La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia, 1849-1859

Cómo República Dominicana mantuvo su independencia contra todo pronóstico

El título de este artículo se corresponde con el del libro publicado por el abogado e historiador Wenceslao Vega, cuya primera edición se produjo en el año 2011 y la segunda en 2024, esta última en coincidencia con la celebración de la Feria del Libro de Historia que organiza cada año el Archivo General de la Nación.

En mi criterio esta obra es una joya, basada en la exposición de documentos que ilustran las dificultades de los años iniciales del proceso de independencia, explicativa de los avatares que sufrió nuestra nación al principio de su existencia en relación con nuestro vecino insular, que, por desgracia, con matices diferentes, se prolongan hasta nuestros días. 

Wenceslao Vega sostiene que en los primeros 15 años de nuestra independencia (1844-1859) fue posible mantenerla debido a varias razones: a) La nación dominicana pudo vencer al enemigo en el campo de batalla; b) Supo utilizar su diplomacia para que las cuatro grandes naciones de la época la reconocieran (Inglaterra, Francia, España y los EE.UU.); c) A través de negociaciones, sin tener que desprenderse de sus atributos soberanos, encontró el equilibrio entre las potencias rivales para que ninguna de ellas prevaleciera sobre las otras (y se alinearan en favor de los intereses de la dominicanidad). 

Lo anterior transcurrió en medio de dos grandes taras que dificultaron la preservación de la soberanía: una población que apenas era un tercio de la de Haití y la funesta división de la clase política con sus guerras intestinas sin medir las consecuencias de sus ambiciones.

Es casi inexplicable, salvo por la protección de la Virgen de la Altagracia, que en cuatro campañas guerreras las huestes de Haití resultaran siempre derrotadas (1844, 1845, 1849 y 1855), a pesar de constituirse en ejércitos poderosos con decenas de miles de soldados, en contra de tropas dominicanas escasas pero inspiradas por la defensa del ideal de la libertad e independencia y organizadas sobre todo en fuerzas de guerrillas para atribular al adversario.

Los historiadores suelen elevar a dimensiones épicas las hazañas de los libertadores continentales como Bolívar o Sucre. Y a disminuir la relevancia de los hechos del pequeño David dominicano, que fue capaz de derrotar a los ejércitos haitianos bien organizados, varias veces superiores en número, inspirados por el ideal de preservar su identidad, costumbres, idiosincrasia, en lucha interna con su propia conciencia que se negaba a volver a ser sometida.

Y no solo derrotarlos sino también imponer una concepción política republicana, democrática, participativa, basada en los ideales de Patria y Libertad, cuya génesis se encuentra en la Revolución Francesa, y en Dios, herencia de la cultura española. Pero también en la convivencia racial armoniosa.

Todo aquello ocurrió, como si de un milagro se tratara, dentro de un proceso de confrontación entre idealistas (Duarte, los trinitarios…) y los guerreros y hombres fuertes, encabezados por Pedro Santana y Buenaventura Báez, cada uno de los últimos dudando de la viabilidad de la independencia y arrimándose a la consecución de un protectorado.

Así como internamente las luchas de tendencias dieron como consecuencia la consolidación de una nación, la República Dominicana, con fuertes raíces identitarias, del mismo modo el equilibrio de poderes entre las potencias europeas y los Estados Unidos, y el manejo de sus propios intereses, acicateados por los dirigentes dominicanos, produjo un gradual sentimiento de simpatía por la causa dominicana.

La documentación y el análisis aportados por Wenceslao Vega es fundamental para comprender lo que ocurrió.

Como muestra basta un botón. Al tris de producirse la última invasión desde Haití en 1855, los cónsules inglés y francés acreditados en Haití escribieron al emperador Soulouque: “…La Inglaterra y la Francia no podrían por tanto ver con indiferencia una invasión del territorio dominicano, mientras ellas no hayan retirado su mediación…En consecuencia ellos declaran que van a informar a los Sres. Almirantes Comandantes de las fuerzas navales de sus respectivas naciones, de la próxima salida de la armada haitiana, suplicándoles al mismo tiempo, de tomar todas las medidas que juzguen conveniente para oponerse a ella”.

A pesar de la amenaza Soulouque invadió con tres fuerzas, vencidas en Santomé, Cambronal, Sabana Larga y Jácuba. El emperador haitiano retornó derrotado y al poco tiempo fue derrocado y enviado al exilio.

Wenceslao Vega concluye en que: “Ya en plena madurez, y en un siglo de globalización y de cambios en los conceptos de soberanía, no hay nadie que piense en que desaparezca o se quiebre la República Dominicana”.

Y, sin embargo, algo se mueve de modo silencioso: la invasión pacífica en busca de empleo, capaz por su elevado número de poner en riesgo la sobrevivencia de la nación que con tan buen tino los dominicanos han sabido defender en el pasado, y que los de hoy no tienen derecho alguno de dejarla perecer.

Es casi inexplicable, salvo por la protección de la Virgen de la Altagracia, que en cuatro campañas guerreras las huestes de Haití resultaran siempre derrotadas (1844, 1845, 1849 y 1855), a pesar de constituirse en ejércitos poderosos con decenas de miles de soldados, en contra de tropas dominicanas escasas...

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.