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Lecciones para enseñar a nuestros hijos a ser adultos conscientes
Aprender a ser adulto consiente implica que para asumir las consecuencias de nuestras acciones con responsabilidad se debe tomar consciencia de que la existencia humana es una experiencia de gozo y aflicción, certezas e incertidumbres, de luces y sombras. De esta forma intentamos enseñar a nuestros hijos la importancia de asumir con madurez sus actos y consecuencias. De modo que, ante los retos de la vida, aprendan a responder en forma reflexiva, inteligente e idealmente sabia y no a reaccionar en base a prejuicios e instintos primarios.
Igualmente, implica enseñar que cualquier forma de adicción – ya sea al alcohol, a las drogas e incluso a ciertos ideales – produce efectos nocivos y contraproducentes. Desde el ideal esbozado en “Mein Kampf” (“Mi Lucha”) por Adolfo Hitler hasta la superioridad moral del fundamentalismo islámico de los Ayatolas, son evidencias de esas adicciones a “mis ideas”. De esta forma las erijo en el “bien supremo” en contraposición a las “locuras infernales” de los otros … siempre “los otros”. Dejando fuera toda posibilidad de confrontar las ideas, las opiniones, los pareceres. Dejando fuera toda posibilidad de dialogar, concertar, cooperar y entender al otro como un legítimo otro con quien construir más y mejor comunidad … porque el único camino “de salvación” es la imposición de mis ideas.
De esta forma, nos creemos dioses en la tierra imponiendo nuestros juicios como camino de redención. Esto no es sólo arrogancia del ego, este es el camino de querer sustituir a Dios y con ello dominar, deslegitimar y suprimir al otro.
Estas reflexiones intentan comprender lo vivido por la educadora Rosalina Perdomo y la comunidad que dignamente dirige. Ya lo decía Carl Gustav Jung “pensar es difícil, por eso mucha gente juzga”.
Todo juicio humano es imperfecto, y, por tanto, no podemos seguir creyendo ingenuamente en la infalibilidad de nuestros juicios. El problema ético se presenta cuando comenzamos a imponer nuestras valoraciones morales. Esto no significa relativizar el bien y el mal, esto significa sucumbir al mal por nuestras deficiencias éticas, por nuestra incapacidad de convivir con las diferencias.
Sin olvidar que permanecer en contacto con el mal supone el riesgo de sucumbir a él. Evidencias hay muchas, desde los campos de concentración en Auschwitz hasta el drama mundial de septiembre 11 del 2001. Por eso, todo intento de imponer “mis ideas”, es el inicio de las tiranías, que se disfrazan de justicia social, las de extrema izquierda y de libertad, las de extrema derecha.
De esta forma muchos individuos terminan actuando dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos – la “banalidad del mal” de Hannah Arendt – sin preocuparse por las consecuencias, solo por el cumplimiento de las órdenes y el dogma establecido. Así nacen las generaciones adocenadas, incapaces de pensar, de comprender, de crear nuevas realidades más justas, más libres y sobre todo más consciente de nuestra capacidad de ser, hacer y trascender.
Y de esta forma vivimos atrapados en el tener, para luego hacer y con ello intentar ser. Es la ecuación de la pobreza del alma. Es la ecuación de la pobreza del espíritu, donde se es tan pobre que lo único que se tiene es dinero.
Por eso, ser, hacer y trascender, es la ecuación de los héroes y lideres de paz de nuestro tiempo. De aquel que “ama a su prójimo como a sí mismo” no por buenismo, ni postura social. Sino como camino que nos conduce al autoconocimiento y a la paz. Como nos enseñaron los Hermanos de La Salle de Santiago, amamos y odiamos a nuestros enemigos en la misma medida que nos amamos y odiamos a nosotros mismos. Es en el rostro del enemigo que encontramos el espejo en que contemplar nuestro verdadero semblante. Ya lo dijo Gandhi: “El único diablo que existe en el mundo mora en nuestro propio corazón. Es ahí, a fin de cuentas, donde debemos librar nuestra más decisiva batalla.”
Enseñar a pensar con sentido crítico, a comprender y asumir las consecuencias de sus actos. A elegir sabiamente y aprender a convivir con las diferencias. A no sucumbir a la mediocridad ni al prejuicio. A vivir el auténtico cristianismo, capaz de cometer errores, aprender de ellos y perdonar. Enseñar a dialogar, construir consensos bien informados y generar síntesis creativa. Y sobre todo inspirar a nuestros hijos a ser, hacer y trascender… esa es la trayectoria, la pedagogía y el legado del colegio Babeque y otros similares en nuestro país.
¡Por Dios es más Babeque lo que necesitamos!
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