Fortuna y virtud
El poder de la fortuna, cómo un evento inesperado transformó la política de EE.UU.
El penúltimo capítulo de la obra El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, publicada oficialmente en 1532, cinco años después de la muerte de su autor, se titula “Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo se le puede hacer frente”. En esa parte del libro, este escritor y funcionario florentino dice lo siguiente: “No me es ajeno que muchos han sido y son de la opinión de que las cosas del mundo estén gobernadas por la fortuna y por Dios, al punto que los hombres, con toda su prudencia, no están en grado de corregirlas, o mejor, ni tienen siquiera remedio alguno”. A lo cual agrega: “Pensando en eso de vez en cuando, en parte me he inclinado hacia dicha opinión. Con todo, y a fin de preservar nuestro libre albedrío, juzgo que quizá sea cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestro obrar, pero que el gobierno de la otra mitad, o casi, lo deja para nosotros”. Según este renombrado y controversial autor, la fortuna muestra su mayor potencia “cuando no hay virtud organizada que se le oponga”.
En realidad, lo que Maquiavelo procuraba, como parte de sus consejos al príncipe para que fuese exitoso, era que el hombre fuera capaz de compensar o mitigar los efectos de la fortuna (destino, azar, o como se le llame) a través del ejercicio de la virtud, que no es más que la capacidad racional de prepararse y estar listo ante circunstancias imponderables. En todo caso, para Maquiavelo la fortuna es un factor inescapable de la existencia humana y en particular en la vida política o el ejercicio del poder. En el medio nuestro, el destacado político, escritor y diplomático Tony Raful ha escrito una interesante obra -De Trujillo a Fernández Domínguez y Caamaño, el azar como categoría histórica (2013)- en la que pone de relieve cómo factores imprevisibles y completamente contingentes marcan el curso de los acontecimientos históricos.
La noción de que la fortuna juega un papel a veces decisivo en el curso de los acontecimientos políticos se valida una vez más con el sorpresivo y, probablemente, nunca explicable intento de asesinar al expresidente de Estados Unidos y candidato presidencial del Partido Republicano, Donald Trump, por parte de un joven a quien nadie en su sano juicio hubiese asociado con la idea de asesinar a ninguna persona, mucho menos a una figura de esa dimensión. De la nada, ese joven de veinte años, blanco, de una familia de clase media, proveniente de un pequeño suburbio de Pittsburgh, PA, recién graduado de un Community College, registrado como republicano, seguidor de Trump según la publicidad que ponía en las paredes de su casa, sin antecedentes criminales ni miembro de ningún grupo terrorista, criminal o político radical, portando un rifle semiautomático luego de comprar cincuenta rondas de municiones en una tienda local, dispara desde el techo de un edificio cercano al lugar donde hablaba Trump, a la vista de decenas de personas, con la intención de asesinar al candidato republicano. Este hecho, de buenas a primeras, cambia la dinámica política estadounidense como nadie podía ni remotamente imaginarse.
Si bien Trump encabezaba las encuestas, su ventaja frente al presidente Joe Biden no estaba solidificada al momento de ocurrir este acontecimiento. De hecho, a pesar de la desastrosa presentación de Biden en el debate electoral, las encuestas no mostraron un aumento sustancial en los números a favor de Trump, tal vez porque su propia presentación en ese debate fue tan deficiente que no convenció a los electores de que él es la persona para dirigir los destinos de esa nación, a pesar de que tuvo una oportunidad de oro para lograrlo. Por su parte, Biden había comenzado a dar muestras de recuperar cierta energía y espacio electoral con ataques frontales contra Tump y otras intervenciones en diferentes escenarios, si bien miembros de su partido y de la prensa más afín a su candidatura demandaban su sustitución como candidato presidencial.
No obstante, la fortuna jugó a favor de Trump, al menos por ahora. Luego del desborde de simpatía a favor de su persona, lo cual era de esperarse y lo correcto que sucediera, al Partido Demócrata se le hace difícil retomar las críticas a Trump, las cuales tienen que ver no sólo con las políticas que propone, sino con su carácter y personalidad. No es casual que, dos días después del evento, la jueza de la Florida que conocía el caso de los documentos secretos de Mar-A-Lago, quien fuera designada por Trump, decidiera invocar un aspecto de procedimiento, el cual había sido rechazado en ocasiones anteriores en casos similares por otros jueces, para desestimar la acusación contra Trump.
Más aún, a Trump se le presenta la oportunidad de proyectar una imagen más presidencial, de más altura, menos confrontativa que la que suele presentar. Tuvo la oportunidad de hacerlo en el debate electoral cuando Biden mostró desde el principio sus debilidades, pero optó por la diatriba, la repetición de mentiras y por apelar principalmente a su propia base y no al electorado en general. Si esta vez logra cambiar la imagen, valiéndose de la experiencia por la que ha pasado, aprovechando el ambiente de simpatía a su persona, seguro que consolidará su ventaja y se colocará en un mejor sitial para ganar las elecciones presidenciales.
En cuanto a Biden, este acontecimiento ha impactado también su candidatura. Por una parte, ha tenido la oportunidad de presentar un mensaje de unidad y concordia, incluyendo una breve conversación con Trump, lo cual lo coloca por encima de las disputas políticas del momento, pero, por la otra, lo neutraliza por un tiempo para retomar sus ataques frontales contra Trump. Le favorece que el nuevo ambiente puso a un lado los reclamos de que abandone su candidatura presidencial, pero no está claro si podrá mostrar que tiene lo que se necesita para volver a ganar las elecciones, mientras se acorta el tiempo para tomar una decisión de esa magnitud.
En todo caso, la campaña electoral por la presidencia en Estados Unidos atrae verdaderamente la atención de los electores a partir de que los dos partidos celebren sus respectivas convenciones, aunque Trump arranca este último tramo de la competencia electoral con una indiscutible ventaja y con un aire de victimización y heroicidad que juega muy bien a su favor de cara a las elecciones de noviembre. No obstante, quién sabe si la fortuna tiene algo nuevo guardado, o si solo queda que cada candidato haga uso de la virtud -en este caso, de sus respectivas capacidades de acción política- para sacar la mejor ventaja posible de este nuevo escenario causado por un hecho absurdo de un joven perdido en su existencia que ha puesto de pies a cabeza la vida política norteamericana.
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