Carta a Donald Trump
El eje de las relaciones de los Estados Unidos con la región debe ser la colaboración para fortalecer las políticas y programas de transparencia, las agencias de control de las cuentas públicas y la independencia de los órganos judiciales.
Quizás sea usted, señor Trump, el presidente de los Estados Unidos que mejor conozca América Latina. Como empresario global ha hecho inversiones en Panamá, Uruguay, Brasil y Argentina. En New York, centro de operaciones de sus negocios, ha podido valorar el trabajo y la integración cultural de los dominicanos. Sé que la política local, las tensiones del Medio Oriente, las tormentosas relaciones con Moscú y la amenaza de los programas nucleares de Corea del Norte han centrado su ocupación. Espero que en algún momento aparte un tiempo para desempolvar la agenda de intereses de su gobierno con América Latina.
Señor Trump, usted tiene una oportunidad inédita para impulsar un nuevo modelo de relaciones geopolíticas con América Latina basado en el respeto y en el fortalecimiento de la institucionalidad democrática en la región. El problema de la otra América no es ideológico. Esa premisa corresponde a viejas concepciones de la Guerra Fría que parecen no evolucionar en el Departamento de Estado. La cuestión apremiante en América Latina es la corrupción pública. Hay corrupción en gobiernos de derecha y de izquierda. Ese fenómeno está estructuralmente asociado a las debilidades de nuestras instituciones políticas. La pobreza y la exclusión, marcas distintivas de nuestra identidad social, son responsables de la emigración hacia Estados Unidos de millares de latinoamericanos. Pero emigran, señor Trump, quienes no tienen espacios de realización en sus propios países. La corrupción pública está robando impunemente esas oportunidades. Hay países donde la corrupción arrebata hasta el 6 por ciento del PIB. Eso es una tragedia social.
América Latina no es Asia ni el Medio Oriente. Somos un subcontinente que aspira a mejores horizontes de desarrollo dentro de democracias funcionales, participativas y fuertes. A los centroamericanos y caribeños no nos interesa emigrar, somos sociedades de profundo arraigo a sus orígenes y tradiciones. El eje de las relaciones de los Estados Unidos con la región debe ser la colaboración para fortalecer las políticas y programas de transparencia, las agencias de control de las cuentas públicas y la independencia de los órganos judiciales.
Siendo candidato presidencial, usted dijo a finales de 2016 en Texas: “Los políticos corruptos son un cáncer para la sociedad. América Latina está llena de ellos, yo los acabaré a todos”; “crearé comisiones en contra de la corrupción e impunidad en cada país latinoamericano. Dichas comisiones serán financiadas por el gobierno de Estados Unidos para evitar que los políticos locales las ‘manipulen’, con el fin de extraditar a ladrones de cuello blanco, políticos, diputados, ministros y presidentes corruptos. Comenzaré en Centroamérica, República Dominicana, luego Sudamérica y por último México”.
Ese tiempo, señor Trump, llegó; hay que pasar de la retórica a los hechos. Como ciudadano dominicano le informo que usted tiene en este país un clima inmejorable para emprender un piloto de esa iniciativa. Las condiciones para medir sus complejidades, impacto y eficacia son ideales. Según el Índice Global de Competitividad 2016–2017 elaborado por el Foro Económico Mundial, la República Dominicana es percibida dentro de los primeros países más corruptos del mundo, con una economía desigual y concentrada, una administración burocratizada bajo el control de un solo partido político en las últimas dos décadas.
Le informo que en la República Dominicana operó el centro de inteligencia de la mafia transnacional de Odebrecht. Que el asesor estratégico del presidente Danilo Medina, el brasileño Joao Santana, era el empresario usado por ese consorcio para dirigir las campañas electorales de Danilo Medina, Ignacio Lula da Silva, Hugo Chávez y otros presidentes de América Latina a cambio de la concesión de obras del Estado en licitaciones manipuladas y su firma, señor Trump, sigue imperturbable prestando servicios de comunicación al Gobierno dominicano. Que a pesar de haber pruebas documentales, testimoniales y circunstanciales que vinculan al presidente Medina con el financiamiento irregular de sus campañas electorales por parte de Odebrecht, este no ha respondido al reclamo de miles de dominicanos que en masivas concentraciones de protesta se lo han pedido. El silencio ha sido su mejor réplica. Tampoco, señor Trump, hay forma de activar una investigación seria e independiente porque el Procurador General de la República es un funcionario leal al presidente Medina y su estrategia es realizar y conducir una investigación deliberadamente débil, selectiva y condicionada a los intereses políticos del partido oficial para que la acusación en contra de los procesados se desmorone y no alcance al presidente Medina. El problema, señor Trump, es que el partido oficial, que es juez y parte, tiene el control político y absoluto del Congreso, del Tribunal Constitucional, de una parte de la Suprema Corte y de las agencias de control de las cuentas públicas, convirtiendo en ilusoria toda pretensión para subvertir el régimen de impunidad que prevalece en uno de los países más corruptos del mundo.
Agradecemos su reciente orden ejecutiva para cancelar la visa y congelar bienes de uno de los principales acusados del caso Odebrecht, el señor Ángel Rondón, pero lo que más nos preocupa es que las investigaciones del caso Odebrecht se diluyan solo en el tema de los sobornos cuando las grandes defraudaciones se dieron en las sobrevaluaciones de las obras, especialmente de la central termoeléctrica Punta Catalina, construida en los gobiernos de Medina y en el financiamiento de sus campañas electorales. Sin presión ni sanciones internacionales, la impunidad en la República Dominicana impondrá su oscura razón y en ese devenir las acciones de su gobierno serán cruciales. Ayúdenos, presidente Trump. Empiece su agenda en la República Dominicana. Es una invitación del pueblo dominicano.
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