El damnificado es el ser dominicano
Reflexiones sobre la identidad
El designio -pero no el destino- dominicano es el título de un reciente artículo del antropólogo, filósofo y profesor Fernando Ferrán, creador de la penetrante idea de que el dominicano es producto de un amplio y variado sancocho cultural.
En su artículo asegura que “El quid de la cuestión no es si nos haitianizamos o si devenimos cultural y civilizadamente norteamericanizados, sino si de conformidad con el espíritu de los tiempos ahondamos y promovemos -en nuestro devenir histórico- la dominicanidad y sus virtudes de civilidad”.
De acuerdo, muy de acuerdo. Solo que para poder promover la dominicanidad debe contarse con el detalle nada despreciable de la existencia previa del ingrediente más importante, el ser dominicano. Y esto, dado el estado actual de cosas y de cara al futuro nadie puede asegurarlo.
Para reafirmarse en su idea Ferran cita un pensamiento de Quisqueya Lora: “Porque qué es un dominicano: ¿un color de piel? ¿un pasaporte? ¿un idioma? ¿una vivencia? ¿un sentimiento? ¿pronunciar correctamente perejil? Ser dominicano es una mezcla compleja de cosas, pero en esencia es una identidad”.
De acuerdo, muy de acuerdo. Es una identidad.
Prosigue el profesor: “Para algunos buenos analistas de coyunturas, _el dilema migratorio_ (el profesor y amigo Ferran me cita a mí, Eduardo García Michel) destila el mantenimiento de la economía o la protección de la nación dominicana. Nación o economía, pero no necesariamente la conjunción de la una y la otra”.
En desacuerdo. En total desacuerdo. En mi caso me aferro al “ambos a dos, matarile rile ro”.
Nación y economía son inseparables. Eso sí, puede haber una economía dotada de amplia cohesión social, poca, o en el extremo ninguna.
Lo que escribí fue: “Un país como el dominicano puede aceptar inmigrantes para cubrir determinados puestos de trabajo, pero jamás consentir la penetración ilegal de cientos de miles, de bagaje educativo y cultural precario, pues si lo hace diluye su idiosincrasia y renuncia a modelar a conciencia su propio destino.”
Lo que afirmo es que desde hace algunas décadas en nuestra sociedad se ha estado propiciando un modelo de crecimiento económico que deja a un lado la cohesión social y el desarrollo de nuestra población, induce la emigración de dominicanos y los convierte poco a poco en parias del sistema económico en su propia tierra al dejar que lo productivo quede absorbido por cientos de miles de inmigrantes ilegales. Queda así colocado el dominicano, cada vez en menor número, en terreno proclive a la invalidez funcional, confinado a planes sociales de subsidio y receptor de remesas.
Y por esa vía, apunta mi índice, se diluye la dominicanidad al sobreponer la prevalencia de intereses económicos particulares por encima de los del colectivo.
Es por eso por lo que Himilce Tejada, también articulista de este periódico se sintió conmocionada al leer en mi artículo citado la sentencia de que en todo este proceso “el damnificado es el ser dominicano”.
Ferran también se conmueve. ¿Cómo no hacerlo?
Por eso dice: _Así, pues, por mi lado, reflexionando a través de “senderos de montaña” (“Hollzwege”, Martin Heidegger) la conclusión me salta a los ojos:
“El damnificado es el ser dominicano” (EGM). Sea por razones económicas o morales; o bien, a falta de ellas_.
De acuerdo, muy de acuerdo.
Pero luego aduce que: “En otras palabras, el quid de la cuestión somos nosotros. No son los otros, independientemente de que ellos sean estadounidenses, haitianos o de mucho más allá. Si estamos concernidos, y lo estamos, eso se debe a nuestra identidad, con sus logros y méritos, sus dudas, limitaciones y desafíos; pero, en particular, lo debemos gracias a una conciencia e identidad dominicana cuya ‘potencialidad’ (Aristóteles) para avenirse consigo misma y con los demás, resulta ser singular en la faz de la tierra luego de casi dos siglos de existencia sin pecar de xenofobia o de impotencia y endogamia cultural.”
El asunto, estimado amigo Fernando, no es si estamos o no concernidos y por eso somos. No. Va mucho más allá. El nosotros que mencionas, la identidad que reivindicas, es poco probable que subsista ante el vendaval simultáneo de una población propia que tiende a decrecer, una inmigración haitiana masiva y de bajo nivel cultural que ilegal e incesante penetra nuestro suelo, una emigración forzosa de dominicanos desplazados, junto a un proceso de inutilización productiva de la mano de obra dominicana.
Ante un problema de tanta envergadura y consecuencias se echa de menos la puesta en vigencia de un plan de acción concreto, coherente y con visión integral, para afrontarlo en su complejidad.
Desde hace algunas décadas en nuestra sociedad se ha estado propiciando un modelo de crecimiento económico que deja a un lado la cohesión social y el desarrollo de nuestra población, induce la emigración de dominicanos y los convierte poco a poco en parias del sistema económico en su propia tierra.
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