Trump también venció a Ronald Reagan
Cómo Reagan y Thatcher redefinieron Occidente y lo que Trump quiere cambiar
Hace cuarenta años, en su postulación a la reelección, Ronald Reagan obtuvo el más contundente triunfo en la historia electoral moderna de Estados Unidos. No sólo ganó el voto popular con casi el 59% de los votos, sino que también obtuvo el triunfo en todos los Estados, con excepción de Minnesota, y un total de 525 de los 538 votos que integraban en ese entonces los colegios electorales. Con ese triunfo, Reagan consolidó tanto su propio liderazgo como la hegemonía de sus ideas en la política estadounidense, igual que había hecho Margaret Thatcher en el Reino Unido aproximadamente un año antes en su segunda postulación como líder del Partido Conservador cuando obtuvo la más amplia victoria electoral desde el fin de la II Guerra Mundial.
Con esos dos triunfos, de un lado y otro del Atlántico, el movimiento liberal-conservador, como se le llamó en aquella oportunidad, logró redefinir el discurso político y las políticas estatales en torno a la defensa del libre mercado, la competencia, la desregularización, la reducción del tamaño del Estado, la reducción de impuestos y una política exterior fuerte en la lucha contra el sistema comunista, particularmente contra la Unión Soviética. Las ideas de estos dos líderes, nos guste o no, pautaron el pensamiento económico más allá de sus propios partidos, lo que explica que tanto Bill Clinton en Estados Unidos como Tony Blair en el Reino Unido tuvieron que implementar políticas de “triangulación” con las ideas reaganistas-thatcheristas para poder llevar sus respectivos partidos de nuevo al poder. De igual modo, en los organismos internacionales se adoptaron agendas de políticas públicas que expresaban este pensamiento, lo cual se plasmó en el famoso “consenso de Washington”, término que acuñó el economista británico del Banco Mundial John Williamson.
Tanto Reagan como Thatcher, pero particularmente el primero, centraron su doctrina económica principalmente en la idea de acabar con el proteccionismo que tantas ineficiencias había causado al sistema económico. En el caso de Estados Unidos, uno de los momentos más críticos de su historia fue la Gran Depresión de 1929 que el presidente Hebert Hoover (1929-1933) quiso combatir con un incremento pronunciado de los aranceles para apoyar las empresas domésticas, lo que agravó aún más la crisis económica, aumentó el desempleo y la pobreza, al tiempo que abrió el camino para el triunfo de Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1932.
Otro rasgo de la política de Reagan fue su internacionalismo y la afirmación del papel de Estados Unidos en el mundo. De nuevo, nos guste o no, el hecho es que Estados Unidos, luego de terminar triunfalmente su intervención en la II Guerra Mundial, algo que no hizo durante la I Guerra Mundial, decidió expandir su presencia en el mundo y servir de protección a los países europeos y asiáticos aliados a Estados Unidos, los cuales dependen de este último para su seguridad.
En lo que respecta a la visión de lo que hace atractivo a Estados Unidos, Reagan entendió que ese país era y debía seguir siendo un imán para atraer talentos y darle la oportunidad a los migrantes para que materializaran el “sueño americano”. De hecho, el único presidente que llevó a cabo una reforma migratoria progresista en las últimas cinco o seis décadas fue Reagan, la cual incluyó una amnistía que favoreció a decenas de miles de personas que se encontraban de forma irregular en Estados Unidos. Si se compara con la reforma migratoria regresiva que llevó a cabo Bill Clinton, por ejemplo, Reagan aparece como si él fuera, no Clinton, un presidente progresista de centro izquierda.
Si bien Donald Trump acaba de propiciarle una contundente derrota al Partido Demócrata, en términos de doctrina política la mayor derrota la sufrió el reaganismo. Tres ideas, contrarias al pensamiento de Reagan, sirven de base a la ideología de Trump: aislacionismo, proteccionismo y nativismo. Trump piensa desde hace mucho tiempo que el resto del mundo se ha beneficiado de Estados Unidos. Esto puede ser verdad, al menos en parte, pero también es cierto que, gracias a Estados Unidos, a su inmenso mercado y sus capitales, muchos países han podido prospera. ¿Qué hubiese pasado con Alemania, Japón y China, para sólo citar los tres principales ejemplos, si no hubiesen tenido el mercado estadounidense para vender sus productos? ¿O qué hubiese pasado con Europa y los aliados asiáticos de Estados Unidos si este país no les hubiese provisto las garantías de seguridad que han tenido?
Otra idea fuerte de Trump, que se deriva de la anterior, es el proteccionismo tan contrario a la ideología reaganista. El presidente electo de Estados Unidos considera que los aranceles son un medio idóneo para proteger y hacer prosperar las industrias de ese país, así como una herramienta para obtener concesiones de otros países. Dicho sea de paso, en el Partido Demócrata siempre ha habido una gran sintonía con el proteccionismo, lo que explica que una buena parte de ese partido se opusiera a los tratados de libre comercio que propiciaron los gobiernos republicanos, con excepción del presidente Clinton que sí defendió el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, el cual terminó aprobándose durante su primer mandato. La gran mayoría de los congresistas demócratas, por ejemplo, no apoyó el DR-CAFTA cuando se presentó para su ratificación en el Congreso de Estados Unidos. Trump es, ahora, el campeón del proteccionismo económico, algo que resultaba prácticamente imposible imaginar en un republicano después del advenimiento del reaganismo. En lo que sí coinciden Trump y Reagan es con la obsesión por reducir impuestos a las corporaciones y personas de mayores ingresos, lo que, en ambos casos, terminaron profundizando el déficit crónico que tiene ese país.
Finalmente, el nativismo es un elemento esencial del discurso político de Trump, lo que explica el apoyo incondicional que ha recibido de los supremacistas blancos, así como de los evangélicos blancos, quienes originalmente llegaron al movimiento trumpista de la mano del exvicepresidente Mike Pence. La retórica de que los mexicanos son violadores, que los haitianos comen perros y gatos, que los venezolanos son criminales y que los inmigrantes en general contaminan la sangre de los americanos estuvo presente durante la campaña de Trump. Irónicamente, su triunfo reflejó una coalición de segmentos demográficos mucho más amplia de lo que él y sus asesores llegaron a imaginarse, la cual incluye especialmente a los latinos que él tanto despreció, por lo que tendrá que pensar muy bien si llevará a cabo, al pie de la letra, lo que dijo sobre las deportaciones masivas, ya que podría perder ese apoyo y evitar así consolidar una coalición que le puede garantizar muchos triunfos al Partido Republicano en los años por venir.
Por supuesto, el segundo mandato de Trump ni siquiera ha empezado, por lo que hay que esperar a ver qué terminará haciendo en comparación con lo que prometió en la campaña electoral. Tiene la ventaja que comenzará con una economía estadounidense más grande y fuerte que nunca, bajo desempleo, aumento de los ingresos de los trabajadores, inflación con tendencia a la baja y un notable crecimiento económico, lo que él, por supuesto, nunca reconoció en su retórica catastrófica sobre la situación de Estados Unidos que, lamentablemente, la candidata demócrata no pudo contrarrestar eficazmente en la corta campaña presidencial que llevó a cabo.
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