para estimular las inversiones, tanto nacionales como extranjeras, sino que también –y talvez lo más importante—se contribuiría a la estabilidad y transparencia de las finanzas públicas.

En relación a esto último es dable esperar que, por la inexistencia del riesgo cambiario, los costos del financiamiento externo del gobierno sean menores. Y eso contribuiría a reducir el servicio de la deuda y hasta el déficit fiscal. En una coyuntura donde el financiamiento externo es un clave recurso del gobierno para equilibrar el presupuesto nacional y donde no se visualiza ninguna opción de política fiscal que pueda sustituirlo, la dolarización acomoda mejor la carga, aunque sea solo por vía de un alivio de las tasas de interés.

Otras tres situaciones de magnitud considerable también mejorarían. En primer término, la otra gran deuda pública –el déficit cuasi fiscal del Banco Central que ya llega a unos RD$378,000 millones de pesos—también se haría menos onerosa. El Banco sencillamente cambiaría la denominación de los certificados y títulos de la deuda para que sean en dólares, ajustaría la tasa de interés de acuerdo a lo prevaleciente en el sistema bancario y usaría dólares de sus reservas internacionales para pagar los intereses. La medida sería muy saludable para los propietarios de los títulos, en tanto así protegerían mejor sus ahorros contra la inflación. Sin dolarización, las tasas de interés podrían ser más altas nominalmente, pero no en términos reales.

Un segundo gran ahorro, el de los fondos de pensiones, también se verían favorecidos. Si fueran un total de RD$340,000 millones (o US$7,556 billones al 45x1), las partidas se llevarían contablemente a dólares. Los intereses a devengar, por supuesto, se alinearían con las prevalecientes en el mercado bancario. Los bancos múltiples, los cuales constituyen un 27% de la cartera de inversiones, ya de hecho pagan una tasa muy baja y se beneficiarían porque, al sincerarse la tasa de interés dolarizada, podrían usar esos fondos por más tiempo. Mientras el Estado, con el Ministerio de Hacienda con un 19% y el Banco Central con un 47%, protegerían mejor los intereses de los pensionistas con tasas más estables y menos afectadas por la inflación.

En términos de los bienes y servicios transados en la economía, el principal beneficio para los consumidores sería ligeramente menores precios. Tal resultado provendría de la baja de las tasas de interés, de la inflación y de la estabilidad macroeconómica en general.

¿Cuántos dólares habría que buscar? Lo único que habría que buscar serían los dólares necesarios para reemplazar los billetes y monedas en poder del público. (Los ahorros bancarios son simples ítems contables que se dolarizarían fácilmente y sin necesidad de que intervengan los dólares.) Eso ascendía en diciembre del 2015 a RD$89,447,500 millones, lo cual implica que habría que buscar unos dos mil millones de dólares. ¿Dónde conseguiríamos el préstamo correspondiente? Hay varias opciones: un préstamo del Tesoro de los EE.UU. con garantía de los ingresos de la Barrick Gold, un préstamo del FMI, un préstamo de desarrollo del Banco Mundial y/o Banco Interamericano de Desarrollo, una emisión de bonos soberanos.

Lo que se necesita, sin embargo, es voluntad política para hacer el cambio. Con una economía dolarizada los únicos que “perderían” serían los 2,500 empleados del Banco Central como consecuencia de su cierre. Pero ellos podrían ser “desfichados” generosamente. En cuanto a los bancos, sentirían un fuerte choque inicial por la rebaja drástica de los márgenes de intermediación. Pero en el largo plazo su cobertura de riesgos se disminuiría sustancialmente.

En cuanto al argumento de que prescindir de la moneda equivale a perder identidad y soberanía, bastaría con citar los casos de los tres países latinoamericanos que lo han hecho. También que seis países de África Central tienen una moneda común. Ya la moneda no es un símbolo inquebrantable de identidad nacional y la República Dominicana debe actuar con pragmatismo para deshacerse de esa inservible tradición si quiere apuntalar la competitividad de su economía y de su sector turístico.