Quién gana los debates políticos: ¿El actor o el estadista?
Uno de los desafíos más complicados para cualquier polemista es encontrar el enfoque correcto hacia el oponente
He descrito previamente esta escena en esta columna. El 26 de septiembre de 1960, se llevó a cabo en los estudios de la WCVB-TV, la emisora de la CBS de Chicago, el primer debate televisado de la historia, donde el vicepresidente republicano, Richard Nixon, se enfrentó al senador demócrata por Massachussets, John F. Kennedy. Nixon, que había pasado dos semanas hospitalizado por una lesión en la rodilla, llegó al debate pálido, se negó a utilizar maquillaje y estaba cansado porque no quiso suspender la campaña para preparar el debate. Además, sudó y su traje gris se mezclaba con el fondo del estudio. En contraste, Kennedy apareció relajado (los asesores le recomendaron que cruzara las piernas al sentarse), ligeramente bronceado y vestido con un traje oscuro que mejoraba su apariencia. Al terminar el debate, la mayoría de los espectadores que lo siguieron por televisión declararon que Kennedy había ganado, mientras que, para los radioyentes, el vencedor fue Nixon.
En su libro “Six Crises”, Nixon expresó: “Me había concentrado demasiado en el contenido y no lo suficiente en la apariencia. Debería haber recordado que ‘una imagen vale más que mil palabras’.”
Para los expertos Alan Schroeder, de la NorthEastern University y mi socio en Cambridge Internacional Consulting, el profesor Gary Orren de la Harvard Kennedy School, quien entrenó el expresidente Barack Obama en persuasión, es esencial para tener éxito, comprender los debates como producciones televisivas. Por lo que no deben olvidar que la TV presenta sus desafíos técnicos y deben estar preparados para ser captados por las cámaras en cualquier momento.
Bill Clinton comprendió esto. Practicaba expresiones faciales específicamente para los momentos en que se le veía en cámara escuchando, pero no hablando. También ha desarrollado, dentro y fuera de cámara, una gran capacidad para entender y escuchar activamente a sus interlocutores.
Cada debate tiene su propio formato, y es fundamental para los polemistas darse cuenta de que la televisión es principalmente un medio teatral. Tiende a exagerar el comportamiento, por lo que los candidatos deben tener cuidado de no exagerar sus gestos y expresiones. Deben funcionar primero como actores y en segundo lugar como políticos.
Por lo tanto, la preparación es crucial. Antes de los grandes debates electorales, los participantes deben participar en ensayos exhaustivos, similares a los que realizan los actores antes del estreno de una obra de teatro. En la preparación deben reproducir las condiciones reales del debate: con cámaras, luces, atriles, oponentes simulados, moderadores, vestuario, maquillaje, entre otros elementos. Los candidatos deben superarse en todos los sentidos: perfeccionar su entonación vocal, lenguaje corporal, expresiones faciales, gestos, literalmente todo: contexto y contenido, forma y fondo. Es esencial que el candidato se sienta lo más cómodo posible antes del evento. Los polemistas que no se preparan para el debate se colocan en una desventaja competitiva significativa, afirma Alan Schroeder en ”Presidential Debates: Fifty Years of High-Risk TV”.
Además, uno de los desafíos más complicados para cualquier polemista es encontrar el enfoque correcto hacia el oponente. Deben lograr un equilibrio entre la actitud competitiva y la cortesía. Una actitud que demuestre cierta agresividad y a la vez equilibrio es clave.
Es evidente que los candidatos en un debate no están de acuerdo entre sí, pero el objetivo de un polemista debe ser mantener un tono respetuoso mientras destaca las diferencias con el contrario. Los debatientes deben atacar las ideas del otro. La agresión extrema no es bien recibida, especialmente a nivel personal. La actitud de respeto hacia el adversario también se refleja en la comunicación no verbal.
En el primer debate presidencial de EE.UU. de 2008, John McCain no mantuvo contacto visual con Barack Obama durante los noventa minutos del programa, lo que muchos espectadores interpretaron como falta de educación. Una situación similar ocurrió en 1993, en los debates presidenciales de España, cuando Felipe González prefirió dirigirse al moderador en lugar de a su oponente, José María Aznar. Para el público, estos momentos involuntarios pueden ser importantes, porque revelan información sobre lo que los políticos no tienen la intención de mostrar.
Igualmente es de vital importancia, disfrutar de la experiencia y comprometerse en persuadir y conectar con la gente. Los participantes en un debate televisivo deben mostrar al público que se sienten cómodos, relajados y en control de la situación. Es fundamental demostrar a los votantes que están participando en el debate sin reservas ni miedo. El principal asesor de prensa de Ronald Reagan dijo una vez que Reagan disfrutaba del debate porque lo veía como una oportunidad para persuadir a los votantes de que aceptaran sus propuestas e ideas. Cuando los miembros de la audiencia sienten este interés en conectarse, su respuesta suele ser favorable.
La historia de los debates políticos televisados sugiere que los que se preparan con el rigor del actor y al mismo tiempo, generan la confianza del estadista que conduce su nación a puerto seguro, suelen ser los ganadores.
Uno de los desafíos más complicados para cualquier polemista es encontrar el enfoque correcto hacia el oponente. Deben lograr un equilibrio entre la actitud competitiva y la cortesía. Una actitud que demuestre cierta agresividad y a la vez equilibrio es clave. Es evidente que los candidatos en un debate no están de acuerdo entre sí, pero el objetivo de un polemista debe ser mantener un tono respetuoso mientras destaca las diferencias.
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